La amenaza del terrorismo islamista viaja de nuevo en avión desde el día de Navidad y ha provocado que el transporte aéreo resulte un medio más que fastidioso en varios lugares del planeta. Tras al atentado fallido del nigeriano Farouk Abdulmutalla, en un vuelo de Amsterdam a Detroit, además de quitarse los abrigos, abrir los bolsos, descalzarse y desprenderse de objetos metálicos, teléfonos y computadoras, los viajeros tendrán que exponer hasta su piel en un escáner corporal. Es la última medida desesperada de control, implantada ya en 19 aeropuertos de Estados Unidos, que también aplicarán Gran Bretaña, Holanda e Italia. Los escáneres corporales detectan sustancias y objetos prohibidos bajo la ropa.

¿Hasta dónde llega el límite de los controles de seguridad en los aeropuertos? La pregunta tiene diferentes respuestas según se formule en Europa o en América. El Gobierno de los Estados Unidos, en manos del Partido Demócrata, tan crítico con el recorte de las libertades civiles aplicado por Bush tras el 11-S, lo ve claro. El fin justifica los medios. Si al pasajero hay que examinarle con rayos para adivinarle hasta las ideas, pues adelante. La seguridad nacional es lo primero. En la Unión Europea las posturas son discordantes. La implantación de los escáneres que lo ven todo o casi todo -no son capaces de detectar objetos en el interior del cuerpo- ha dividido a los 27 estados.

España se cura en salud y adopta una postura muy diplomática. El ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, ha anunciado que el Gobierno acatará la decisión europea. Como de momento en Bruselas no hay acuerdo, en los aeropuertos españoles no se recrudecerá la vigilancia sobre el cuerpo de los pasajeros. En 2008, la UE suspendió los trabajos para regular el uso de los escáneres después de que el Parlamento europeo exigiese un estudio más riguroso sobre sus efectos en la salud y la privacidad de los individuos.

La cabina de control es una especie de pecera en la que el pasajero permanece apenas unos segundos para que su imagen sea «escaneada». El resultado es una radiografía en blanco y negro que revela, a través de un monitor, cualquier objeto que se lleve pegado a la piel.

Francia y Alemania se muestran escépticos ante un sistema que para algunos atenta directamente contra la intimidad de las personas. Gregorio Peces-Barba, uno de los padres de la Constitución española, aseguró esta misma semana que para implantar los escáneres en España sería necesario, al menos, aprobar una ley orgánica en el Parlamento. Peces-Barba considera que las máquinas son inconstitucionales.

Los detractores del empleo de la cabina de rayos X, que se instaló por primera vez en un aeropuerto de Colorado a finales de los noventa, inciden en los posibles perjuicios para la salud que ocasionan las radiaciones. Los fabricantes de los aparatos se han apresurado a rebatir que son de menor intensidad que las de los teléfonos móviles y equivalentes a las que se producen durante doce minutos de vuelo en la cabina de una nave.

La polémica está servida. El caso es que Washington está aumentando sus medidas de seguridad en todos los vuelos transatlánticos o a Estados Unidos. Eso representa una tarea enorme, ya que los aeropuertos europeos transportan a miles de pasajeros en más de 800 vuelos diarios a través de la ruta del Atlántico Norte. Stefan Paris, ministro del Interior alemán, ha dejado claro que su país solamente aceptará el escaneo corporal si se cumplen tres condiciones: los aparatos han de garantizar un aumento en seguridad, no suponer un peligro para la salud y no dañar los derechos de privacidad de los individuos.

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Las dos empresas en el mundo dedicadas a la fabricación de escáneres corporales son estadounidenses. Una es L3 Communications, radicada en Woburn (Massachusetts), con un volumen de negocio de 10.000 millones de euros. Es el mayor proveedor de aparatos para realizar controles de seguridad en aeropuertos. La otra es Rapiscan, con sede central en Torrence (California) y oficinas en Washington, California, Singapur, Australia, Inglaterra, India, Malasia y Bruselas, entre otros lugares. Los directivos se frotan las manos. Para ambas compañías la crisis se ha esfumado. Las ventas han crecido un 25 por ciento en dos semanas. Sus respectivos presidentes llevan días cantando las alabanzas de unos aparatos que presentan en una pantalla el cuerpo del pasajero en tres dimensiones.

Un escáner corporal cuesta unos 120.000 euros, frente a los 12.000 de un detector de metales convencional. Existen dos tipos de máquinas: uno, de imágenes de longitud de onda milimétrica y, otro, escáneres de rayos X de retrodispersión. Ambos permiten ver debajo de la ropa y detectar objetos inusuales. Pero sólo las de rayos X de retrodispersión exponen a las personas a radiación ionizada, como la de los rayos X médicos.

Los niveles de radiación son inferiores al umbral de lo que puede ser considerado de riesgo para la salud del individuo, según James Thrall, del Colegio estadounidense de Radiología y jefe de radiología del Massachusetts General Hospital, en Boston. Este tipo de escáner proporciona una silueta muy detallada del cuerpo del pasajero, como si estuviera desnudo. Éste es el punto por el que se ha levantado la polémica, tanto por aspectos relacionados con la privacidad como por el temor a su uso en la pornografía infantil, ya que en algunos estados podría incumplir las leyes de protección a menores.

Estados Unidos comenzó a probar 40 escáneres de cuerpo entero tras los atentados del 11 de septiembre. David Brenner, director del Centro de Investigación Radiológica en la Universidad de Columbia, opina que estos aparatos podrían ser preocupantes si se usaran como método primario para revisar a los pasajeros. «Desde el punto de vista del individuo, los riesgos van a ser pequeños», afirma, al tiempo que señala que «si cantidades muy grandes de personas fueran expuestas a pequeños riesgos, entonces tendríamos un problema para la población».

El «enemigo» tampoco piensa ponerlo fácil. El diario de Amsterdam «De Telegraf» publicó esta semana, citando a fuentes de los servicios secretos del Ejército, que Al Qaeda ha conseguido uno de estos escáneres para probar con qué clase de explosivos podrían burlar los controles.

De momento, los directamente perjudicados por el endurecimiento de los controles son los pasajeros. Los sistemas de control van más allá del mero examen corporal. En Estados Unidos se está experimentando con una máquina que incluso analiza el lenguaje e intenta leer la mente. Volar cada vez está más cerca de la ciencia-ficción.