«Infiesto», escrito en un grafiti, rejuvenece una pared en la plaza de María Josefa Canellada. Pero es sólo la fachada. Arte urbano juvenil contra el destino de esta villa que envejece, que se hace mayor aunque se opongan con estruendo unos adolescentes sumergidos en el río de La Marea, rendidos sin luchar al primer calor de la primavera a unos pasos del santuario de la Virgen de la Cueva. Más que a ras de suelo, Infiesto se entiende subiendo a mirar con perspectiva, desde un promontorio camino de Santianes, y comprobando que en la traza estirada de la capital piloñesa no resalta sólo la torre esbelta de la iglesia de San Antonio.

En seguida se va la vista a su izquierda, hacia la gran residencia de ancianos. Ahí le duele a la cabeza de un concejo que calcula un 34 por ciento de habitantes por encima de los 65 años y cuatrocientos carnés en la asociación de jubilados. Piloña, emblema del retroceso demográfico asturiano, es el cuarto municipio de la región que más población ha perdido en el último siglo -y el octavo de España-, aunque su capital aún aguanta. De algún modo amortigua la caída y, mal que bien, sobrevive de lo que vende, del magnetismo que conserva respecto a sus alrededores o de la comodidad que todavía puede ofrecer a los que quieren salir del medio rural con un paso corto hacia un pueblo grande o una ciudad pequeña, buscando el justo medio entre esta aldea y aquella gran urbe inabarcable. «Aquí hay más servicios», conviene el alcalde de Piloña, Camilo Montes, pensando en el Ayuntamiento, la farmacia o el centro de salud, y «atraen cosas tan elementales como que cuesta mucho menos calentar un piso en Infiesto que una casa rural en cualquier pueblo del concejo».

El caso es que la primera década del siglo XXI le ha quitado más de ochocientos pobladores al municipio de Piloña y apenas medio centenar a su capital.Puede que los motivos se escondan en algún lugar de la larga calle Covadonga, «la única de Infiesto» al decir de algún vecino guasón. En esta línea recta alargada, vertebrando la villa, paralela a la corriente del río Piloña, se vende casi de todo tras el mostrador de un bazar chino y de varias peluquerías, una farmacia, un estudio de fotografía o un almacén de vinos que ahora se surte en Alcanadre (La Rioja) y resiste aquí desde 1831. Hasta coinciden «librería y electrodomésticos» en el mismo establecimiento. La arteria principal de Infiesto no se cruza con facilidad ningún mediodía cualquiera y nadie diría que el tráfico de la N-634 ya no pasa por aquí. El comercio y los servicios remolcan aún esta villa inconcebible sin su entorno agrario que ha ganado algunos nuevos piloñeses «mayores» por su ubicación estratégica en la ruta caprichosa del éxodo rural.

Los nuevos ejes de comunicación, más próximos a la costa que a este oriente interior, han apartado Infiesto más que hace algunos años y nace de ahí la necesidad de encontrar la forma de volver a hacerse visible sin ignorar las fortalezas históricas de la villa. El sector comercial se ve brioso y «en proceso de remodelación», asegura José Antonio Llano, peluquero y ex presidente de la Sociedad de Comerciantes de la localidad (Coservi), aunque avanzaría mejor si tuviera una base amplia de gente joven, «un recinto ferial multiusos» y «más aparcamientos».

Y si pudiese reformar y dar más usos a la plaza de abastos, ésa que «ninguno de los concejos de nuestro entorno tiene tan grande, tan guapa y en el medio del pueblo», presume. Pero eso es solamente la base necesaria e insuficiente. Infiesto aspira a algo menos incierto que la simple supervivencia, y por ese camino «vamos mal» si se fía todo al negocio mercantil y la atención a los servicios básicos. «Así podremos subsistir, pero nunca progresar», define Gustavo Sánchez Bermejo, empresario hotelero y presidente de la agrupación turística piloñesa -Aspitur.com-.

Su alternativa pide la transformación de Infiesto en base permanente de distribución de turistas hacia los «recursos inmensos» de un concejo, el más extenso del oriente asturiano, que los tiene en muchos casos «sin explotar por culpa de todos los piloñeses, que no creemos en lo que tenemos o lo olvidamos en seguida». Si hay que enumerarlos, él sostiene que están ahí «para todo el año» y que al lado de los valores naturales evidentes están la caza en el monte Cayón, la pesca en el Piloña, los colores del otoño, la berrea del venado, Espinaréu, hórreos, palacios, casonas... Y el santuario de la Cueva, reabierto hace casi exactamente un año, después de nueve años cerrado por un desprendimiento de la roca y ya con dieciocho bodas celebradas el año pasado, unas veinte programadas para éste y diez para 2011.

La lista seguiría y la infraestructura ya está. «Hay alojamientos, algunos de mucha calidad», confirma el Alcalde. Queda pendiente la fórmula que permita llenarlos más a menudo y aumentar los noventa días al año que, «aproximadamente», Juan Rodríguez consigue completar a la vez los doce apartamentos que ha habilitado en la antigua casona de la familia Lueje, en el centro de la villa. No hay más remedio que devanarse los sesos y abrazar alguna alternativa, «por qué no el turismo», una vez constatado el declive casi universal del campo asturiano y el fracaso de la industria efímera que agitó Infiesto en algunos momentos menos declinantes de su historia reciente. Chupa-Chups está en Villamayor, Nestlé en Sevares y aquí «hay una planta embotelladora de agua cerrada, sin explotar», afirma Isabel Peláez, presidenta de la Asociación de Mujeres «Les Llamoses» antes de mencionar Ques.