Ellas prefieren ir de tiros cortos, no es que los largos las molesten e, incluso, aseguran que son coquetas, que les priva ir de tiendas y más de una pisó ayer la peluquería para posar en esta foto, pero si les ponen delante el pantalón de monte no hay tacones que les hagan recular en su intención: cazar. Son pocas, según la Consejería de Medio Ambiente en Asturias hay 1.549 licencias de caza con validez para 5 años y 8.051 para un año, pero no se pueden cuantificar cuantos de estos documentos llevan nombre de mujer. «No somos ni una por cuadrilla, unas cincuenta como mucho en todo Asturias», aseguran. Enamoradas de este deporte que, tradicionalmente, siempre estuvo vinculado al hombre y cansadas de que se les cuestione por presumir de rifle fuera de sus cuadrillas, donde aseguran que están muy a gusto, LA NUEVA ESPAÑA ha reunido en Cenera (Mieres) a nueve mujeres cazadoras de la región, que explican su pasión por el monte, el rastreo, los jabalíes y la adrenalina del disparo. Ellas apuntan alto.

l Patricia Álvarez, la guaja de Campomanes tiraba al monte. A los 12 años decidió subir con su padre por primera vez a ver una cacería que organizaba su tío Quico. No lo puede explicar, pero ese día sintió que quería disparar. Por eso a los 17 se sacó la licencia de armas. Su abuelo intentó más de una vez que su nieta se aficionase a otras cosas menos peligrosas. «¿Qué pinta la guaja en el monte?, nun veis que se va a mancar», alertaba el abuelo por casa; pero ella, ni caso. Los sábados de temporada recoge de los bares a las una de la madrugada, justo cuando sus amigas empiezan la noche. Nadie le pone hora de llegada pero ella quiere ir bien despierta a la cacería. «Es que me presta mucho», dice Patricia, que estudia segundo de Bachillerato en Pola de Lena. El año pasado abatió un corzo y cuatro jabalíes. «Ahora mi abuelo también está encantado», asegura.

l Begoña Vena, la cazadora romántica. Lo de ir al monte con su marido le parece lo más romántico del mundo porque, según explica, «nos ponen uno a cada lado del monte y no nos oímos en toda la tarde». Begoña Vena es de vocación tardía, empezó a cazar a los 43, pero sólo han pasado cuatro años desde aquel día y dice que lleva la caza en la sangre, como en su apellido. Es de El Entrego, ama de casa y limpiadora. Está cansada de que la gente le pregunte cómo le puede gustar matar animales. «Es un deporte como otro cualquiera y si lo pruebas, te engancha», explica. Begoña Vena ha tenido que sacrificar las mañanas de vermut y tapa para ir a cazar, pero está encantada. «Ya ni me acuerdo de lo que hacía antes», asegura.

l Carla Antuña no nació para ser cajera. Cuando trabaja de dependienta en una de las superficies comerciales más famosas de Asturias marcó en el currículum su afición: la caza. Llevaba uniforme azul marino, con los ribetes de los bolsos en verde, pero no era lo suyo así que decidió luchar por otro uniforme, el de guarda de caza. A sus 29 años lo consiguió y lleva desde septiembre en el puesto. Carla Antuña también es cazadora. Dice la joven langreana que la sensación de apretar el gatillo y matar a la pieza no se puede comparar con nada porque en un minuto te sube toda la adrenalina. Defensora de su trabajo y su deporte, asegura que quienes critican la caza no saben de qué hablan. «Los controles cinegéticos son necesarios porque puede propagarse plagas y porque si no se hacen, habría muchos más daños en las fincas», explica. Carla no pintaba nada detrás de aquel mostrador, donde sus compañeras dedicaban el tiempo libre a patinar o a ir al cine.

l María Isabel González, la suerte de la novia cazadora. Sacando pecho van el novio y el suegro de María Isabel González a cazar, porque ella les acompaña. «Todos le dicen a mi novio que tiene mucha suerte porque compartimos esta afición», explica la joven de Turón. Tiene 20 años y aunque cuando recuerda el primer día que fue al monte todavía le entra el frío en el cuerpo, decidió no abandonar a la primera. «Estuve no sé cuantas horas sentada al lado de un reguero de agua, muerta de frío y para nada», comenta con gracia. Lo mejor de todo... «llegar a casa y contarle a mi madre todo lo que hicimos», explica. Es la única mujer cazadora en la familia y entre su grupo de amigas, pero en la cuadrilla hay también otras dos chicas. Ahora, una vez consolidada y decidida la afición, «busco un trabajo, pero que pueda compatibilizar con la caza».

l Julia Álvarez , la mujer que aborrecía las armas. No le gustaban los disparos ni en las películas, no soportaba caminar ni hacer ejercicio y si alguien le hubiera dicho hace algunos años que acabaría siendo cazadora, le llamaría, al menos, loco. Julia Álvarez Merino es ovetense y estaba acostumbrada a mirar a los animales del Parque San Francisco, pero tanto vivir con un cazador, su marido, que acabó yendo un día al monte. «Por insistencia», explica ella. Dice que cuando se dio cuenta ya estaba estudiando para sacarse el permiso de armas, y lo hizo. A sus 36 años asegura que sus amigas siguen diciéndole que está chiflada, desde que aparcó otras aficiones como las rebajas o los escaparates para «tirarse al monte», pero Julia tiene claro que una vez pillado el tranquillo al gatillo no lo piensa dejar. «Para mí es emocionante, muy emocionante», asegura. Ahora los disparos, casi le suenan a música.

l Marta Cabrera, peina perros y mata jabalíes. Esta joven mierense de 22 años es una apasionada de los animales, por ello se dedica como profesional a peinar perros, es peluquera canina. Después, lo fines de semana se pone el traje de camuflaje y sale a cazar. Ella cumplió el deseo que su madre nunca pudo llevar a cabo: ser cazadora. Dice que le encanta subir por las mañanas, ver amanecer entre los árboles, escuchar a los animales y esperar hasta que un jabalí o un corzo se cruza en su camino. Su padre era cazador, falleció hace dos años y esto todavía le dio más fuerzas para seguir luchando por un deporte «que no es de hombres» asegura.

l Ana Beatriz Cabrera empezó retorciendo cuellos de gallinas. La historia la cuenta su hermana Marta Cabrera que asegura que las dos siempre han estado en contacto con los animales y que en su casa, «siempre matamos pitas y conejos». Pues así empezó todo, pero que nadie piense que Ana Beatriz sólo piensa en matar los animales, al contrario. Su amor por la caza se forjó haciendo esperas de la mano de su padre en el monte y, de hecho, se sacó la licencia hace un año, con 33. «Cuando se murió mi padre quise tener un vínculo de por vida con él y pensé que ser cazadora siempre me uniría a su recuerdo», y así fue. Ahora caza con su hermana, y las dos disfrutan juntas de su afición. «Yo no necesito disparar para que me guste cazar, he estado años yendo al monte sólo para ver y sentir la naturaleza, pero matar una presa también tiene su punto», asegura Ana Beatriz, que trabaja en un almacén de ropa como administrativa. Hoy domingo no hay caza, pero las dos hermanas se sentarán en la cocina con su madre para hablar de lo que más les gusta, lo que ella no pudo ser: cazadora.

l Concepción Viesca va a cazar de plano. Tiene 28 años y es de Pola de Lena. Es cazadora y coqueta y sólo va de plano para ir al monte. «Es un error pensar que las mujeres cazadoras somos bichos raros, no es así», dice convencida. Le encanta este deporte pero matiza que tampoco vive por y para ello, «yo me compagino bien, y sigo saliendo como antes, me niego a recoger primero», matiza. Conchi es de las pocas que reconoce que, a veces, en el monte, mientras esperas se pasan ratos aburridos. «Otra cosa es que merezca la pena esperar, pero no se puede negar la evidencia», aclara. La cazadora de Pola de Lena asegura que lo mejor para disfrutar de la caza es «juntarnos todos juntos para cenar y comentar las jugadas». Ella todavía tiene en el recuerdo el jabalí que mató en la cacería de mujeres, organizada semanas atrás. «Es un recuerdo muy especial», añade.

l Mónica Menéndez, una mamá con pistola. Su hijo se encargó de divulgar por el cole que su mamá tiene pistola y algunos hasta se asustaron. Mónica Menéndez no sólo es cazadora sino que, además, conduce una moto de gran cilindrada, por eso, «estoy curada de espanto, me da igual lo que me digan porque yo siempre hice lo que me dio la gana». De Pola de Siero, ingeniero técnico de Minas y de 31 años, explica con gracia que el que nunca cazaría es su marido. «El es todo paz y amor», afirma. Sale a las cacerías desde hace dos años y ha tenido la suerte de matar una presa, además asegura que en su cuadrilla hay muy buen ambiente y que no se aburre, porque aunque le toque esperar siempre tiene la emisora que le entretiene.

Nueve mujeres han puesto cara a uno de los deportes que cada vez va ganando más presencia femenina. No se trata de una lucha, pero sí de poder disparar a las presas sin que nadie las cuestione. Aseguran que cazar bien es cuestión de acertar, lo fórmula del éxito consiste en echarle horas y tener suerte. Ahora, cuando cazan un jabalí disfrutan comiéndolo con sus compañeros de cuadrilla, «antes nos tocaba cocinarlo», aseguran. Prefieren no estar en el punto de mira, pero esta vez les ha tocado. Será que ya apuntan alto.