«Ver por primera vez un genoma es algo emocionante, estás ante algo que nadie ha contemplado antes». Lo que para alguien ajeno a ello sólo es una sucesión de barras coloreadas e ininterpretables, constituye para el investigador un momento único, como cuenta Carlos López Otín, catedrático de Bioquímica de la Universidad de Oviedo cuya fructífera labor investigadora le ha proporcionado más de una de esas ocasiones excepcionales. La evolución humana está muy presente en su campo de trabajo y por eso sigue muy de cerca las excavaciones en la cueva del Sidrón y la posterior tarea de laboratorio. La contribución del yacimiento asturiano al primer borrador del genoma neandertal demuestra, a juicio de López Otín, la relevancia de esta cueva y el mérito del equipo que allí excava. El bioquímico rehúye entrar en el debate científico -«no soy antropólogo»- que abre el hallazgo de genes de procedencia neandertal en el hombre humano moderno y considera que «las discrepancias no pueden rebajar la calidad del trabajo que se realiza en Asturias».

«El genoma neandertal tiene una faceta técnica extraordinaria. Es todo un desafío, no tanto por la secuenciación como por la obtención de muestras de ADN libres de contaminación. Ello obligó al equipo que excava en la cueva de Piloña a desarrollar una técnicas precisas, lo que supone un logro extraordinario y se ha convertido en un proceso de referencia en el ámbito de la antropología», afirma López Otín. Merced a ese protocolo de excavación, al material obtenido -junto con restos procedentes de otros yacimientos- y a la investigación del equipo que encabeza Svante Pääbo en el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig, ahora sabemos que «todos somos un poco neandertales, entre un uno y un cuatro por ciento, porcentajes que probablemente cambiarán» a medida que se avance hasta completar el genoma, anticipa López Otín. «No sabemos a qué afecta esto. En principio no parece que ese porcentaje de genes se vincule con un rasgo específico. Este hallazgo avala algunas ideas nuevas sobre flujos génicos y flujos migratorios», constata el bioquímico. Sin embargo, la investigación se encuentra todavía en una fase preliminar: habrá más novedades y quizá se clarifiquen algunos aspectos sobre los que ahora se ha abierto la controversia. «No hay datos suficientes para dar una respuesta definitiva sobre la alteración de conceptos antropológicos que este hallazgo pueda suponer», apunta López Otín. «Hubo una evolución independiente, al margen de si son o no especies distintas. Y se han identificado 78 genes específicos de los humanos modernos, en algunos de los cuales se perfilan claves de lo que nos hace humanos. Eso nos permite acercarnos a nuestra propia historia evolutiva, que es lo que buscamos». Ese es el estado de la investigación, por lo que «las discrepancias no pueden desviar la cuestión de algo tan importante como la calidad del trabajo que se desarrolla en el Sidrón». Carlos López Otín, amigo personal del desaparecido Javier Fortea, considera que «es una gran suerte que él iniciara este proyecto y lo pusiera en un nivel de calidad que resalta todavía más la condición de la cueva como fuente de material escaso». «El trabajo sobre el terreno es la gran aportación de este equipo y toda la labor posterior depende de ese proceso inicial. En eso la contribución de Asturias es muy importante», afirma.

López Otín fue uno de los primeros lectores del artículo publicado en Science. «Ver el nombre de Javier Fortea entre los firmantes me produjo una emoción profunda porque estaba leyendo algo que quien contribuyó a que se difundiera ya no podía conocer», rememora el bioquímico. Una reacción que le lleva a pensar que «uno está a veces más orgulloso de los trabajos de los otros que de los propios».