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A Fernando Suárez le tocó demostrar ante las Cortes de la reforma que «los principios del Movimiento, declarados permanentes e inalterables por su propia naturaleza, podían ser modificados». Llegadas las elecciones democráticas, «no me presenté a las de 1977, aunque tuve ofertas de la AP de Fraga y de la UCD de Martín Villa, pero entonces nace el error de considerar que la derecha era la de los que habían sido ministros de Franco, y que el centro era de los subsecretarios, y que los modernos eran todos los que habían estado contra el régimen; eso explica que hoy haya estatuas de Largo Caballero y no de Franco». Para Fernando Suárez, «la verdad es que la democracia la trajo el régimen, junto a Juan Carlos, que fue el heredero y sucesor a título de Rey. ¿Es que hay que pedir perdón por haber estado en el régimen?».

Suárez destaca el «papel esencial de los reformistas asturianos durante la transición: Fernández-Miranda en el Legislativo, Silva Melero en el Supremo, Fernández Campo en la Casa del Rey; más Noel Zapico, Juan Velarde, López Cancio...». Ahora relata sus «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA en esta primera entrega, seguida de otras dos, mañana, lunes, y el martes.

l Un hotel en lo alto. «Mi abuelo paterno, José María Suárez, era de Flor de Acebos, un pueblecito cercano a Pajares. Este hombre tenía la ilusión de construir un hotel en lo alto de Pajares y trabajó toda su vida en Gijón para ahorrar y hacer el hotel Valgrande, en el límite de Asturias y León. Lo que fue el hotel Valgrande histórico, antes de que lo vendiera la familia a Turismo para hacer un parador, es esencial en mi historia particular. Mi abuelo murió recién construido el hotel y dejó a su viuda y a sus hijos metidos allí, haciendo frente a la situación. Uno de esos hijos, mi padre, ya se había casado y vivía en León, donde yo nací, pero todos los demás se metieron en el hotel a gestionarlo. Uno de los hermanos era muy joven, un chaval que iba de acá para allá, de Busdongo a Pajares, y viceversa, esquiando a por el pan o a por la leche, porque allí arriba no había, y este joven muchacho fue campeón de España de esquí durante muchas temporadas: Chus Valgrande».

l Apellido Valgrande. «Este Valgrande es el nombre del lugar, con lo que a Jesús y a toda la familia los llamaban los de Valgrande, y él lo incorporó como apellido. Las hermanas de mi padre vivieron en el hotel y luego fueron saliendo y casándose hasta que vendieron el edificio a Turismo, en torno a los años cincuenta. Hasta entonces fui muchísimo al hotel, en verano, en vacaciones, a ver a mi abuela; pasé allí mucho tiempo de mi infancia e iba a las fiestas del pueblo de Pajares. Luego esta familia se trasladó a vivir a Gijón y de nuevo iba mucho a verlos y a veranear a Gijón. Un hermano de padre, el más joven de todos, murió en la defensa de Oviedo. Estudiaba en la Universidad y fue voluntario en la guerra. Lo mataron el día que se liberó Oviedo, en la Argañosa, casi cuando entraban las columnas nacionales. Lo cuenta en una novela Ricardo Vázquez Prada, que fue director de "Región"».

l Pintor de vidrieras. «Mi padre, José María, que era el mayor de los hermanos, había nacido en Gijón. Estuvo en América de joven, en Cuba y Estados Unidos. Volvió y se casó en León. Fue a trabajar allí como intérprete de inglés de los ingenieros que montaron la Telefónica en León. Mis padres se casaron en torno a 1927. Mi madre era hija de uno de los pintores vidrieros que restauraron la catedral de León en el año 1902. Estaba medio hundiéndose y hubo una importantísima restauración en la que trabajaron los mejores arquitectos que había en España en ese momento. Hubo que reponer las vidrieras y la firma del abuelo materno, Alberto González, figura en alguna de ellas. Este pintor se murió muy joven, cuando estaba empezando su carrera y dejó viuda y tres hijas. A comienzos de siglo, quedarse viuda y con tres hijas era una tragedia griega. Pero mi abuelo era amigo del conde de Sagasta, Fernando Merino, un político leonés muy conocido en aquella época, que le dio un estanco a mi abuela, Monserrat González. Lo regentó hasta que se murió y yo iba mucho por el estanco, de modo que me puso muy en contacto con la vida real, con las gentes de León. Con una de las hijas de Monserrat se casa mi padre: Carmen, que era una de las jóvenes operadoras de Telefónica en León. Tuvieron dos hijos y dos hijas».

l Aprender a leer. «Durante la guerra, el hotel lo invadieron los republicanos. Mi abuela y mis tías salieron de allí, pasaron por los montes de Casares y se fueron a León, a zona nacional, porque eran de derechas. Cuando liberaron todo aquello les devolvieron el hotel en pésimas condiciones y tuvieron que ponerlo en orden. Después de la guerra pasé allí mucho tiempo, a causa del hambre y de las dificultades en León. Mi tía María Teresa, una señora muy culta, que había estudiado en Gijón Profesor Mercantil, se preocupaba muchísimo de que aquel niño no iba al colegio. Entonces me enseñó a leer y es una de las pocas cosas de las que presumo: me enseñó a la perfección, a pronunciar, a entender, a leer muy rápido sin cometer un solo error? A mi tía María Teresa le dediqué mi tesis doctoral».

l Estudian los varones. «Empecé en el colegio tarde, a los 8 o 9 años, en los Maristas de León. Hice el Bachillerato con su examen de Estado, para el que venían los catedráticos de Oviedo. Empecé después la carrera de Derecho porque era una de las tres que había en Oviedo. En León había Veterinaria, que a mí no me gustaba nada, pero en Oviedo había Derecho, Letras o Ciencias. Opté por el Derecho, que era la que había hecho mi hermano mayor. Mis padres tuvieron el empeño de que los hijos estudiásemos, los varones, porque a las hijas no pudieron darles lo mismo. Era gente trabajadora y haciendo esfuerzos, que no eran fáciles en aquella época, pudieron darnos la Universidad a los dos hermanos».

l El SEU no se cuestionaba. «Cambiar de León a Oviedo fue para mí absolutamente decisivo. Era otro mundo: la Facultad de Derecho en aquel momento era una gran Facultad, a pesar de la depuración de los profesores tras la guerra. Allí Torcuato Fernández-Miranda, en primer curso, o Ramón Prieto Bances, y profesores importantísimos como Benjamín Ortiz, que era un canónico de la Catedral que daba Derecho Romano. O Valentín Silva, que era un gran penalista. Naturalmente, la Universidad daba una impronta y una cultura a la ciudad. Había muchas conferencias al margen de lo que eran las clases y tuve la suerte de tener amigos muy lectores. Pasábamos las tardes en la Biblioteca Feijoo, al lado del Convento de las Benedictinas. Empecé a leer a los que en el Bachillerato no se leía entonces, Lorca por el ejemplo, y participé mucho en el SEU (Sindicato de Estudiantes Universitarios). En aquella época no se cuestionaba nada el SEU; la Universidad era así y punto. Había un sitio en el que se podía merendar bastante barato, que era el hogar del SEU y allí íbamos con toda naturalidad. Al matricularse en la Universidad había que pagar la cuota del SEU, creo recordar que 48 pesetas al año, y eso daba derecho a usar todas las instalaciones del sindicato, los campos de deporte, por ejemplo. Es decir, que aquello no se cuestionaba».

l Respaldo del gobernador para Blas de Otero. «El primer año, como los estudiantes no se conocían entre sí, alguien del SEU nombraba al delegado de curso, pero en segundo ya había elecciones y me eligieron delegado. Y empecé a intervenir en temas políticos precisamente a través del SEU; me daba cuenta de que algunas cosas no estaban del todo bien y empecé a intentar arreglarlas. Hicimos mucho teatro y mucha labor cultural en el SEU, que organizó un buen TEU (Teatro Español Universitario) en Oviedo. Representamos a Lorca en 1953. Hay gente que dice ahora que le prohibían representar a Lorca, pero a nosotros no nos lo impidió nada e hicimos «Mariana Pineda» en el Paraninfo. Sí hubo un problema con motivo de una invitación a Blas de Otero, el poeta. Alarcos había abierto el curso hablando de Blas de Otero y quisimos conocerlo. Lo invitamos a dar una conferencia y cuando ya estaba todo organizado hubo un catedrático de la Facultad de Letras que le pareció muy mal porque le consideraba un corruptor de la juventud y unas cosas terribles. El rector, Silva Melero, se asustó y me llamó. Me planteó que la tarde de la conferencia se fuera la luz en la Universidad y le dije que de ninguna manera. Fui a ver al gobernador civil y jefe provincial del Movimiento, Labadie Otermin, y respaldó el acto. El gran Labadie. Cuando hoy oigo contar que se prohibían, resulta que yo me encuentro con que tuve la experiencia contraria: a mí quien me amparó fue el gobernador frente al rector. Era el año 1954 o 1955».

l La crisis de 1956. «El ambiente de la Universidad de Oviedo, dentro de un orden, era razonablemente liberal. No tuve ninguna limitación especial ni sentimos ninguna camisa de fuerza. Hay un dato importante: en 1956 se produce la primera crisis del régimen, con una manifestación en Madrid, pero en Oviedo eso ni se sentía. Oviedo era un sitio tranquilo y apacible. Tuve la suerte enorme de estudiar esos años con mucho aprovechamiento; sabía que en mi casa había dificultades y no podía hacer el vago. Obtuve matrículas de honor y el premio extraordinario fin de carrera. Y, sobre todo, conocí a Torcuato, que fue determinante en vida. Hice la milicia universitaria en Monte La Reina. Fui alférez de complemento y estuve seis meses en el Regimiento del Milán. Cuando acabé la carrera me propuso el director del Colegio Mayor Valdés Salas que fuera su subdirector, con lo que en total estuve seis años en Oviedo. En el curso 1956-1957 me vine a Madrid, porque me nombraron director del Colegio Mayor Santa María, que era del SEU».

l Contrastes dentro del Movimiento. «Hace poco, escuché a Gonzalo Cerezo, que fue secretario y colaborador de Labadie, hablar de algún episodio de contrastes en el Consejo del Movimiento, entre López Cancio, Labadie o Torcuato, pero para mí en aquel momento eran todos iguales. No eran la gente beligerante de la vieja guardia, que estaban más metidos en organizar actos de la Hermandad de Defensores de Oviedo que en la política del momento. Así que no presencié las luchas entre los camisas viejas y los camisas nuevas. Pero es evidente que Torcuato tuvo en Oviedo un gesto muy importante que fue conmemorar el centenario de Clarín. José María Martínez Cachero lo sabe muy bien y fue testigo de ello. Torcuato pronunció la conferencia inaugural del centenario, ortodoxa para ser pronunciada entonces, pero que leída hoy deja ver su mentalidad liberal. Vino a decir que la historia de España era la de todos y que asumíamos todos los valores, estuvieran en la derecha o en la izquierda. Además, ¿cómo iba a ignorar la Universidad de Oviedo a un escritor excepcional?, agregó. En ese ambiente es en el que me moví yo».

l La Centuria 20 pide un colegio mayor. «A Torcuato lo nombró rector Luis Jiménez, cuando yo estaba en segundo y tercer curso. Estuvo poco tiempo porque inmediatamente vino a la Dirección de Enseñanza Media, en el Ministerio. Más tarde reanudamos la relación. He tenido hasta el presente muy buena relación con su familia y, sobre todo, con su viuda, Carmen Lozana, que es de Gijón, una asturiana ilustrísima. Cuando vine a Madrid a dirigir el Colegio Mayor Santamaría, mi intención era hacer el doctorado. Estuve un año de director de este centro, en la calle de Ceán Bermúdez, donde continúa. Y fue un año sólo porque, como consecuencia de la crisis esa de 1956, nombraron a un nuevo jefe del SEU, que fue Aparicio Bernal. Entonces, el sector más ortodoxo, la vieja guardia del SEU, la Centuria 20 la llamaban, de gente muy falangista, se consideró muy mal tratada con aquel nombramiento de Bernal, al que consideraban amigo de Rubio el ministro, y un profesor que no tenía nada que ver con el sindicato. Enfadadísimos, exigieron un colegio mayor para formar minorías dirigentes y entonces me echaron a mí para hacer un colegio de la primera línea de la Falange. Aquello no era para mí porque no milité ni en Falange ni en el Frente de Juventudes. En los Maristas de León no había esas cosas. En cambio, al SEU pertenecía yo con muchísimo gusto, pero ya digo que no tenía esa formación de falangista, y eso que tengo mucha admiración por José Antonio Primo de Rivera. Entonces fue cuando me relevaron y me fui al Colegio Mayor Menéndez Pelayo, un colegio para preparar oposiciones».

Fernando Suárez González nace en León en 1933. Se licencia en Derecho en la Universidad de Oviedo con premio extraordinario fin de carrera y después obtiene el doctorado en la Universidad de Bolonia con una tesis sobre la extinción de los contratos laborales.

Dirige dos colegios mayores en Madrid y, particularmente, el Diego de Covarrubias desde 1960 a 1970. Mientras, desempeña la docencia universitaria y en 1969 obtiene la cátedra de Derecho del Trabajo en la Universidad de Oviedo, y posteriormente pasa a la Universidad Complutense de Madrid.

En 1973 fue nombrado director general del Instituto Español de Emigración. Es elegido procurador en Cortes por el Tercio Familiar por la provincia de León y forma parte de la Cámara desde 1967 a 1971.

En marzo de 1975 fue nombrado vicepresidente tercero y ministro de Trabajo en el último Gobierno del general Francisco Franco. Dejó el Ministerio en diciembre de 1975 y a continuación fue designado por el Rey Juan Carlos como procurador en Cortes.

Fue miembro de la ponencia que defendió el proyecto de ley para la reforma política. Sus discursos en el Pleno de las Cortes españolas en defensa de dicho proyecto destacaron por su brillantez.

En 1982 se presentó a las elecciones generales con Alianza Popular por la circunscripción de León. En 1984 fue designado diputado europeo.

Es catedrático emérito de Derecho del Trabajo de la Universidad Nacional de Educación a Distancia. En 2007 ingresó en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

Segunda entrega, mañana, lunes: «Memorias» de Fernando Suárez