Desde hace unas semanas, el viajero o el paseante que entra o sale de Gijón circundando la glorieta de Bernueces, uno de los principales accesos a la ciudad desde el Este, recibe el saludo de un gigante de acero. Los 22 metros de «Hacia la luz», una espectacular pero delicada escultura de Francisco Fresno (Villaviciosa, 1954), se han convertido en el último hito monumental en una ciudad que en los últimos quince años ha apostado con fuerza por el arte contemporáneo como elemento enriquecedor de su paisaje urbano.

Para la mayor parte de los gijoneses, que parecen haber acogido con aprobación una pieza para la que aún no se conoce ni polémica ni mote -una reacción habitual en la villa ante este tipo de piezas, que después las digiere rápidamente como emblemas-, «Hacia la luz» brotó de un día para otro en la confluencia de la avenida de Justo del Castillo y la calle de Albert Einstein, en el límite entre la ciudad, la zona rural y el campus universitario.

Pero, por seguir con el símil botánico, no fue un crecimiento acelerado, sino un trasplante; la rápida instalación de la escultura, que se plantó en apenas cuatro horas, contrasta con su larga y laboriosa ejecución -en la que han participado decenas de operarios y técnicos, quince empresas y cinco concejalías del Ayuntamiento de Gijón- y la antigüedad de unas semillas que, en algunos casos, han venido de muy atrás, de la infancia misma de su autor. El propio Francisco Fresno, que documentó el proceso en un minucioso reportaje fotográfico, comenta imagen a imagen en primera persona la larga gestación de una obra que quiere simbolizar «la comunicación de lo interno, lo que surge desde el suelo, hacia lo exterior, lo luminoso»: un símbolo que bien podría aplicarse a su propia creación.