La célebre serie televisiva «Doctor Mateo» ha asociado la actividad médica rural con una de las más bellas localidades marineras de Asturias. Sin embargo, mucho antes ya había existido el verdadero e histórico médico de Lastres, Pedro Villarta Encinas, un hombre que ofreció a su hija Ángeles la mejor formación que pudo darle y una gran independencia de vida. Aquella niña estudió en Suiza y al volver a su pueblo, ya durante la Guerra Civil, presenció la llegada de un buque alemán sobre el que escribió un artículo titulado «Junto al navío de guerra». Fue la primera colaboración periodística de una mujer que se incorporaba a una profesión con escasísima presencia femenina.

Fue persona pionera en el periodismo tanto por su sexo como por su inquietud. «Yo quería hacer cosas diferentes y gracias a mi independencia viajé mucho: en Brasil conocí los cultos esotéricos, en Israel viví con un sefardí, y también viajé al Polo Norte». Ángeles Villarta se muestra orgullosa de que «mi padre siempre fomentó mi libertad e iniciativa y por eso bajé a la mina para hacer reportajes, o entré en un manicomio para escribir sobre esa experiencia». En efecto, el director de psiquiátrico ovetense de La Cadellada, Pedro Quirós, le permitió vivir una temporada en el centro y de ahí nació el libro «Mi vida en el manicomio». «Incluso en el mundo más raro y más extraño, una puede encontrar personas afines», reflexiona hoy. Ángeles Villarta Tuñón, de 90 años, narra ahora sus «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA, y en ellas rememora cómo, por ejemplo, influirían después en su actividad literaria las «numerosas leyendas de Belmonte de Miranda», donde nació el 6 de diciembre de 1919. Cuando contaba unos 4 años su familia se trasladó a Lastres, donde se conserva la casa familiar (que precisamente ha servido de fondo a la citada serie «Doctor Mateo»). A los 11 años su padre la envía, junto a su hermana Maruja, a Friburgo (Suiza), donde estudiará hasta 1936. Gracias al dominio de idiomas adquirido durante esos estudios se incorpora a la sección de Prensa y Propaganda del Auxilio Social, el organismo creado por el franquismo para atender a niños afectados por la contienda. Tras la caída de Madrid, el 1 de abril de 1939, entró en la capital «con las primeras fuerzas y los primeros transportes, y en un momento en el que se recogía a niños que vivían en los nichos de los cementerios».

Al tiempo que sigue trabajando para el Auxilio Social, Ángeles Villarta se dedicará al periodismo, a la literatura y a la labor editorial. Colaboró en el semanario «Domingo» y en el diario «Madrid», y editó la colección de posguerra «La Novela Corta». En 1952 fundó el semanario humorístico «Don Venerando», «más popular, es decir, menos elevado, que "La Codorniz", y con un sentido del humor que tendía a lo italiano».

Publica también diversos poemarios y cuentos infantiles, pero predomina en ella la actividad periodística, en la que toca casi todos los géneros y materias: reportajes, entrevistas, crónica de moda, viajes, turismo, gastronomía, crítica de cine, reseñas literarias, artículos, comentarios... En LA NUEVA ESPAÑA escribirá la sección «El mundo es grande y terrible», y también publicará artículos seriados en «ABC». Las agencias «Pyresa», «Cifra» y «Logos» distribuirán sus textos a periódicos de toda España y también colaborará en radio y televisión. Y con la novela «Una mujer fea» ganará en 1953 el premio «Fémina», creado por Editorial Colenda.

«He escrito cantidad de entrevistas y reportajes, y cosas frívolas, pero importantes; mucho de moda, de decoración y de ferias internacionales. Visitaba las ferias de Alemania, que eran tremendas: los alemanes no te dejaban salir hasta que no lo veías todo». Al echar un vistazo atrás, Ángeles Villarta recuerda lo que le comentó un día el empresario asturiano Pepín Fernández: «Los asturianos se proyectan mejor fuera de Asturias». Esta primera entrega de las «Memorias» de Ángeles Villarta Tuñón irá seguida de otras dos, mañana, lunes, y el próximo martes.

l De Toledo a Madrid. «La familia de mi padre era de Toledo, de Alameda de la Sagra, y mi madre era asturiana, de Belmonte de Miranda. Allí nacimos todos los hijos de Pedro Villarta Encinas y de María Tuñón García-Ramírez. Mi padre, hijo de un veterinario, se vino de muy joven a Madrid a estudiar Medicina. Un tío suyo tenía un comercio de tejidos y de modas en la calle del Conde de Romanones, en una casa que era de la duquesa de Alba, una de las pocas que tenía un ascensor de los antiguos, que se movía con cuerdas y poleas. Este tío conocía a doña Mercedes Ahumada, casada con un marino con el que no tenía hijos, y por eso mi padre vivió con ellos mientras estudiaba. Era muy amigo de Francisco Tello y del ingeniero de caminos Manuel Lorenzo Pardo, que trabajó después en la Confederación Hidrográfica del Ebro. Los tres hacían excursiones de trabajo, para los experimentos de Pardo».

Consultas e investigación. «Y mi padre fue alumno de Santiago Ramón y Cajal, con el que mantuvo mucha amistad, y por esa influencia no se limitó después sólo a las consultas y a los enfermos, sino que investigaba en cuestiones de medicina. Por eso conservamos todavía hoy su despacho, con el instrumental de las investigaciones. También era muy lector y fue uno de los primeros subscriptores de la Enciclopedia Espasa, que comenzó a publicarse en 1908 y que también conservamos en Lastres».

l Médico en las minas de Olloniego. «Una vez que terminó la carrera, se fue a trabajar a un pueblo de Guadalajara y allí estuvo un tiempo, pero un compañero le hizo alguna faena y se marchó porque tenía muy claro el sentido de la amistad. Incluso se fue sin que le pagaran las remuneraciones que le debían. En aquel tiempo había una compañía grande cuyo nombre no recuerdo, con negocios en Filipinas o en Barcelona y que también tenía relación con las minas de Asturias. Su tío, el del comercio de modas en Madrid, había sido presidente del gremio de comerciantes y estaba relacionado con unas personas de esa compañía. Así que mi padre se fue a trabajar a Olloniego y estuvo una temporada trabajando como médico de la compañía. Transcurrido un tiempo, salió una convocatoria de plaza de médico en Belmonte de Miranda. Y allí se fue y se casó con mi madre, María, que era hija de un indiano que había estado en Cuba. La madre de María, mi abuela Eufrasia García-Ramírez, era de esas mujeres asturianas fuertes, que se quedan solas y llevan adelante a la familia. Se había quedado viuda con dos niñas: Ángela y María. Ángela se murió muy joven y María, ya digo, se casó con mi padre. Mi madre era un señorita de entonces, de la época, de las que llevaban sombrerín todavía; sabía bordar, incluso pintaba e intentaban saber algo de francés, que daba un poco de tono. En Belmonte nacimos todos los hermanos: yo fui la primera y después vino Maruja (María de las Mercedes), Miguel y las gemelas Carmen y Pilar».

l Fotos de Ramón y Cajal sobre Lastres. «Mi padre había trabajado en Lastres, haciendo suplencias, y allí lo habían visitado amigos como Ramón y Cajal, que era muy aficionado a la fotografía. Según me dijo un médico conocido de mi padre, se conservan fotografías de don Santiago en las que se ve la bajada del muelle con las redes tendidas. También visitó a mi padre en Lastres el padre del poeta Pedro Salinas. Eran tiempos en los que había una relación más fuerte y más íntima entre las familias. Esos amigos que iban de Madrid a visitar a mi padre vivían por la zona de Conde de Romanones y tenían una relación muy estrecha; si le pasaba algo bueno o malo a uno de ellos, acudían todos, y los hijos de unos eran los hijos de todos. Era una forma de vida que hoy no puede ser; ahora vivimos más agitados y no paramos de ir y venir».

l La llave en la puerta de casa. «Así que mi padre había hecho suplencias en Lastres y ése fue su destino como médico. Había conectado mucho con los vecinos y ellos con él. Se compenetró con Lastres hasta tal punto que condiscípulos suyos de Madrid querían que fuera a trabajar a la capital, pero no lo consiguieron. El oftalmólogo Galo Leoz me dijo una vez: "¿Qué tiene ese maldito pueblo de Lastres que no hay manera de sacar de ahí a tu padre?". Nosotras, sus hijas, éramos también unas rapacinas que andábamos con nuestros amigos por las casas de los pescadores. En Lastres hubo épocas de hambre, por escasez de pescado, pero los lastrinos eran, y lo son, gentes muy avanzadas, porque si era necesario se marchaban a donde fuese. Y así como los judíos, cuando se marchaban de España, se llevaban la llave de su casa para volver, los lastrinos que tuvieron que irse del pueblo por las hambres que hubo dejaban la llave puesta en la puerta de su casa, para que el que viniese no tuviese dificultad para meterse allí. Eso describe un poco su sicología. Hubo muchos vecinos que en esas épocas tuvieron que emigrar hacia Galicia».

l Una alegría interna. «Pero Lastres, y sobre todo sus mujeres, tenían una alegría interna que les hacía saltar por encima de las dificultades que fuesen. Hubo una época en la que iban a Villaviciosa a vender el pescado y lo hacían, decían ellas, "a la carrera", de modo que salían con su cesta de pescado y todas ellas corrían para llegar antes a la Villa y vender mejor. Luego regresaban comentando lo bien que lo habían pasado, y que si habían tenido que atravesar el río y que si se habían mojado. De modo que lo que para otros era negativo, para ellas era una forma de vida. Y la manera de ir a la pesca, con unas embarcaciones mínimas, era muy dura. En una ocasión murieron trece pescadores lastrinos y otros se salvaron yendo hasta Santander. Fue una galerna de esas imprevisibles, según me contaron mis hermanos, porque yo no estaba en Lastres cuando eso sucedió».

l Los Reyes Magos en Suiza. «Mi padre era una persona a la que le interesaba todo y estaba en todas las cosas. Una de ellas parece inconcebible para aquella época, pero él siempre decía que el siglo XX iba a ser el de la mujer, y que las mujeres necesitaban saber idiomas. Fue entonces cuando a mi hermana Maruja y a mí nos llevó a Suiza. Teníamos tan pocos años que mi padre encargó a las monjas del colegio al que fuimos, el Instituto Sainte Ursule, que celebrasen el día de Reyes y claro, hubo reyes para todas las niñas que había en el centro: polacas, griegas, etcétera. Así que hubo Reyes Magos durante una época en Friburgo, en ese cantón suizo que es católico, mientras que el resto del país es protestante o calvinista. En Friburgo se concentran varios centros y universidades católicas».

l Cuatro idiomas y Comercio. «El nuestro era un colegio grandísimo, al lado del obispado y además tenía varias dedicaciones: un colegio para institutrices, o señoritas que iban a atender a niños; otro colegio para expertas en cocina, y así, de modo que tenía secciones distintas. Estuvimos en Suiza, sin venir a España, seis años, y mis padres iban a vernos unos días en el verano. En Suiza se hablaban cuatro idiomas. Mi hermana estuvo en zona más alemana que yo, que estuve primero con niñas de la zona francesa y luego pasamos a Lucerna, que es en la que se hablaba alemán. Aprendí alemán, francés, inglés y un "piu" de italiano. En Friburgo también empecé a estudiar Comercio en la L'École Superieure de Commerce. Vivíamos en el internado que estaba en manos de las monjas y para los estudios teníamos catedráticos de la Universidad que iban a dar las clases al colegio».

l Fusilamiento y registros. «Pasados los seis años, volvimos a Lastres. Yo tenía 17 años y empecé a hacer traducciones de novelas en inglés para entretenerme, porque no las publiqué después. Y nos pillaron entonces los sucesos de la Guerra Civil. En Lastres hubo gente que se escapó y otros que se quedaron, y otros que se escondieron. Mi padre fue de los que decidieron quedarse y no esconderse. Había muchos registros, es decir, una peripecia general como en tantas partes. En Lastres fusilaron a personas, otros se escaparon y otros sufríamos cantidad de registros».

l Prisión en la Iglesiona. «A mi padre lo detuvieron y lo metieron en la cárcel. Era de derechas. Yo era joven y me metía en todos los sitios así me dijeron que fuera a visitar a tales o cuales personas. Recuerdo que fui a ver al que era el jefe de la Sanidad en Asturias, que era médico y catedrático de la Universidad de Cádiz donde alguno de mis primos había estudiado Medicina. "Yo no puedo negar que mi padre es derechas", le dije, y me replicó: "¿Una persona de derechas? Por eso mismo de inmediato yo mandaría fusilar hasta a mi madre". Fui a ver a ese señor a Gijón y también visité a Belarmino Tomás, el presidente del Consejo de Asturias durante la guerra, que por cierto se portó correctamente. Yo me metía donde fuese y como fuese. Mi padre estaba preso en la Iglesiona, en el Sagrado Corazón de Gijón. Había una red que dividía la zona de los presos y la de los que íbamos de visita. Entonces se formaba un griterío de unos y otros y no nos entendíamos nada, pero al menos nos veíamos».

l Altercado y diagnóstico. «Estuvo preso en la Iglesiona y hubo un episodio dramático, el día que dijeron que le iban a fusilar. Hubo un altercado de los milicianos con mi padre y el director dijo: "Bueno, dejadlo, que esta noche va a dormir bien". Pero sucedió otra cosa: de pronto, un miliciano que estaba jugando, se cayó, y el director pidió un médico. Mi padre no se presentó. "Pero usted ¿no es médico?". "Sí, yo creo que sí, pero dicen ustedes que no lo soy". "Pues ahora va a ver qué pasa con este chico". "Este chico tiene rota la base del cráneo y vivirá dos o tres horas". Efectivamente, a las pocas horas el chico se había muerto. Ese día no fusilaron a mi padre».

l Ideas tremendas y personas buenas. «Luego resultó que de Belmonte vino un señor que era socialista, claro está, y que lo había nombrado secretario del Ayuntamiento. Se llamaba Pumarada y cuando llegó de Belmonte vino a ver a mi padre: "Don Pedro, yo estoy aquí con usted". Y gracias a él lo de mi padre se aplacó. Belarmino Tomás me había dicho que con mi padre "se hará lo que se pueda". Así como el catedrático compañero de mi primo en la Facultad de Medicina de Cádiz me había echado con cajas destempladas, pues Tomás se portó correctamente y el socialista Pumarada también suavizo las cosas. No son las ideas, sino la manera de ser, la humanidad de las personas. Las ideas pueden ser tremendas, pero si algún hombre bueno toma esas ideas, les da forma y las suaviza y hace todo lo que puede. En la guerra hubo buenos que fueron malos, y malos que fueron buenos. Así son las cosas. Antes de acabar la guerra, mi padre vuelve a Lastres, y decía: "Es muy duro tener que atender y curar a las personas que tú sabes que pedían tu muerte e hicieron todo lo posible por ello"».

Mañana, lunes: segunda entrega de las «Memorias» de Ángeles Villarta Tuñón.