Ya era aquel Colombres, según dejó escrito Sarandeses, «un pueblo a la moderna», un sitio «con buenas calles y plazas, excelente caserío, magníficas consistoriales, hermosa iglesia, excelente cementerio, abundante agua y espléndido alumbrado público». La modernidad ya no es eso, pero lo que queda de lo que fue moderno permanece ahí, con cierto magnetismo intacto, pero con más de una necesidad de no convertir para siempre a Colombres en un museo de la emigración y una villa residencial a tiempo parcial. Los vestigios de ese esplendor resisten en muy buenas condiciones a lo largo de un territorio salpicado de notables muestras de arquitectura indiana, indispensable la Quinta Guadalupe -sede del Archivo de Indianos-, pero también la Casa de Piedra, hoy de Cultura, la de Las Rabucas -residencia de los hermanos Manuel y Luis Ibáñez Posada, ejemplos de indianos filántropos y hacedores de la prosperidad de su pueblo natal- o la más vista últimamente, la Casa Roja, la de «La señora» en la serie de Televisión Española.

Y si Colombres fuera «señora», rejuvenecerla sería el reto. Por fuera ya está. Los restos de toda aquella modernidad han sobrevivido hasta hoy, sí, pero conectados con los efectos de una explosión urbanística que a pequeña escala también ha alcanzado a Colombres y que al final de la primera década del tercer milenio adopta aquí la forma de una plantación de segundas residencias y alguna población importada. Físicamente, el resultado es una apreciable extensión de viviendas de reciente construcción que duermen cerradas cualquier martes de enero y que empiezan a dar abundantes señales de vida cuando el resto del mundo se va de vacaciones. Eso es lo que tiene; lo que le falta, «la vitalidad de un desarrollo comercial y económico», «alguna actividad que sea capaz de fijar a la población más joven.

Así se ve Colombres desde la ventana de Manuel Collera, ganadero, ex concejal y presidente de la Fundación Ulpiano Cuervo, que regenta una residencia de la tercera edad con cuarenta plazas. Todas completas. A Colombres, dice, va a caer la gente del entorno rural del concejo, la villa gana población en parte por eso, «porque tiene servicios que faltan en el resto de las localidades del municipio» y porque colecciona atractivos y singularidades de sobra, pero al lado necesita que crezcan alicientes para la juventud, vida comercial, algo más que ofrecer a los que decidan no tomar la autovía hacia Santander o la N-634 hacia Llanes y quedarse aquí a evitar la mutación irreversible de Colombres hacia «una villa para personas mayores y turistas ocasionales». El problema es que ya no está la planta de producción láctea que Clesa tenía en Bustio ni cuajó el proyecto para la transformación de algas que se instaló en su lugar. Ni sobreviven la panificadora de Vilde ni la cerámica de La Franca y los que sí siguen aquí abrirían los brazos a «alguna pequeña industria que colocara a sesenta o setenta familias».

Con la ganadería «en caída libre», Antonio Álvarez Boeta, «Toñito», 83 años y un diminutivo muy bien justificado a pesar de su edad, ya no ve pasar vacas por las calles de la villa ni las huertas que «antes tenía todo el mundo en Colombres», pero tampoco un paisaje de actividad económica y comercial suficiente para completar la transformación urbana. Para que Colombres se dedique por entero al sector servicios, para ser completamente urbanos, «aún nos falta ese punto», remata Manuel Collera. La crisis frenó el optimismo que hace unos años contenía un estudio de la consultora Mer Consulting para el Ayuntamiento de Ribadedeva, pero están a tiempo. Los cimientos están puestos gracias al estallido inmobiliario de los últimos años, pero las nuevas urbanizaciones, a la vista está la del barrio de El Redondo, «han quedado mayoritariamente para segundas residencias». Y eso también sirve... A veces. Es «muy bueno para la vida del pueblo», tercia José Manuel Castro, de la Asociación Juvenil Pumarada, pensando en toda la actividad que por momentos desborda Colombres en verano, aunque en la otra cara de la moneda persistan los largos inviernos en los que «te das cuenta de que somos cuatro y de que para vivir aquí, para los jóvenes, cada vez hay menos salidas».

Y el brillo del verano, cada vez más fugaz. «Se reduce prácticamente al período que va del 20 de julio al 25 de agosto», interviene Asunción Gutiérrez, directora del Coro de Ribadedeva. Pasadas las fiestas, es como si se hiciese un barrido». Colombres revive en Semana Santa y el bar de Calama Hassna bendice el Camino de Santiago y este año santo compostelano que prometen traer por la senda que sube desde Bustio a «madrileños, vascos, extranjeros...». Dejando aparte el verano y los tradicionales períodos de vacaciones, no obstante, la villa se sobresalta también con otros momentos puntuales de lucidez creativa que se han abierto gracias a algunas iniciativas de nacimiento reciente. Los vecinos citan la concentración de motos clásicas que desborda la villa en octubre o la feria indiana que explota cada mes de julio desde hace dos años las potencialidades turísticas del esplendoroso pasado emigrante del Colombres actual. Pero es el turismo todavía un nudo esencial en ese tejido empresarial y comercial que agitaría la vida de la villa. Un nudo sin deshacer. «No hay apenas infraestructura hotelera», alerta Antonio Álvarez. «Para dormir y comer hay problemas».

Se comparan con Unquera y sienten que en algún sentido pierden. La primera villa cántabra al otro lado de la ría de Tina Mayor «no tiene prácticamente ningún atractivo estético», califica Manuel Collera, marcando de entrada las distancias, «y, sin embargo, está dotada de muchos más servicios». La explicación, interviene Asunción Gutiérrez, puede emerger ya desde el primer vistazo, al observar dónde está Colombres, que a diferencia de algunas villas de su entorno «no es un sitio de paso hacia ningún lado. Unquera tiene en ese aspecto mucha más caída», afirma Gutiérrez.

Pero en la capital ribadedense no faltan las posibilidades de crecimiento y desarrollo, no les dejarían mentir los aproximadamente 20.000 visitantes anuales del Archivo de Indianos. Oportunidades de paso, para darle una vuelta ocasionalmente, y de residencia, para quedarse. Porque la villa, un recorrido rápido basta, no ha dejado de ser un lugar «ideal para vivir». Por bella, pulcra, cuidada y tranquila, viene a decir el diagnóstico de Asunción Gutiérrez, pero también por bien comunicada, aunque haya en este punto mucho más que discutir. Toñito llega en tres cuartos de hora al centro de Santander y «en 35 minutos a El Corte Inglés» de la capital cántabra, pero se aleja en verano «a media hora de Llanes», a un promedio de unos cincuenta kilómetros por hora por el único tramo inacabado de la Autovía del Cantábrico en el oriente asturiano. Así son las servidumbres de la vida en el extremo del último tapón que le queda a la autovía por el este de Asturias, así se cuantifican los problemas que causa el retraso en la finalización del tramo Unquera-Llanes para la rapidez de los desplazamientos, pero también y, sobre todo, «para la seguridad», afirma Asunción Gutiérrez.

Es indispensable retroceder hasta un pasado, no tan lejano, en el que el viaje hasta Oviedo era una odisea, y concluir que las comunicaciones por carretera de esta franja del ala este del Principado han progresado exponencialmente en los últimos años, pero el parón de Unquera-Llanes aleja Asturias de Colombres. Por eso no es raro que los niños nazcan cada vez con más frecuencia en Torrelavega o Santander ni que el remate de la Autovía del Cantábrico haya ascendido hace mucho tiempo a prioridad indiscutible en las reclamaciones de los vecinos de Ribadedeva.

La pérdida progresiva de algunas cabezas tractoras en el desarrollo comercial y económico del municipio hace a los vecinos de Colombres elevar su petición de dinamización del tejido industrial. A su juicio, la villa cuenta con atractivos estéticos y de calidad de vida suficientes para atraer y fijar población, pero le faltan empresas a las que enviar a esos nuevos pobladores. Colombres no es, por lo demás, ajena al fenómeno migratorio, con un grupo «bastante numeroso y asentado de emigrantes con su trabajo y su contribución a la vida local», afirma Asunción Gutiérrez.

Se entiende como un logro la Enseñanza Secundaria en el Instituto de Colombres, pero se teme por el cuartel de la Guardia Civil, que «toda la vida estuvo aquí», afirma Antonio Álvarez Boeta. Para aprovechar todo el tirón turístico de la villa, por lo demás, las solicitudes plantean más sitios donde comer y dormir y ayudas para la puesta en marcha, porque la inversión de partida siempre será muy alta.

Para el sector más joven de la población colombrina, ni siquiera la vivienda social cubre la exigencia de un precio accesible. José Manuel Castro, representante de la Asociación Juvenil Pumarada, considera excesivo que al menos hace algunos años «un piso de dos habitaciones estuviese aquí a 150.000 y 170.000 euros».

La aceleración de las obras del tramo de autovía entre Unquera y Llanes manda sin discusión entre las reclamaciones más urgentes de los habitantes de Colombres, que comparando se ven más cerca del centro de Cantabria que del asturiano. Los tiempos de desplazamiento han bajado hacia Santander y siguen estancados con el centro de Asturias, sobre todo, por el tráfico en verano.

Los perjuicios que generan son superables, afirman algunos pobladores de la villa ribadedense, que tuvo viejos atisbos de rencillas con algunas localidades de su entorno, como Pimiango o Noriega.