2 J. Morán

El psiquiatra ovetense Pedro Quirós Corujo, de 76 años, lleva en su primer apellido el signo de una tradición familiar encabezada por su padre, Pedro Quirós Isla, quien llegó a ser tan consustancial con la profesión que desempeñaba que escuchar la frase popular «vas a tener que ir a Quirós» significaba inequívocamente que el aludido necesitaba revisar su estado mental. Quirós Corujo repasa en estas «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA la vida propia y la de su progenitor. A esta primera entrega seguirán otras dos, mañana, lunes, y el martes.

l Don Sixto, el primer psiquiatra de Oviedo. «Mi abuelo paterno, Pedro, fue emigrante en Cuba y regresó a raíz del 98; e hizo como todos los emigrantes: compró tierras en la zona de Llanera y Las Regueras, de donde él era originario. Después, esas tierras quedaron en nada porque mi padre ya no tuvo tiempo para dedicarse a ellas. Mi abuela paterna, Quintina Isla, era de Colunga, de La Isla, precisamente. Tengo muchos recuerdos de ella, una persona muy cariñosa, pero que nos traía a todos a raya. Ignacio Corujo Valvidares, que era mi abuelo materno, había sido procurador de los Tribunales en Madrid. Mi padre, Pedro González-Quirós Isla, estudió Psiquiatría, pero el primer psiquiatra que hubo en Oviedo había sido don Sixto Armán, que era el factótum en ese campo. Todo pasaba por don Sixto. Cuentan que tenía un enfermo en su casa porque eran tiempos en los que no había hospitalización, y los amigos le decían: "Cuídalo bien, Sixtín, que se te va a morir"».

l De cocheros a enfermeros. «La hospitalización en Asturias de enfermos psiquiátricos comenzó con el Hospital Asilo de Llamaquique, que se inaugura en 1887, y en el que se hicieron unas salas para enfermos mentales. Ahí trabajó mi padre, cuando era director del Centro Cossio, padre de los Cossio, neumólogos y cardiólogos. En aquella época no había muchos tratamientos y simplemente era un sistema custodial. Recuerdo haber oído contar a mi padre que cuando aparecieron los primeros automóviles, a los cocheros de los antiguos coches de caballos, empleados de la Diputación, les emplearon como enfermeros psiquiátricos. Las dependencias de los enfermos mentales consistían en un pabellón del que conservo fotografías. Colocaban un orinal en medio de la sala y allí hacía todo el mundo sus necesidades. Y en 1936 comenzó a construirse La Cadellada. Mi padre estudió en la Facultad de Medicina de Madrid. Yo creo que en aquella época la psiquiatría se impartía dentro de la medicina legal. Él conoce a médicos como López Ibor padre, Sarró, Llavero, Rojo o Alberca, que estaba en Valencia. Es una generación de psiquiatras que se habían formado fundamentalmente en Alemania. No supe por qué mi padre tuvo la vocación de la psiquiatría, pero es algo que siempre vi en él como algo connatural».