Los árboles y los bosques han sido símbolos de vida y protección en la astrología celta y precisamente en torno a ellos se desarrolló su cultura. En aquella época, los druidas, inspirados en la magia estacional de los bosques, desarrollaron un horóscopo protector que, como la mayor parte de las culturas coetáneas, se encontraba inexorablemente ligado a las fases de la Luna. De esta manera, los bosques eran las catedrales de los druidas. No se trata de una hipérbole, porque en ellos llevaban a cabo sus fiestas, rituales y ceremonias. El poder de los dioses se encontraba místicamente vinculado con cada uno de los árboles del bosque; cada especie vegetal arbórea era consagrada a un dios o simbolizaba una virtud. De esta manera, no es extraño que cada árbol recibiera un nombre y que se le asignara una propiedad a cada Luna; asimismo, un árbol ha sido asignado a cada Luna de acuerdo con sus propiedades mágicas. Por tanto, cada una de estas luna-árboles tomaba un género y se encontraba bajo la protección del dios que le amparaba. Era tal la importancia que se concedía al bosque y a los árboles que albergaba, que cada uno de los caracteres del alfabeto druida se corresponde con las iniciales de sus árboles protectores. Así las cosas, usar expresiones como «¿de qué árbol caíste?» se convierte en algo más que una frase hecha. Ahora, diversos colectivos naturalistas han rescatado de la cultura celta un antiguo horóscopo basado precisamente en los árboles. A diferencia del horóscopo conocido por todos, el zodiacal, el celta no se basa en influencias planetarias ni tiene carácter predictivo. Más que augurar el futuro, a lo que se le pretende dar explicación es a la personalidad de cada cual según su fecha de nacimiento y el árbol que le corresponde a partir del calendario celta. Los naturalistas insisten en la «precisión» de este método. Para los más escépticos, al menos, consultar este horóscopo les va a permitir conocer una misteriosa cultura de sabios, magos y guerreros que veneraban a los árboles, y profundizar por otro lado en el conocimiento de nuestra población vegetal. Un total de 21 árboles forman el calendario celta diseñado por los druidas, los sacerdotes de este pueblo antiguo. El roble y el olivo, identificados con la valentía y la sabiduría, representan, respectivamente, los equinoccios de primavera y otoño. El abedul y el haya, por su parte, tocados por la inspiración y la creatividad, están destinados a los solsticios de verano e invierno.

Los 17 árboles restantes representan períodos equidistantes y contrapuestos entre sí. Entre ellos figura el manzano, identificado con el amor; el abeto es el misterio; el olmo, la nobleza; el ciprés es la fidelidad; el álamo, la incertidumbre; el cedro hunde

sus raíces en la confianza; el pino es lo particular; el sauce llorón bebe de la melancolía; el tilo retrotrae a la duda; el avellano conecta con lo extraordinario; el serbal es la imagen de la sensibilidad; al arce ha sido identificado con las mentes abiertas; el nogal es la pasión; el castaño, la honestidad; el fresno simboliza la ambición; el carpe es el árbol del buen gusto; y la higuera se identifica con el valor de la sensibilidad. Amparo Bauset, la presidenta de la Asociación Valenciana de Amigos de la Plantas -una de las que han rescatado el horóscopo celta- admite la «importancia relativa» del horóscopo arbóreo que intentan recuperar entre sus 200 asociados. Pero ante todo, le gusta resaltar el valor que el pueblo celta concedía a los árboles para ver si la sociedad actual imita aquella cultura. Y para los descreídos apunta que crecemos como los árboles y también como ellos cambiamos y nos reproducimos de manera estacional. Horóscopos o no, concluye estos seres de madera merecen nuestra atención.