Cuando el 1 de junio de 1951 moría en México el catedrático Rafael Altamira se frustraba la más que probable concesión, meses después, del premio Nobel de la Paz a quien fue uno de los grandes profesores en la historia de la Universidad de Oviedo. Nunca sabremos si aquellas más de quinientas peticiones llegadas al comité del Nobel desde todo el mundo, con especial énfasis desde América, hubieran fructificado en el premio, pero sí sabemos que habría sido un premio justo.

Rafael Altamira fue -es- muchas cosas: historiador, «americanista» (dice la inevitable Wikipedia digital), un humanista en toda regla, un jurista excepcional, escritor, pedagogo enamorado de la filosofía de la Institución Libre de Enseñanza, uno de los padres de la Extensión Universitaria y fundador del Grupo de Oviedo, catedrático de Derecho Español en la Universidad de Oviedo y el hombre que protagonizó el viaje mítico hacia América, comisionado por la institución académica asturiana para unir lazos y entrelazar sentimientos.

Altamira escribió después «Mi viaje a América», el resumen desde la nostalgia de casi un año de ir y venir constante, más de 300 conferencias y una experiencia intensa y prolongada en un momento vital de las relaciones entre la madre patria y las antiguas colonias. Hacía poco más de diez años que España había perdido sus últimos territorios en el Nuevo Continente tras el desastre de Cuba y las relaciones a todos los niveles se encontraban en estado agónico.

Desde junio de 1909 a marzo del año siguiente, Altamira recorre, siempre entre multitudes, Argentina, Chile, Uruguay, Perú, México, Cuba y los Estados Unidos. Fue un viaje fraguado durante las celebraciones del 300 aniversario de la fundación de la Universidad de Oviedo -o sea, hace ahora un siglo justo-, y apadrinado por Fermín Canella, el rector de la Academia. Un viaje que ahora recuerda la nieta del catedrático, Pilar Altamira, con su libro «Diálogos con Rafael Altamira», presentado el pasado miércoles en la embajada de México en Madrid. Unos diálogos ficticios, pero con poso de verdad porque la voz del «viejo» Altamira llega a través de los múltiples escritos que fue dejando a lo largo de su vida.

Altamira había llegado a Oviedo en 1896, con apenas 30 años. Era alicantino pero Asturias le iba a marcar para toda la vida. Aquí se casó tres años más tarde con la leonesa Pilar Redondo, y en Oviedo nacieron sus tres hijos, Rafael, Nela y Pilar. «En Asturias permaneció hasta 1911 -recuerda su nieta- cuando le nombran director general de 1.ª Enseñanza. Le apasionaba la pedagogía y creo que ese nombramiento hizo que no aceptara alguna de las propuestas que tenía provenientes de universidades americanas», entre ellas la de Columbia.

El libro y el documental que a tal efecto rodó Álvaro Ramos, bisnieto de Altamira, incluyen unas fotografías sorprendentes: Rafael Altamira saluda desde el balcón del Ayuntamiento de Alicante a una multitud que abarrota la plaza y que se había congregado para recibirle. Altamira convertido en héroe popular; Altamira, que no era futbolista ni cantante de moda, sino un intelectual que había logrado el milagro de la reunión entre las dos orillas del Atlántico. Impensable hoy.

América había dado la espalda a España, y quizás el sentimiento era mutuo. «Por entonces no se importaba ni un solo libro español, nos habían relegado totalmente, y el abuelo se reunió con profesores, con alumnos, editores, empresarios... con todos los sectores de América», explica la nieta de un trabajador incansable.

Había pisado tierra española, tras su largo periplo, el 30 de marzo de 1910. Dos días más tarde, el 1 de abril, pasa por Alicante, se da un baño de multitudes y en seguida enfila viaje a Oviedo. Apenas le quedaban unos meses en la capital asturiana porque tras tomar posesión de la Dirección General de 1.ª Enseñanza saca poco después la cátedra de Historia de las Instituciones Políticas y Civiles de América en la Universidad de Madrid.

Pero quedémonos en ese primero de abril de 1910, el día del reencuentro con su tierra natal. El diario «Información», de Alicante, recordaba el pasado miércoles la efeméride. El jurista fue homenajeado durante cuatro días, fue nombrado hijo predilecto de la ciudad, se dio su nombre a una calle y recibió los honores de hijo adoptivo de varias localidades de la provincia, entre ellas Elche. En Asturias la bienvenida no fue tan explosiva.

Pilar Altamira recuerda la admiración que su abuelo profesaba al rector asturiano Fermín Canella. «Es Canella el que escribe a todas las universidades y centros culturales americanos para informar del viaje de Altamira» y pedir una buena acogida. Canella había «cocinado» ese viaje estratégico desde su despacho de la Universidad de Oviedo. La elección de Altamira para protagonizarlo no fue casual. «Mi abuelo pasaba por ser el mejor orador de España. Hablaba maravillosamente pero además sabía muy bien lo que decía». Ese dato, que figura en todas las reseñas biográficas, de las 300 conferencias y charlas en diez meses no es una exageración consolidada en el tiempo, sino que está perfectamente documentado. Nuevos encargos alargan la estancia de Altamira en América «y en muchas ocasiones son los propios emigrantes los que ayudan a pagar los gastos».

La Guerra Civil trunca un destino y obliga a encarar otro bien distinto. Rafael Altamira está de vacaciones en Riaza (Segovia) donde la familia sigue manteniendo una casa de campo llena de recuerdos, cuando se produce, el 18 de julio de 1936, el golpe militar de Francisco Franco. Allí permanecen, en el extrarradio rural, hasta finales de agosto, cuando Altamira tiene que tomar una decisión. Quince años antes, en 1921, había sido nombrado uno de los nueve jueces fundadores del Tribunal Internacional de La Haya, el órgano para la defensa de los derechos humanos creado por la Sociedad de Naciones. En La Haya la pulcritud de pensamiento y la experiencia como jurista convirtieron a Altamira en uno de los miembros imprescindibles en el Alto Tribunal.

Altamira quiere volver a La Haya pero se encuentra con las fronteras españolas cerradas. Opta entonces por acudir a la Junta de Generales de Burgos, zona nacional, y solicitar la marcha del país para reintegrarse a su despacho. Tenía pasaporte diplomático, en aquellos momentos todo un salvoconducto que abría muchas puertas. Efectivamente, le conceden permiso pero la salida de España no iba a ser tan fácil. Pilar Altamira, su nieta, explica que «en Navarra fue detenido por una columna de requetés y está a punto de ser fusilado. Viajaba con su hija Nela, que empieza a mandar telegramas a distintas embajadas europeas hasta que consigue que lo liberen».

Se instala en Holanda, al lado del Tribunal, pero aquello dura poco. La tragedia está a punto de cernirse sobre Europa y cuando los nazis invaden el país, Rafael Altamira tiene que marcharse. El Tribunal de La Haya es cerrado (malos tiempos para los derechos humanos). Altamira se instala en Bayona (Francia) hasta que los alemanes entran asimismo en suelo galo. De allí a Portugal, en medio ya de penurias económicas familiares muy evidentes. Es cuando México sale al encuentro, como hizo con tantos intelectuales españoles. Altamira había creado en la capital mexicana la cátedra de Historia del Derecho. Poco podía sospechar en 1909 que 35 años después aquel país que le había recibido con los brazos abiertos iba a proporcionarle, además, una casa y una nueva patria.

«Y en México muere, a los 85 años de edad, dando clases hasta el último día. El abuelo se había ido a América con sus dos hijas. El hijo varón, Rafael, mi padre, se quedó en España porque entre otras cosas se acababa de casar», dice Pilar Altamira. La guerra separó las dos ramas familiares. Una, la mexicana, tuvo la suerte de convivir con Rafael Altamira; la otra, la española, tiene ahora el privilegio de mantener viva su memoria más allá de los ámbitos más cercanos e íntimos.

El libro «Diálogos con Rafael Altamira», tras su puesta de largo social en Madrid, será presentado en la Universidad de Alicante, y más adelante en Ciudad de México y en Buenos Aires. Además de distintos homenajes que se planean en la comunidad valenciana, la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en Santander, organizará este verano un curso sobre la figura de Altamira. Su nieta quiso presentar el libro en la Universidad de Oviedo, entidad que coedita el volumen junto con la Universidad de Murcia, pero al parecer problemas económicos lo impidieron. Puede que, como suele ser habitual, Asturias se quede dramáticamente corta en el recuerdo a quien fue uno de los grandes protagonistas del momento más glorioso de la Universidad asturiana.