El franquismo fue implacablemente uniforme en toda España, pero eso no quiere decir que este período histórico de casi cuarenta años no tenga sus notas diferenciadoras en Asturias. De ellas se ocupa el nuevo coleccionable de LA NUEVA ESPAÑA en 52 fascículos que comienza la semana próxima. La región fue quizá la que con mayor brutalidad sufrió la saña de la represión. No en vano, la Asturias roja se había convertido en uno de los mitos del movimiento obrero, tras la Revolución de 1934 y la Guerra Civil. Pero el régimen de Franco no cometió el error de abandonarla a su suerte, sino que recibió una atención especial que hizo de Asturias una de las puntas de lanza industriales del país, todo ello acompañado de un paternalismo del que la región tardó en desprenderse. Fue, sin embargo, en Asturias donde se reavivó el problema obrero en los años sesenta y donde creció uno de los polos de oposición en los últimos años del régimen.

La guerra terminó en Asturias el 21 de octubre de 1937, año y medio antes que en el resto del país, cuando las brigadas navarras entraron en Gijón tras los fuertes combates que quebraron el norte republicano y privaron al Frente Popular de una de sus bases naturales. La guerra dejó devastada la región, especialmente Oviedo, destruida en sus tres quintas partes. «No había una casa que no tuviese un impacto», aseguró un testigo de la lucha por la capital, Fermín Alonso Sádaba (Oviedo, 1923), presidente de la Hermandad de Defensores de Oviedo, entonces un adolescente, pero que ya había visto demasiados muertos. Para los que perdieron aquella lucha fratricida quedaba el exilio, la cárcel o el pelotón de fusilamiento. La Guerra Civil y la posterior represión se cobraron la vida de unas 22.000 personas.

La dictadura ensayó en la región un modelo paternalista que se fue quebrando en los últimos tiempos del régimen con el recrudecimiento de la lucha obrera; Asturias experimentó en esos años los cambios demográficos que la definen

Del hambre de la posguerra al desarrollo de los años 60 y 70

La violencia caracterizó esta primera etapa del franquismo en Asturias, que cabe extender hasta 1945. Los juicios contra los republicanos se celebraban en la Diputación de Oviedo. Alonso Sádaba contempló alguno de ellos. «Todos tenían algún crimen a las espaldas», afirma. La afirmación resulta quizá un poco exagerada. El padre del militante comunista José Manuel Díaz (Gijón, 1936) cometió un único crimen, ser funcionario de Telégrafos de la República. La «Victoria» le privó de su puesto y le relegó al trabajo en la mina, en Boo (Aller). «Desde que tengo conciencia, la vida era terrible. Vivíamos únicamente del sueldo de mi padre, en unas condiciones de absoluta miseria. Pasé hambre hasta los veinte años», asegura Díaz. Su vida ilustra la de muchos asturianos de la época. Con 16 años tuvo que entrar a trabajar en la mina. Con 23, en 1959, entraría en contacto con el Partido Comunista, que no había podido ser borrado del mapa.

Y es que si algo caracteriza la región durante los primeros años del franquismo es la pervivencia de un maquis durante mucho más tiempo y con más intensidad que en el resto de las regiones españolas. Un fenómeno que finalmente apenas se distinguiría de lo delincuencial. Uno de los últimos guerrilleros asturianos, Baldomero Fernández Ladreda (Soto de Ribera, 1906-Oviedo, 1947), pasó de héroe del Ejército republicano a traidor para el Partido Comunista y terminó entregándose en 1947 a la Policía franquista. El régimen no mostró piedad para uno de los comandantes que había puesto cerco a Oviedo y lo fusiló en esta misma capital.

En 1945 la renuencia de los aliados a entrar en España, pese a que se había implicado en algo más que palabras con las potencias del Eje con el envío de la División Azul, de la que 2.500 integrantes eran asturianos, selló el destino de los republicanos que aún resistían y abrió la segunda etapa del régimen, de autarquía económica, que se cierra en 1959, con el Plan de Nacional de Estabilización, que marca el inicio del desarrollismo.

Es la Asturias de la minería, de Ensidesa y Uninsa, la que se desarrolla en esta segunda etapa del régimen. Es el precio que paga el régimen por la paz social, aunque sigue siendo un precio «de miseria». «Los sueldos eran muy bajos y las condiciones de los trabajadores de un absoluto paternalismo, pero había un mejor trato para evitar que Asturias fuese de nuevo un nido de revolucionarios», asegura José Manuel Díaz. «A los obreros no les regaló la vida, pero les dio deportes», añade el veterano comunista. Las mejoras se hacen palpables. Asturias abandona en 1952 las cartillas de racionamiento que la habían alimentado desde 1936, y en los años cincuenta la Universidad comienza a abrirse, también para los hijos de los obreros.

Los años sesenta en Asturias suponen, como en todo el país, el inicio del cambio. La crisis de la minería, que data de 1960 y 1961, provoca un trasvase de población desde las cuencas mineras hacia Avilés y Gijón, donde la siderurgia arrastra el crecimiento. El llamado «8 asturiano» demográfico, que enlazaba Avilés, Gijón, Oviedo y las Cuencas, va convirtiéndose en el triángulo actual. Paralelamente, se produce el fenómeno de la emigración al exterior, ya económica y no política como la de 20 años atrás. El campo asturiano inició estos años el proceso de despoblamiento que aún sufre.

La crisis del carbón también reaviva el fuego del movimiento obrero, aunque en unas condiciones sofocantes. «A partir de la Huelgona, en cada taller, en cada barrio obrero, hay confidentes de la Policía franquista que informan de cada movimiento. E intentaron fomentar la división entre los trabajadores», añade Díaz. La creación de Hunosa en 1967 exorcizó el fantasma de la Asturias dinamitera, pero se había sembrado una semilla que germinaría en forma de Comisiones Obreras y un apoyo cada vez más amplio al PCE.

Díaz terminaría siendo detenido en enero de 1971, y condenado a dos años de cárcel -cumplió uno-, sin olvidar la violencia a la que fue sometido por la Brigada Político-Social, a la que se ha llamado la «Gestapo de Franco». esta creciente violencia se haría más patente en la última etapa del franquismo, la que se abre en 1966 con la ley orgánica del Estado, aprobada por referéndum, y se cierra con la muerte del dictador. «Desde luego que la dictadura no tenía en los últimos años la fiereza del principio, pero tampoco hay que olvidar que hasta 1975 estuvieron fusilando», afirma Díaz.

La Asturias de 1975 ya no es, ni mucho menos, la de 1937. «En todas las ciudades de cierta importancia había un instituto de Enseñanza Secundaria. La Universidad estaba abierta a todas las clases sociales. Se habían electrificado los pueblos más remotos. ¿Y qué decir de las carreteras? El último regalo que nos hizo Franco fue la autopista "Y", que ahí sigue», afirma Fermín Alonso Sádaba. El número de hospitales se ha multiplicado. El Hospital San Agustín de Avilés, por ejemplo, se inauguró en enero de 1976, apenas unos meses después de la muerte del dictador. También a Asturias habían llegado los cambios de costumbres, a los que ayudó la entrada del turismo a partir de los años sesenta. Llegó el rock, unas relaciones más francas entre los sexos y una libertad de costumbres que harían inviable cualquier solución autoritaria.