«Mi padre, con una deficiencia muy grande de salud, no quería que estudiáramos Bachillerato ni carrera, para mantener a todos los hijos a su alrededor»

«Una protesta universitaria contra Inglaterra acabó con piedras para El Corte Inglés»

Gonzalo Anes y Álvarez de Castrillón (Trelles, Coaña, 1931), acaba de ver recompensada su labor académica, investigadora y docente -como historiador de la economía- con el título de marqués de Castrillón, concedido por don Juan Carlos I. Justo en el momento de recibir este honor, Gonzalo Anes evocó la figura de su madre, Magdalena Álvarez de Castrillón y Fernández Labandera, tanto para dedicarle el título como para rememorar que fue ella «quien impulsó a todos sus hijos al estudio y a la lectura; de no haber sido por ella, yo ni siquiera hubiera hecho el Bachillerato». Esta pieza de su vida se incluye en estas «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA, que arrancan con una «infancia y adolescencia rural», envuelta en lecturas aconsejadas por su madre, y culminan en el presente, justo cuando se están publicando los 50 volúmenes -800 páginas cada uno- del Diccionario Biográfico Español, una obra que Anes ha impulsado y guiado como director de la Real Academia de la Historia, cargo que ha venido renovando desde 1998. Gonzalo Anes habla con orgullo de la criatura: «Es la gran obra de la Academia, con más de 40.000 biografías». Estudiante de la Ciencias Económicas (1952-1957), Anes se orienta a la Historia Económica y publica su tesis doctoral -«La agricultura española en el tránsito del Antiguo y el Nuevo Régimen»- en 1965. Al año siguiente oposita y obtiene cátedra en Santiago, y en 1968 en Madrid.

Será catedrático de Historia e Instituciones Económicas hasta su jubilación. Había recibido ya la influencia del pensamiento liberal de sus maestros de Facultad y además se había incorporado a la Sociedad de Estudios y Publicaciones del Banco Urquijo, refugio de pensadores no del todo bien vistos por el régimen (Zubiri, Julián Marías...). En 1978 fue elegido miembro de número de la Real Academia de la Historia, que «es un reducto de aperturismo y de libertad en la época de Franco». Narra una anécdota al respecto: «En 1958 la Academia tiene que elegir un representante para las Cortes de Franco y lo hace a cara o cruz; es cuando Gabriel Maura dice que "porque tenemos voluntad política es precisamente por lo que no queremos participar en esas Cortes"». En 1980 es nombrado consejero del Banco de España, hasta 1989. «Me telefoneó una noche el ministro Leal, de UCD: "Me tiene que decir en este momento si acepta". Y por primera vez en mi vida me sentí un poco desconcertado y dije que sí sorprendiéndome a mí mismo de decirlo tan naturalmente». Toma posesión del cargo «en un momento terrible, con una crisis económica terrorífica en España, aunque no teníamos el desánimo y la angustia que se vive en esta crisis del presente». Presencia la intervención de Rumasa, en 1983, «de la que tengo que decir que el Banco de España se enteró a posteriori, sin que dijera que había que ejecutar tal medida». Ha sido también consejero de varias empresas (Repsol, Cementos Portland...) y en el presente preside del comité de auditoría y control de FCC.

«Cuando llegué al Banco de España llevaba más de veinte años con dedicación exclusiva a la investigación, a los archivos, pero ser consejero de un banco o de una empresa le pone a uno en la realidad, y nada mejor que estar en la realidad para interesarse por el pasado; la meditación de la historia ayuda a tener en cuenta factores que pueden pasar inadvertidos si no se tiene conocimiento del pasado». Se define en lo personal como «soltero impenitente, por demasiado espíritu de libertad, de independencia». A esta primera entrega de sus «Memorias» seguirán otras dos: mañana, lunes, y el martes.

l Satisfacción de una madre lectora. «Mi infancia y mi adolescencia son rurales y estudié el Bachillerato en el Liceo Santa María de la Barca, en la villa de Navia, aunque hay que tener presente que la formación más importante la recibí en casa, con una madre especialmente interesada por la lectura y que supo de manera indirecta influir en nosotros, sus hijos, seis varones, para que fuéramos también lectores. No sé cómo lo hizo, porque no podía oponerse directamente a mi padre, pues él era enemigo de que leyéramos novelas; creía que nos llenaban la cabeza de fantasías. Pero ella sí quería que leyéramos y se le veía la satisfacción cuando lo hacíamos. La primera novela que leí fue "La aldea perdida". Tenía 8 años y empecé a leerla sin gran interés, un poco por ver qué era aquello; pero en las primeras páginas ya me interesó tanto que en todo momento libre que tenía me ponía a leer. Y recuerdo que ella me miraba con gran satisfacción».

l Supeditación al marido. «Con lo cual fui lector infantil de novelas importantes, desde los 8 a los 14 años, y no se diga después, mientras hice el Bachillerato. Llegué a leer de muy joven "La Regenta", creo que a los 14 años, y con el beneplácito de mi madre. Pasados los años, le pregunté por qué no había puesto objeciones a la lectura de esa novela y de otras prohibidas entonces, y ella me respondió que no podía justificar que pudiera leerlas ella y no yo. Mi padre decía aquello de las fantasías en la cabeza, pero no hacía nada para impedir que leyéramos. Eran frases que soltaba de vez en cuando, y suficientes como para que ella no adoptara una actitud activa en su contra, ya que la supeditación de la mujer a los criterios del marido eran total entonces. Además, no podía contradecir a mi padre cuando él nos recomendaba algo, y las actitudes de ella y de él se mostraban, ante nosotros, siempre acordes».

l Apellidos compuestos. «Mi madre, Magdalena Álvarez de Castrillón y Fernández Labandera, era originaria de la misma parroquia de Trelles, de un lugar que se llama Vivedro. De ahí era su padre; y su madre, de un pueblo más importante, Arbón. Y todos los antepasados maternos y paternos eran del valle del Navia. El apellido "Castrillón" corresponde a la aldea del concejo de Boal situada en la vertiente derecha del río Navia. Mi madre descendía de la casa solar de esa aldea, "por línea recta de varón legítimo", como consta en los padrones de división de estados de los concejos de Boal, Navia y Coaña. Mi padre, Alejandro Anes Pérez del Pato, también había nacido en Trelles; su padre era oriundo de concejo de Coaña, y la madre, también de Trelles. No obstante, por vía paterna, mi padre tenía antecesores en Taramundi, en torno al siglo XVI. Como se ve, hay apellidos compuestos en la familia, con antecesores nobiliarios, pero tampoco se hacía alarde de ello y fue una cosa más bien comprobada a posteriori. Como caballero de la Orden de Santiago, y de la de Malta, probé mi nobleza por los cuatro abuelos».

l Costumbre de economizar. «Mi madre crió y educó a sus seis hijos con mucha entereza y mucha complacencia a la vez. Yo fui el tercer hijo, y los dos mayores han muerto. Uno de ellos, Alejandro, estudió Derecho en Oviedo y ejerció la abogacía mientras vivió; falleció muy joven, a los 36 años. Las posibilidades económicas de la familia eran las justas y suficientes. Hay un adagio inglés que dice que la delgadez y la riqueza nunca son suficientes. En todo caso, en mi casa se contaba el dinero y también nos lo hacían contar a nosotros, los hijos. Y nuestros padres nos dieron ejemplo de ser cuidadosos, de economizar, de apagar las luces innecesarias y así. Eso todavía lo tengo metido y hay veces en que voy apagando las luces por las salas de esta Real Academia. En el Liceo ingreso avanzado el tiempo. Mi padre no quería que estudiáramos Bachillerato ni carrera porque tenía una deficiencia muy grande de salud que le afectaba prácticamente a todo. Quería tenernos a todos a su alrededor y sabía que estudiar carrera significaba salir de casa. Aunque de una manera pasiva, tengo que reconocerlo, no favorecía nada que tomáramos la decisión de hacer estudios. Mi madre, en cambio, nos decía cuando él no la oía que teníamos que ser nosotros los que decidiéramos el momento de hacer el ingreso en el Bachillerato. Así lo decía ella, pero para un niño de once o doce años esa indicación no puede surtir efecto. No obstante, pasado el tiempo, pude reflexionar y pensar en ello; primero, porque me gustaba mucho el estudio y la lectura, y segundo, porque leía los libros de mi hermano Alejandro, que estaba estudiando el Bachillerato. De hecho, gracias a esas lecturas tenía una formación básica que me permitió después hacer de primero a cuarto de Bachillerato en un año».

l Voladura del puente de Navia. «Mi familia era conservadora, monárquica, de orden, y católica practicante. A los hijos nos educaron bajo los principios de la religión cristiana. De la Guerra Civil apenas tengo memoria. Recuerdo la voladura del puente de Navia y también que bajaban por la carretera, de Boal a Navia, camionetas con milicianos, mineros, se decía, y que se dirigían a Navia cruzando la ría para organizar la resistencia, pero en seguida llegaron las columnas gallegas, que reconstruyeron el puente de Navia, volado tiempo atrás desde la barra, a cañonazos, para evitar el paso de las tropas nacionales. Hubo una tragedia familiar, un hermano de mi madre que vivía en Madrid y que se unió al bando republicano; nunca se supo más de él, pero la guerra no me marcó especialmente».

l Profesores liberales y aperturistas. «Cursé Bachillerato en el Liceo Santa María de la Barca, en Navia. El examen de Estado, la reválida, lo hice en la Universidad de Oviedo; después me vine a Madrid a estudiar Ciencias Económicas. Me matriculé en 1952 y es difícil saber por qué me incliné por estudiar Económicas. Probablemente, por rechazo de otras licenciaturas. Química no me interesaba; Física, tampoco, y Derecho me gustaba, pero no lo suficiente, aparte de que mi hermano Alejandro estaba a punto de terminar la carrera. También había visto sus libros y sí me interesó la Historia del Derecho, pero no me pareció carrera para mí. Me tentaba venir a Madrid, pero no era lo que más me atraía. En todo caso, era entonces la única Facultad de Económicas que había en España. Tuve profesores como Valentín Andrés Álvarez, asturiano, que había sido catedrático de Economía Política en Oviedo. Y Alberto Ullastres, catedrático de Economía Política en excedencia, pero que daba clases de Historia Económica; lo recuerdo como un gran profesor, y sus clases eran para mí de un gran interés. Otro profesor fue José Castañeda, catedrático de Microeconomía, muy severo, muy exigente en los exámenes orales, que incluían desarrollos matemáticos muy complicados. También fui alumno de Manuel de Torres. Percibía en mis profesores que eran todos de pensamiento liberal. Valentín Andrés Álvarez, por ejemplo, era favorable a las medidas liberalizadoras, y de manera subliminal todos impregnaron nuestro espíritu de ideas aperturistas y liberales».

l Piedras a El Corte Inglés. «En aquellos años todos pertenecíamos forzosamente al Sindicato Español Universitario (SEU) y recuerdo las alteraciones estudiantiles que se produjeron por entonces. En enero de 1954 se produjo aquella algarada estudiantil tan numerosa con motivo de la visita a Gibraltar de la Reina Isabel II. La manifestación partió de la Ciudad Universitaria y los alumnos de la Facultad de Económicas, que estaba en el viejo edificio de San Bernardo, se unieron en Gran Vía. La manifestación se dirigió al Ministerio de Asuntos Exteriores y, al paso, tiraron piedras a las banderas inglesas de El Corte Inglés. Yo era compañero de Isidoro Álvarez, del mismo curso, y somos grandes amigos desde entonces. Junto a otros compañeros de curso, en vez de seguir la manifestación, subimos por la calle de Fuencarral y nos situamos junto a la Embajada británica. Vimos cómo la Policía, a caballo, quiso impedir el paso de los manifestantes, y allí quedaron desparramados libros, chaquetas? Aquello terminó en la Puerta del Sol, con vivas a la libertad. Se creó un movimiento estudiantil organizado en el que yo también participé. Teníamos claras las ideas de que vivíamos en una dictadura y de que eran necesarios los cambios. En aquel movimiento estaban Ramón Tamames, Enrique Mújica, los hermanos Pradera, Víctor y Javier; Mariano Rubio, luego gobernador del Banco de España; Juan Manuel Kindelán, ingeniero; los Bustelo, Francisco, sobre todo. Mis adhesiones y mis amistades eran ésas».

l Vilar, Labrousse y Braudel. «Terminé la carrera en 1957 y realizo los cursos de doctorado con Valentín Andrés Álvarez. Inicio estudios hispánicos de desarrollo económico en el Instituto de Cultura Hispánica, que dirigía Ramón Hermida en la Ciudad Universitaria. Eran análisis sobre la economía española y sobre los cambios necesarios; sobre cómo promover el desarrollo en España. Luego, en 1959, decidí irme a París y allí me vinculé a Pierre Vilar, y sigo sus cursos, además de los de Labrousse y Braudel, los historiadores que entonces estaban más acreditados. Había una gran diferencia entre la Francia y la España de entonces, no cabe duda; de mentalidad, de conducta de la gente, del aspecto general de todo, de los comercios, de la ciudad, del campo? La verdad es que me encontré muy bien en París desde el primer momento. Había allí un grupo de amigos importante y tuve relación muy estrecha con Vilar, una amistad que incluía ir a su casa a cenar en familia. Surgió una relación muy intima también con su hijo, Jean, y con su mujer, Gabrielle Berrogain, que era archivera de los Archivos Nacionales e hispanista también, además de notabilísima mujer. Empecé a visitar los archivos y a consultar la correspondencia diplomática y consular. Mis primeras armas como investigador las velé en los Archivos Nacionales de París, donde encontré muchísima documentación interesante para España, que recogía y anotaba cuidadosamente. Tomaba los datos y las cifras y toda la información posible. La utilicé poco, porque era casi toda del siglo XIX, pero me entrené como investigador. Allí surgió una gran amistad con Nicolás Sánchez Albornoz, hijo de don Claudio, un poco mayor que yo, que vivía en Buenos Aires, exiliado, pero pasaba aquel año en París. Era profesor en Argentina. Además de Nicolás recuerdo mi amistad de aquel tiempo con Francisco Bustelo y Juan Manuel Kindelán, ambos exiliados».

l Hacia la Historia Económica. «Ya había seguido los dos cursos de Historia Económica que el profesor Ullastres impartía en Madrid. Ya nos hablaba de las series de precios, de salarios y de las de metales preciosos llegados de América que había publicado Hamilton. Para mí no era una novedad el enfoque francés de la Historia Económica. Puede que fuese más novedad para los universitarios franceses que para mí por el hecho de que ellos procedían de facultades de Historia. Esto quiero resaltarlo, porque hay esa tendencia de decir que la Universidad española de entonces era un desastre, y no lo era. Yo, como universitario, en el París de 1959-60, no notaba diferencia, en formación, con mis compañeros, y lo mismo me pasó en Estados Unidos cuando estuve en Princeton en el curso 1975-76. En todo caso, el interés por la Historia Económica me lo inculcaron también Vilar y Labrousse, con esas tareas de formar las series de precios, de salarios, de producciones agrícolas?, lo que hacía para estudiar las fluctuaciones de cosechas y los problemas agrarios de España en los siglos XVII y XVIII, y con ello continué al volver a España. Además de seguir los cursos y acudir a los Archivos Nacionales, leí muchísimo, especialmente la revista "Annales", número a número, año por año, de la que tomé numerosas referencias y anotaciones, que conservo».

l Cátedra en Santiago y Madrid. «Pero la hora de la verdad me llegó a la vuelta a España, a finales del verano de 1960. Me vine a Madrid con una carta de presentación de Vilar, dirigida a Luis García de Valdeavellano, que me recibió como si fuera un hijo. El matrimonio Valdeavellano (ella era archivera) mantenía gran amistad con los Vilar. Durante la licenciatura mi materia preferida era ya la Historia, y en ese momento del regreso comienzo las investigaciones para mi tesis doctoral de Historia Económica, que me dirigió Valdeavellano. También me vinculé a su cátedra de Historia e Instituciones Políticas y Administrativas de España, en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas. Valdeavellano era un gran medievalista, y con un gran interés por la economía. En la Facultad en seguida me encargaron del curso de Historia de las Instituciones Políticas de América, y posteriormente accedí a la cátedra de Valdeavellano como ayudante y, después, como adjunto. En 1962 me encargaron del curso de Historia Económica de España. Estaba vacante la cátedra porque Ullastres había sido nombrado ministro de Comercio; la Junta de Facultad le pidió a Valdeavellano que propusiera a alguno de sus discípulos para encargarse de la materia y me designaron a mí. Comencé en octubre de 1962 y continué hasta 1966. Presenté en este último año la tesis doctoral y, al año siguiente, se convocaron oposiciones a la cátedra de Historia Económica. Yo las firmé, que era como se denominaba entonces la fórmula de concurrir a las oposiciones. Se celebraron en diciembre del año 1967, para tres cátedras: Valencia, Barcelona y Santiago, y elegí Santiago. Allí me fui a desempeñar la cátedra en un momento en el que había una huelga general en la Universidad de Santiago, entre enero y febrero de 1968, por descontento de los universitarios por las medidas de un catedrático, Ocón de apellido. Para entonces ya se habían convocado las oposiciones a la cátedra de Historia Económica de la Universidad de Madrid, e hice esas oposiciones también, porque descubrí que Santiago era una ciudad muy agradable, pero no para vivir allí permanentemente, al menos para mí. Yo estaba muy hecho a Madrid; esta ciudad siempre me gustó y cada vez me ha ido gustando más. Decidí hacer las oposiciones porque además tenía muy reciente la preparación de las anteriores. Me presenté y tuve éxito. Nunca he tenido grandes alegrías por mis éxitos. Y los éxitos que he tenido nunca han sido buscados por mí. Ninguno de los cargos que he desempeñado ha sido buscado, salvo la oposición, que sí la preparé y la hice, sin mucho entusiasmo al principio porque no me atraía la idea de opositar, pero una vez que me presenté ante el tribunal (éramos siete opositores) pensé que lo que tenía que hacer era poner todos los medios necesarios para tener éxito, porque las acciones si se emprenden es para conseguir lo que se quiere. Siempre he querido hacer lo que me gustaba y he tenido suerte en ello».

l En el seminario de Marías. «En aquellos años anteriores a la cátedra también me vinculé, por otra vía, por Emilio Gómez Orbaneja, a la Sociedad de Estudios y Publicaciones, una entidad de carácter cultural fundada por el Banco Urquijo. Allí estaban Zubiri y Julián Marías. Éste dirigía un seminario al que me vinculé y en el que participaban Melchor Fernández Almagro, Laín Entralgo, López Aranguren, Manuel de Terán, Rafael Lapesa, Lafuente Ferrari y jóvenes estudiosos universitarios que estábamos haciendo nuestras tesis doctorales. Otro asturiano, Luis García San Miguel, asistía también (después fue catedrático de Filosofía del Derecho, falleció hace un par de años). En aquel seminario se forjó una gran amistad con todos los que participaban en él, salvadas las distancias de edad y de formación. Era sumamente agradable. Recuerdo las tertulias con Melchor Fernández Almagro, que fue un gran historiador y gran hombre de letras, académico de esta casa y de la Real Academia Española. Nos reuníamos con él después del seminario, que era de siete a nueve, y luego le acompañábamos a su casa. Las conversaciones eran variadísimas y junto con la amistad entablada eran sumamente formativas para alguien joven que las seguía con interés. Años después, en la misma Sociedad de Estudios y Publicaciones, me nombraron director de la revista "Moneda y Crédito", incluso antes de que yo fuera catedrático. Había un consejo asesor formado por José María Naharro, Lucas Beltrán, Trias Fargas, que era catedrático en la Universidad de Barcelona; Julio Tejero, que ya era catedrático desde antes de la Guerra Civil, y, mucho más joven que ellos, José Raga. Teníamos las reuniones del consejo una vez al mes, o cuando hacía falta, porque todos los artículos que llegaban a la revista se revisaban por ese consejo asesor, que era muy cuidadoso en cuanto a la selección y a poner un filtro para no publicar artículos sin el necesario nivel científico. También había clara tendencia liberal en la revista».