La caoba es un árbol solitario y selvático, del que se podían encontrar un par de ejemplares por hectárea en las zonas de mayor abundancia. Alcanza una altura de hasta 70 metros y un diámetro de 3,5 m, el tronco es recto, con ramas ascendentes, la corteza gruesa y agrietada, de color pardo, la madera con una tonalidad que va del rosado al rojo, y la copa es abierta y redondeada. Se desarrolla en suelos de origen calizo o aluvial y crece desde el nivel del mar a una altitud, en la montaña, que no supere los 700 metros. Produce la mejor madera del planeta, de olor fragante y color amarillo o rosado que oscurece y enrojece con la edad, y la mejor caoba se encuentra en una franja desde el río Papaloapán, en Veracruz, hasta Bolivia y Brasil, con muestras en toda Centroamérica, la vertiente oriental de los Andes, Ecuador, Venezuela y Colombia, por no hablar de la caoba de las islas: Cuba, Puerto Rico, Santo Domingo, Haití, Jamaica y las Bahamas.

La caoba más estimada es la mexicana de la selva Lacandona, en la península de Yucatán, donde la llamada Selva Alta Siempre Verde contiene la vegetación más desarrollada y diversificada de la Tierra. «La Selva Alta Siempre Verde, en Chiapas, suele llamarse Montaña Alta o simplemente Montaña, indicando esta palabra a la vez lo tupido de los árboles que la forman, puesto que éstos pasan de un promedio de 35 metros de altura -escribe Jan de Vos en «Oro verde», un libro excelente sobre la epopeya de los madereros-. Generalmente, la Montaña permanece verde durante casi todo el año. Sólo en la época más seca, en los meses de marzo, abril y mayo, la intensidad del verde disminuye algo. La gran altura y densidad de la vegetación son el resultado directo de la feliz combinación de dos factores, una precipitación pluvial superior a un promedio de 2.000 milímetros anuales y temperaturas promedias que oscilan entre 22 y 26ºC. Contrario a lo que muchos se imaginan, el suelo de la selva no es muy fértil. Más bien llama la atención la pobreza de la tierra. Es un continuo milagro que una vegetación tan exuberante pueda existir sobre una capa de humus tan pobre y tan delgada».

La explotación de la inmensa riqueza forestal de la gran selva Lacandona se produce entre le año 1822 y mediados del siglo XX. Los madereros tabasqueños rompieron las selvas, creando imperios efímeros, y consecuencia de la explotación del árbol fue la explotación del hombre hasta situaciones de esclavitud que fueron denunciadas por el extraño novelista Bruno Traven (un escritor de nombre sueco, Traven Torsvan, que se decía nacido en Chicago, escribía en alemán y vivió en México desde los años veinte del pasado siglo, sin dejarse fotografiar jamás, pero escribiendo libros de gran éxito, como «El tesoro de Sierra Madre», que fue la base de la mítica película de John Huston, con Humphrey Bogart y Walter Huston). Bruno Traven (tal era su nombre literario), escribió una pentalogía con el título general de «Ciclo de la caoba», en la que denuncia la brutalidad y las terribles condiciones de trabajo en las explotaciones madereras (y humanas) de los Romano, madereros de ascendencia asturiana, y el salvajismo de su capataz, Francisco Mijares Escandón, seguramente también asturiano, a juzgar por sus apellidos. La novela más conocida de ese ciclo es «Trozas», y otra de ellas, «La rebelión de los colgados», fue llevada al cine por el director mexicano Roberto Gavaldón.

Otros madereros importantes de la selva Lacandona fueron los hermanos Bulnes, Antonino y Canuto, naturales de la aldea de Río Caliente, que Jan de Vos sitúa a 30 kilómetros de Oviedo, aunque queda bastante más lejos. En cuanto al apellido Bulnes, De Vos señala que deriva «del valle del mismo nombre, en la serranía asturiana de los Picos de Europa, entre los cuales el Naranjo de Bulnes es tal vez el más famoso».

La historia de los Bulnes es la típica de los indianos asturianos de la segunda mitad del siglo XIX. Marchan a México, lugar de emigración habitual entre los asturianos orientales, reclamados por un pariente, José Antonio Bulnes González, quien hacia 1844 estableció un modesto comercio en el pueblo de Pichucalco, en la frontera entre los estados de Tabasco y Chiapas, y allí contrajo matrimonio con la hija de un finquero.

Los negocios debieron marcharle bien, porque diez años más tarde anima a sus sobrinos Antonino y Canuto a que atraviesen el océano para ayudarlo en la tienda. Mas al llegar a Pichucalco se encuentran ambos sobrinos con que la situación del tío había mejorado considerablemente, ya que su amada esposa doña Andrea Zaso se ahogó al poco tiempo de su llegada al atravesar el río Ixtacomitán en compañía de dos criadas, quedando el tío heredero de la hacienda. A la vista de lo bien que le había ido este matrimonio, don José Antonio arregló el matrimonio de sus sobrinos con las dos hijas del finquero portugués Manuel Tavares Silva, propietario de la hacienda «El Santuario», en la fértil zona de la Ribera del Blanquillo, al norte de Pichucalco.

A Canuto Bulnes no le apasionaba la vida del rancho, por lo que prefirió establecerse como comerciante en San Juan Bautista, la capital del estado de Tabasco, donde hacia 1860 empezaba a resultar extremadamente rentable la explotación de maderas preciosas, no solo de caoba, sino también de cedro y palo de tinte. Estas especies arbóreas se encontraban casi extinguidas en la zona costera debido a las talas indiscriminadas, por lo que procedía ir a buscar los árboles a las montañas del interior, y fueron los Bulnes de los primeros en dar ese impulso, ya que Canuto pronto sumó a sus iniciativas a su hermano Antonino. Hasta entonces, el negocio de la madera había estado controlado por los comerciantes tabasqueños Policarpo Valenzuela y Manuel Jamet, y por algunas familias españolas, como los Romano, los González y los Ramos.

Los Bulnes eran muy jóvenes aún cuando empezaron a tener un peso en el negocio maderero. Llevaban en México desde 1855, y al desembarcar, Canuto Bulnes contaba tan solo 17 años: acababa de cumplirlos el 19 de enero en el puerto de La Habana; y pisaron por primera vez Pichucalco el 5 de abril de ese año de 1855.

A diferencia de los Romano y los González, los hermanos Bulnes no se limitaron al negocio de la madera. Como escribe De Vos: «A pesar de haber llegado tarde al negocio, habían conseguido un pedazo del pastel maderero en la forma de unos cortes modestos en la región occidental de Tabasco y un negocio de importación y exportación y la importación donde cimentaron su fortuna, al darse cuenta de que por muy grande que fuera la riqueza arbórea de la selva Lacandona, si no se establecían medios adecuados para el transporte y almacenamiento de las talas, tal riqueza disminuía de manera alarmante, por lo que Canuto Bulnes pensó que una buena solución era que talaran otros y que él se ocupara del transporte y la distribución.

El primer paso fue establecer una compañía de transporte público en San Juan Bautista, con carretas tiradas por mulas. Poco más tarde crearon una línea de vapores fluviales que comunicaba la ciudad de San Juan Bautista con el puerto de Frontera, de la que surge la compañía Bulnes Hermanos, la primera en México que firmó un contrato con el Gobierno federal para el transporte fluvial. Después de adquirido el vapor «Frontera», los Bulnes se comprometieron en 1878 a establecer un servicio de cuatro viajes al mes desde San Juan Bautista a Frontera, ampliando el recorrido hasta Veracruz, el gran puerto mexicano del Atlántico, y haciendo conexión con la línea norteamericana New York, Habana and Mexican Mail Steamship Line. Y no por navegar por río y mar descuidaron la tierra firme, ya que en 1881 inauguraron el transporte urbano en San Juan Bautista, creando la Compañía de Tranvías y Transportes de Tabasco.

La buena marcha de estas empresas les permitió lanzarse a partir de 1880 a la explotación maderera del río Jataté, fundamentando una empresa familiar y razón social que duró más de medio siglo. En estas empresas pronto se destacó Canuto, el menor de los hermanos, como el verdadero motor, encargándose personalmente de las monterías, en tanto que Antonino quedaba en San Juan Bautista, al cuidado del comercio, que no habían abandonado, y del transporte urbano y fluvial, es decir, por tranvía y vapor.

La labor de Canuto Bulnes tuvo algo de épica, ya que, como punto de partida del negocio, abrió el camino en la selva que dio paso al Desierto de la Soledad, y no solo se ocupó, una vez iniciadas las talas, del transporte de las trozas, sino también del aprovisionamiento de víveres para los trabajadores. Para disponer de carne fresca organizaron ganaderías en el valle de Ocosingo y pulperías en las que los trabajadores gastaran a crédito más de lo que ganaban, quedando atados al tajo hasta que liquidaran la deuda, lo que era prácticamente imposible, porque el crédito no tenía límite mientras el maderero tuviera fuerza en los brazos.

Los negocios marcharon tan magníficamente, que al cabo de diez años de explotación, los Bulnes compraron el río Jataté y el Desierto de la Soledad al Gobierno. También hubieron de enfrentarse a problemas judiciales y de todo tipo, y hasta a un motín, en 1886, en el que doscientos trabajadores se levantaron contra ellos al grito de «¡Muera Bulnes, mueran los gachupines!». Riesgos del oficio. No obstante los inconvenientes, Canuto Bulnes fue capaz de remontarlos, y en 1891 forma una nueva razón social, Bulnes Hermanos Sucesores, de la que resultó elegido presidente, como es natural, aunque no ejerció el cargo por mucho tiempo: falleció el 12 de octubre de 1892, a los 56 años .