Se hace eco la prensa de un estudio sobre la eficacia de la detección precoz de cáncer colorrectal que publica esta semana una revista inglesa importante, «The Lancet», y que por su importancia se dio a conocer en la versión electrónica.

Este artículo, junto con otros, tiene trascendencia clínica y para la salud pública porque el cáncer colorrectal es el más frecuente en Asturias. Constituye el 15% de los cánceres en hombres y el 17% en mujeres, con tendencia al crecimiento. Es sin duda uno de los problemas de salud más importantes porque aunque no afecte a personas jóvenes, son muchos los que cada año lo adquieren y tienen que vivir con esa enfermedad que demasiadas veces las conduce a la muerte tras años de sufrimiento. Tenemos que aprender a prevenirlo.

Hace muchos años un cirujano inglés, Burkitt, abanderó la idea de que el cáncer de intestino grueso dependía de la dieta occidental, una dieta pobre en residuos. Lo pensó porque donde el trabajaba haciendo manos, en África Central, apenas había cáncer. Esa teoría sigue presente en los libros. Hay la posibilidad de que las carnes rojas sean peligrosas, más aún si se cocinan a la parrilla. Sin embargo, no está claro que comer frutas y vegetales prevenga la formación del cáncer. De todas formas, aunque las pruebas no sean contundentes, creo que es buena idea seguir el consejo, pero no podemos asegurar que con ello evitemos el cáncer.

Nos queda la detección precoz. Es muy importante que se sepa que no siempre es buena idea detectar antes. Entre otras cosas, porque no siempre tenemos instrumentos eficaces para tratar. Además, cometemos errores de clasificación: creemos que está enfermo quien no lo está porque los exámenes que usamos no son perfectos. La situación más inquietante es tratar agresivamente un cáncer que se hubiera curado solo o que simplemente hubiera estado allí, en ese órgano, indolente por los siglos. Eso pasa con el cáncer de próstata fundamentalmente; también con el de mama o el de cuello de útero.

La noticia que ha causado revuelo es que con un examen relativamente tolerable se puede detectar un buen porcentaje de cáncer de intestino grueso, tratarlo y evitar en buena medida sus nefastas consecuencias. Se trata de una rectosigmoidoscopia, es decir, introducir un tubo en el intestino y mirar. Ya sabíamos desde hace muchos años que esa técnica detectaba y que con ella se podían curar los cánceres, pero nunca se había hecho un estudio de tal calibre y calidad: 57.000 personas se sometieron a la prueba y otras 112.000 sirvieron de control. El resultado es espectacular por varios motivos. En primer lugar porque se logra una disminución de la incidencia por ese cáncer del 23%, pero es del 36% en los cánceres accesibles al sigmoidoscopio. Esto confirma una vez más que la detección de lesiones potencialmente premalignas, como son los pólipos, evita que se produzcan cánceres. No es sólo detección precoz. Es prevención. Los datos que presentan son muy interesantes porque el primer año se producen más cánceres en el grupo que hace el examen. Es porque afloran todos los que están ahí, que se hubieran visto en la clínica al año o años siguientes: se adelantó el diagnóstico. A partir de entonces las cifras de incidencia entre el grupo estudio y el control empiezan a separarse, cada vez más. Y como cabe esperar, los que no aceptan hacer la prueba, a pesar de que se los invite, tienen una incidencia exactamente igual que la de los controles.

Se evitan los cánceres y lo que es más importante, se evitan las muertes por cáncer. Por ejemplo, en el programa de detección precoz de cáncer de mama no se evitan los cánceres, pero sí entre un 15 y un 20% de las muertes. Aquí un 31%, que si se analiza ajustando por algunas variables puede llegar al 43%: fantástico.

El problema del cáncer colorrectal inquieta a las autoridades sanitarias, por eso llevan tiempo meditando cómo afrontarlo. Es mucho el dolor y quebranto que causa a los que lo padecen y a sus familiares. Desde hace años se intenta detectar examinando las heces buscando en ellas sangre. Es un método barato, simple, que funciona si se logra la participación de los ciudadanos, si bien es algo menos eficaz que la rectosigmoidoscopia. El problema es que la experiencia nos dice que la aceptación es baja, aunque la prueba sea incruenta, sólo algo repugnante: hay que coger con una espátula parte de las heces para manchar con ella un cartón. Más difícil aún sería la aceptación de hacerse una rectosigmoidoscopia. Creo que de momento, este estudio no es trasladable a nuestra realidad, entre otras cosas porque aquí esta técnica apenas se hace. Pero debemos tenerlo presente como una posibilidad. Mientras, hay que seguir pensando en cómo ofrecer a todos los adultos de más de 50 años la realización de una prueba de sangre en heces.