Poco antes del mediodía, a la orilla del río que delimita Arriondas por el Este suenan dos grupos de niños, en total más de ochenta, unos de Granada y otros de Murcia, abordando la corriente del Sella en decenas de canoas amarillas. No aprieta el calor, no ha llegado el verano, ni siquiera el fin de semana. Ni falta que les hace. Es miércoles, abril, radiante primavera incipiente en este entorno urbano que se mueve y donde todo fluye hacia el río. ¿Todo? No, todo no. Arriondas, geográficamente también, va del río al hospital. En el extremo opuesto al Sella, lo que se oye son inquietantes sirenas de ambulancias y, de fondo, los sonidos más reconfortantes de la vida que ha dado a la villa la decisión de ubicar en ella el centro hospitalario comarcal del Oriente, desde hace casi trece años la «primera industria» empleadora en el balance apresurado de algún vecino. Y es así que en este punto de fusión entre las aguas del Piloña y del Sella se conectan también caprichosamente la sanidad y el turismo activo, dos fuentes de progreso de alumbramiento reciente que juntas han dado a luz a esta nueva Arriondas del comercio y la hostelería y del descanso y el ocio. En la salida del Descenso del Sella han ascendido la población y los servicios a un ritmo que, al decir de alguno de estos habitantes, no se ha acompasado al de la modernización estética de la capital parraguesa, donde el descenso al detalle se piden reformas, peatonalizaciones, algún lavado de cara y aparcamiento.

En la Asturias de la sangría demográfica, Arriondas también rompe el molde. Ha empezado el siglo con algo más de 2.600 habitantes que suman desde 2000 una ganancia acumulada de alguno menos de doscientos. De Parres y los concejos limítrofes caen pobladores a las vegas de Arriondas para que la villa encaje en el modelo de localidad crecida al olor de la oferta de trabajo y los servicios. Pero aquí todo estaba inventado, sólo había que saber verlo. La geografía trajo hasta aquí una encrucijada de caminos en la comunicación de los Picos con la costa. Y ésta la accesibilidad de la villa y con ella el hospital. Y Dionisio de la Huerta puso el punto de partida del Descenso Internacional del Sella y algún empresario la fórmula para exprimir todo el año el jugo de la gran fiesta que colapsa Arriondas sin remisión un fin de semana de principios de agosto. Aquí no hay playa, ni falta, y hay otros sitios más cerca de la alta montaña, pero en la capital de Parres el concepto novedoso del turismo activo emplea a más de doscientas personas y hasta catorce empresas alquilan canoas en Arriondas, calcula Manuel Villarroel, propietario de una de ellas y componente de la asociación que las agrupa. El simple alquiler de la embarcación fue sólo el principio, porque el negocio no tardó en cruzar hacia el trekking, alguna ruta en quad, el paseos a caballo, el barranquismo y el puenting en los Picos de Europa... «Desde hacer una cueva el día completo a cañones con un nivel superior o a la cara oeste del Urriellu», retrata el empresario, suficiente para vivir de ello más o menos a tiempo completo y extender riqueza y mover la economía de la villa. Las piraguas no son para el verano. No sólo.

«Al primero que se le ocurrió poner una canoa en el río habría que hacerle un monumento», propone Justo Manzano, «Titu», entreguín adoptado en Arriondas y presidente de la asociación cultural Amigos de Parres. Las cifras le acompañan con obstinación y donde las plazas de alojamiento no superaban el centenar hace veinte años, interviene el hostelero Fernando Fondón, «ahora se acercan al millar y hay más de cuatrocientas en casas rurales». Llenas. En la última Semana Santa y saltando por encima de la crisis, le ataja el alcalde de Parres, Manuel Millán García, «la ocupación superó el 85 por ciento». Fondón, presidente de la asociación turística del concejo, Depatur, vuelve sobre la certeza paradójica de que a Arriondas no se le ven por ningún lado las hechuras de lo que se entiende por «un sitio turístico», pero «aquí trabaja en esto más gente que en muchas localidades con tradición» y a cambio, de un tiempo a esta parte, ha tenido ideas que han elevado esta industria a la categoría de motor económico compartido con todo lo que entra y sale del hospital comarcal del oriente. Es todavía Arriondas el «pueblo rico e importante» que vio Camilo José Cela en su viaje «Del Miño al Bidasoa» en 1952, pero ahora por otros motivos. No influyen tanto ya las «casas buenas y chalés magníficos» que llamaron entonces la atención del premio «Nobel» como su vitalidad económica y comercial. Un gran hotel de 81 habitaciones abierto en 2003 se nutre con frecuencia de jubilados del Imserso, clientela fija en toda época, y las empresas de turismo activo ya aprovechan el tirón «desde marzo», asentirían los escolares granadinos y murcianos en viaje de estudios. «Antes», precisa Manuel Villarroel, «el Pirineo era rumbo preferente de estos desplazamientos de la naturaleza o aventura. Ahora aquí los colegios, los viajes de fin de curso y las despedidas de soltero son un boom para nosotros... Están cambiando los destinos turísticos» y Arriondas gana.

Si escarba en busca de explicaciones, el empresario acude a algunas buenas ideas imposibles sin la ayuda de los recursos que ha puesto aquí la naturaleza: «Lo que tenemos aquí se puede encontrar en muy pocas partes del mundo, es difícil que se unan en media hora de coche tantos atractivos. La playa, los Picos, Covadonga, ríos navegables, la pesca del salmón, la segunda sima más profunda del mundo... Hay muchos recursos y todos a tiro de piedra, pero lo principal es creer en ellos. De lo contrario, no los podrás vender». Aquí lo han entendido y por eso el Sella bulle casi siempre, nada de «guarde el público silencio y escuche nuestra palabra» como pide el fragmento del pregón del Descenso que se lee bajo el busto de Dionisio de la Huerta en la plaza de Venancio Pando.

Para retratar en toda su amplitud la otra gran fuente de riqueza que mueve Arriondas, el Alcalde prefiere el extensivo «sector sociosanitario», una expresión con la que abarca junto al hospital y sus noventa camas y sus más de trescientos trabajadores «el centro de salud de ámbito comarcal» y una residencia de ancianos que duplicará sus 32 plazas actuales con treinta más, anuncia.

La encrucijada fluvial

El mirador

Algunas propuestas para mejorar el futuro

El vial de ambulancia

Las fuentes de riqueza no excluyen los problemas. El cocinero José Antonio Campoviejo, una estrella «Michelin» con El Corral del Indiano en el centro de Arriondas, ve pasar las ambulancias hacia el hospital y teme una desgracia. La villa, dice, «es toda ella una curva, con una visibilidad muy corta» y «hay días de cien ambulancias». Necesita un vial que comunique directamente con el centro hospitalario, sin atravesar el casco urbano.

El aparcamiento

No hay suficiente espacio, denuncian los vecinos, y eso adosado a la afluencia diaria de vecinos por la oferta de servicios de la villa genera más de un problema.

Los ríos

«Siempre se dijo que Arriondas vivía de cara a sus ríos», asume Manuel Millán García. De ahí la importancia, confirma, del proyecto de la Confederación Hidrográfica del Cantábrico para «recuperar los cauces del Sella y del Piloña».

La vivienda

El Alcalde hace descansar la esperanza de la oferta de vivienda para la atracción de jóvenes pobladores en los 450 pisos del plan «Arriondas Norte», en obras y con «un noventa por ciento de vivienda protegida».

El túnel

En el debate sobre las comunicaciones, algunos lamentan la oportunidad perdida con la autovía del Sella, pero la idoneidad de una salida hacia la costa por debajo del Fito roza la unanimidad.

La estética

José Antonio Campoviejo expone la solicitud de una «renovación total del mobiliario urbano» y su tocayo Villar avanza hacia la peatonalización. «No hay nada peatonal», lamenta, «ni tiene sentido, por ejemplo, que se siga dejando entrar el tráfico al barrio de La Peruyal». «Hay aceras de Arriondas que mantienen los bordillos de hace 40 años», denuncia.