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l Ancestros liberales. «Nací en Trevías, Valdés, en mayo de 1931, al lado del río Esva, y otra parte de mi infancia la viví allí cerca, en Cortina, donde está la casa vieja de los Rico. Mi tatarabuelo, Eugenio Rico, había adquirido en el siglo XIX una condición casi patricia en la comarca de Trevías, y fue cabeza de una amplia familia que se extendió más allá del concejo. Eugenio había estudiado Leyes en Oviedo y le invitaron a desempeñar su profesión en la capital, pero una novia, Andrea, hizo que volviera a su lugar de origen y se estableciera en una casa remozada, de la que aún se conserva su primitiva estructura. Eugenio se convirtió en consejero, hombre bueno y autor de discursos y sermones para sus amigos del clero. Conocí a su hijo, mi bisabuelo, Senén Rico Avello, pues murió en 1942, con casi cien años. Él había vivido la última guerra carlista, la revolución de 1868, la I República y toda la Restauración, en la que se alineó con los liberales que provenían de Evaristo San Miguel. Los hijos de Senén fueron después de izquierdas. Senén heredó el mayorazgo de Eugenio y se casó con una moza del lugar, Emilia García Relayo, que con su dote amplió considerablemente el patrimonio familiar. Tuvieron nueve hijos; de ellos, seis fueron mujeres. De los tres varones, dos emigraron a América, Gil y Eladio, y Octavio se quedó ocupando funciones administrativas. Eladio volvió pronto, se casó con Inés Díaz Balsa, de Ranón, y se dedicó a tareas de agrimensor y a la política».

l Familia de fusilados. «Ese Eladio Rico, tío abuelo mío, fue seguidor de Álvaro de Albornoz, que había fundado el Partido Radical Socialista. Eladio fue concejal en Luarca por la conjunción republicano-socialista, y en las elecciones de 1936 lo nombraron alcalde. Defendió Luarca militarmente en el frente del Bao y estuvo después en varios frentes del Norte. Lo designaron capitán mayor del Ejército de la República. Cuando Asturias se rindió, lo apresaron en Gijón. Fue fusilado en diciembre de 1937 en la prisión de El Coto. Otro tío abuelo mío, José Luis Rico González, también fue fusilado en El Coto, con una diferencia de pocos meses. José Luis venía de otra rama de la familia, de Tineo, y se casó con mi tía Amelia Rico. Era abogado y fue juez municipal de Luarca. Militaba en el PSOE y en la UGT y participó en la Revolución de Octubre. Y un hijo de éste, primo mío, José Luis Rico y Rico, también vivió la Revolución, siendo casi un niño, y luego participó en la Guerra Civil en el frente del Bao. Más tarde estuvo en otros frentes del Norte. Fue capitán del Ejército de la República y estuvo condenado a muerte en Luarca, aunque le fue conmutada la pena. Pasó largos años en la cárcel en Luarca y en Celanova. Quiero decir con ello que varios familiares míos murieron en la guerra, en el bando republicano, incluido mi padre, Eduardo, que fue fusilado en un pueblo de Toledo y de quien hablaré a continuación».

l La política, experiencia capital. «Por tanto, es una familia enormemente metida en política, y ésa fue mi infancia. Parafraseando a Edgar Morin, "la política es la cuestión mayor de mi vida y la experiencia capital". En aquellos años la política estaba en todas partes, en casa, en la calle. Las primeras imágenes que tengo de mi infancia son discusiones en Cortina entre mis tíos Eladio Rico, el alcalde de Luarca, y José Luis Rico. Discutían porque el primero, ya digo, era de Izquierda Republicana (el Partido Radical Socialista de Albornoz se había integrado con Azaña) y el otro, socialista. Detrás de todo aquello estaba Álvaro de Albornoz, y tengo la imagen infantil de verle llegar en un coche y salir toda la familia a saludarle en la carretera. En Trevías, en los primeros años treinta, se creó la agrupación socialista de la villa. Participaron mis tíos Eladio Rico García y José Luis Rico, o mi primo Francisco Fernández Rico; también los maestros Campos Zurita, Jaime Díaz o Ramón Fernández, padre de Horacio Fernández Inguanzo, "El Paisano"; y Julio Avello, líder sindical de la comarca, o mi padre, Eduardo García Fernández, industrial panadero, junto a su hermano, Alfredo, fusilado en Luarca cuando cayó Asturias».

l Huyendo de Pancho Villa. «Mi padre, Eduardo, tuvo su propia historia, con capítulos dramáticos. Emigró de joven a México, pero estalló la Revolución azteca y resolvió volver. Tuvo que sortear los muchos focos revolucionarios de Pancho Villa en el norte del país y cuando iba camino de El Paso, en la frontera, donde se había establecido comercialmente un hermano, cayó prisionero de las tropas villistas, por ser, decían, "gachupín". Lo iban a fusilar en la madrugada. Aquella misma noche logró sortear a los que lo vigilaban y huir hacia el Norte. Pudo pasar la frontera y encontrar la ayuda de su hermano para atravesar los Estados Unidos y embarcar en Nueva York con destino a El Havre. Eduardo se casó con Emilia Rico, mi madre, y abrió una panadería en Trevías; al mismo tiempo, se hizo cargo de la estafeta de Correos. No fue bien la panadería, hubo de deshacerse de este negocio, y decidió hacer unas oposiciones. Se marchó a Madrid poco antes de que ganara las elecciones el Frente Popular. Lo recibió en Madrid el matrimonio de Manuel Parrondo y Avelina Rico García. A los pocos meses, consiguió una plaza en unas oposiciones a secretario de ayuntamiento. Le tocó un pueblo de Toledo cercano a Madridejos, Turleque. Y empezó los preparativos para trasladar allí a su familia. Mi madre fue a votar en las elecciones de febrero de 1936. Toda mi familia inmediata, que era de izquierdas, fue a votar a Trevías. Es otra de las imágenes que conservo de la infancia. También había una rama de la familia en la que eran falangistas, pero nos saludábamos y poco más».

l Refugio en Llendelabarca. «Cuando se produjo el golpe del 18 de julio, yo, con suficiente uso de razón, pregunté qué pasaba. "Es cosa de dos días", me respondieron todos. Pero advertí que estaban agitados, yendo de un lado para otro. Dos días después empezaron a pasar por la carretera en dirección a Oviedo camiones repletos de guardias civiles. Al llegar la guerra, mi madre tenía cuatro hijos y mi padre, que era de Izquierda Republicana, quedó en Madrid, porque también creyó que el golpe era cosa de dos días. Mi madre y los hijos nos trasladamos a Llendelabarca, a una casa de la familia, encima de Trevías, camino de Luarca por el lado de Lago. La casa tenía una capilla, dedicada a la Virgen de la O. Ahí vivía Luz Rico, tía abuela mía e hija de Senén, que era viuda. Esa casa de Llendelabarca sale en las películas de José Luis Garci y todo viene por Gil Parrondo Rico, que es hijo de Avelina, otra hija de Senén. Gil pasó en Allendelabarca mucho tiempo. Allí estamos con Luz Rico y otra hermana, la fuerte de la familia, Carmen, la más sabia. La última hija de Senén, que murió joven, Julita, fue mi abuela».

l Familia naturista y vegetariana. «Ya digo que la familia de mi abuelo Senén se formó en un ambiente liberal y también con costumbres propias y específicas. Cuando Senén sufrió un ataque de reuma, alguien en Oviedo le aconsejó que hiciera uso de unos recientes métodos que entonces se pusieron de moda. Senén utilizó las terapias del abate alemán Sebastian Kneipp. Este sacerdote famoso llegó a ser camarero mayor del Papa León XIII y aconsejaba usar el agua en distintas formas. La cura hidroterápica consistía en baños de tronco y de asiento, y también de vapor, y paseos sobre el rocío, además de comida vegetariana. Este naturismo alcanzó cierta extensión en las élites culturales de la España de finales del XIX. La mayor parte de los hijos de Senén Rico siguió esta costumbre de su padre. Varios de ellos fueron longevos. Mi madre decidió que nos refugiáramos en Llendelabarca durante toda la guerra en Asturias. Mi hermana pequeña era tan sólo una niña, Julita, que no había cumplido más que tres o cuatro meses. Las tías Luz y Carmen seguían las normas, actualizadas (por el doctor Vander), del abate Kneipp y leían con curiosidad toda la literatura naturista de aquel tiempo y también las distintas corrientes teosóficas: Blatvasky, Annie Besant, Roso de Luna y otros, con la influencia de un deísmo que parecía proveniente de la Ilustración. Supuse siempre que aquella aventura espiritual era una diversión, más que una apuesta seria. El viento de la guerra se lo llevaría todo. Un día, un grupo de falangistas uniformados fue a buscar a mi madre. Se armó un escándalo terrible y se la llevaron con la hija pequeña en brazos, a Luarca, pero volvió por la noche. Habían interceptado una carta de mi padre, que venía por la Cruz Roja. Intentaba averiguar dónde estaba él».

l Falangistas armados. «Había sucedido antes que las tropas gallegas no pudieron atravesar el río en Canero, porque los milicianos habían dinamitado el puente. Mientras lo reparaban, una columna accedió a Trevías por la carretera de Paredes, a la altura de Lago. Bajaron por una carreterilla estrecha que pasaba por Llendelabarca. Vimos, monte abajo a las tropas, indiferentes, a buen paso. "¿Cuánto falta para Trevías?", preguntó uno. "Un kilómetro más o menos, ahí a la vuelta"; alguien entre nosotros había contestado... Nadie quería líos con las tropas. El día que llegaron a casa los falangistas todavía era de madrugada. Venían armados hasta los dientes. Formaron ante la capilla, según lo vi desde la galería de la casa. El que mandaba se acercó a la puerta y dio el nombre de mi madre. Querían llevársela detenida: "No es nada importante, ya verá", le dijeron. Conocida la situación real y psicológica de aquel tiempo, nadie se extrañaría del escándalo que se produjo en el interior de la casa. Llantos y gritos. Pero no hubo otra solución. Había que ir. Mi madre salió con la pequeña y la acompañó Consuelo, una muchacha de Cadavedo, para ayudarla. "No pasará nada", tranquilizó el jefe a mi tía Luz, que lloraba desconsolada. Supimos, horas después, que la habían llevado a Luarca en un camión militar. Volvió, con gran alegría de todos, por la noche. La había traído también un camión militar. Lo importante es que la hubieran dejado marchar, que no la pasearan, como hicieron en aquellos días con las tres "gallegas", tres menores que llevaron a las afueras, en dirección a La Caridad, y las mataron a tiros. Esto ya ha sido contado por Casariego y por Lombardero ("Con la vida hicieron fuego", que se convirtió también en una película). Mi madre nos contó lo ocurrido. En primer lugar, pasó mucho miedo por las zafias maneras de trato. Después, la llevaron de jefe en jefe hasta Teijeiro (según creo), que le mostró una carta. "Esta carta es de su marido. Ha llegado por la Cruz Roja. ¿Dónde está él?". "Mi marido está en Madrid. Acaba de ganar unas oposiciones". "Lo sabemos. ¿No ha venido a verla nunca en estos meses? ¿No está escondido?". Mi madre contestaba simplemente "no". No estaba escondido aquí. La prueba era la carta. "La carta no es de ahora". En aquel momento llegó una noticia. Una información que llenó de gozo a la tropa. Había caído en sus manos una ciudad importante, tal vez Irún, o Badajoz. La dejaron allí abandonada en el acuartelamiento. La euforia era tan grande que apareció un suboficial y le dijo que se marchara, que por el momento no hacía falta para nada. ¿Qué había pasado? Que yo, como ella, había conocido el miedo. Y habría otras circunstancias en las que el miedo se intensificaría».

l La biblioteca al despertar. «La política estaba en todas partes. Yo dormía en una habitación pequeña, con una cama y una librería. Lo que primero veía al despertarme eran libros, los que habían sido de Eladio y de José Luis. Había también boletines de UGT en el desván, pero, sobre todo, libros. Recuerdo "El capital", en versión abreviada de Lafargue; las obras de los libertarios, de Kropotkin, de Víctor Hugo, de Anatole France, de Antonio y Manuel Machado, de Eugenio D'Ors... Ya digo que toda mi familia era naturista y vegetariana, pero comprobé entonces que lo eran de una manera fundamentalista. No probé la carne en mi infancia, pero no porque no la hubiera, sino porque no se comía en ninguna de las casas. Mi tía Carmen era la que imponía la disciplina. Para ella, el mejor bocadillo que había era un tomate. Ya digo, radicales. Cuando años más tarde conocí a Pío Baroja, siendo casi un adolescente todavía, le escuché contar la anécdota de un señor al que conocía que salía todas las mañanas descalzo a dar un paseo por el césped. Y don Pío añadía que era un loco, pero aquello lo había hecho muchas veces».

l La escuela de la tía de Horacio. «Ocupada Trevías, se reanudaron las actividades fundamentales. Yo bajaba todos los días a una escuela improvisada, La Unión (hoy un hotel), que entonces era barbería, peluquería y café. Arriba estaba la escuela, con una maestra improvisada, aunque había dado ya clases antes de la guerra. Cuando fuimos a vivir a Cortina, fui a la escuela de Villanueva, una escuela que había tenido el padre de Horacio Fernández Inguanzo y que entonces la llevaba una tía de Horacio, Celsa. Ella fue mi maestra. Al padre de Horacio le habían fusilado. En aquella época conocí a los hermanos y hermanas de Horacio: Clementina, Elio, Tito... Para mí se abrió una época de lectura imparable: dos bibliotecas increíbles, la de Senén y José Luis, ya juntas, y la de Eladio, abajo. Nietzsche, Marx (el traducido por su yerno Lafargue), todo Víctor Hugo. Los libros republicanos en la de Eladio: de Albornoz, de Azaña... Más tarde, en la escuela nacional de Trevías, Campos Zurita había reunido antes del golpe la biblioteca de algún centro cultural del que yo no tenía noticia, pero allí había toda la Colección Universal, y "Novelas y cuentos", es decir, Dostoievski y todos los rusos, Juan Ramón Jiménez, todo Balzac, Flaubert, Dickens, qué sé yo...».

l Indulto fallido. «Terminada la guerra en España, mi madre supo que su marido estaba encarcelado y viajó, con extraordinarias dificultades, primero a Madrid y luego a Madridejos, donde habían recluido a mi padre. Lo juzgaron y lo condenaron a muerte por (¡oh, paradoja!) rebelión militar. Mi madre se movió buscando apoyos y firmas, fue a Madrid, a Cáceres, a Burgos, tratando de acceder a la "señora" y a los principales jefes civiles y militares, para lograr recomendaciones, apoyos, para obtener el indulto. Esfuerzo fallido. Fusilaron a mi padre el 19 de octubre de 1939».

l En el Ramiro de Maeztu. «Mi padre había pedido a mi madre que yo fuera a estudiar a Madrid. Podría vivir en casa de los Parrondo, si no tenían problemas. A Manuel Parrondo, funcionario de la Telefónica, lo habían desterrado a Valladolid, primero, y después a Barcelona. La mujer, Avelina, hija de Senén, vivía con Gil, Pepita, Carmen, Mari y Emilia. Pepita se casó con Antonio Mullor, que estuvo en la cárcel por republicano hasta el año 1942 por lo menos. Yo viajé a Madrid con Avelina, que al terminar la guerra había ido a Asturias a ver a su padre, Senén, que viviría hasta 1942. Los hijos de Antonio Mullor y Pepita Parrondo pertenecieron en la transición al equipo de Santiago Carrillo. Ángel Mullor fue el secretario de comunicación y Antonio Mullor fue uno de sus consejeros más cercanos. Ángel, más tarde, fue consejero delegado de la compañía Iberia, cargo en que cesó hace pocos meses. Pepita Parrondo me llevó de la mano al instituto más cercano, que, además, era el de más prestigio de Madrid, el Ramiro de Maeztu. Aprobé bien el ingreso y mejor el examen a que fui sometido para lograr la matrícula gratuita. Este examen fue durísimo (una redacción autobiográfica), pero salí de él con éxito. La condición que se me imponía era la de obtener una nota media de notable al final de cada curso. Logré salir adelante cuatro cursos. El resto lo hice por libre en el Instituto Jovellanos de Gijón».

Segunda entrega, mañana, lunes: Eduardo García-Rico