«Fuimos, somos y seremos». La inscripción intimida desde la peana de un minero de piedra que, como si nada hubiera ocurrido, todavía resiste erguido frente a la iglesia de San Julián de Bimenes. Ya casi no quedan aquí mineros de carne y hueso, pero su espíritu de lucha y su instinto de supervivencia van a seguir ayudando en este lugar acosado por la extinción casi simultánea de sus yacimientos tradicionales de riqueza. En esta línea recta que se estira en paralelo al río Pra, donde San Julián se fusiona con Martimporra, se revuelven también los restos de aquella reconversión industrial bien mezclados con la incógnita inevitable sobre el porvenir de todo el universo agrario asturiano. De esa encrucijada salen los signos de interrogación que asoman por encima del horizonte, el «¿ahora, qué?» de un pueblo minero y campesino batallando por no desorientarse, buscando la salida hacia el futuro alrededor de la travesía semiurbana de la AS-251, la que va de Nava a Laviana por el corredor que comunica esta Comarca de la Sidra con el alto Nalón.

El enemigo es este silencio que sólo rompen a veces los coches y la gran pregunta, cómo convencerlos para que paren. Bimenes necesita gente -«gente joven», puestos a pedir-, para taponar el agujero por el que se han perdido unos cuarenta habitantes en el primer trayecto del siglo XXI. Los más de trescientos que suman San Julián, el núcleo más poblado del concejo, y Martimporra, la minúscula capital, son casi los mismos que ha perdido en conjunto el municipio de Bimenes hasta detenerse en 1.880, la cifra más baja de su historia reciente.

La brújula de Manrique Quintanilla y Ana María Vigón, tres décadas de supervivencia al frente de un restaurante con hotel en Martimporra, apunta hacia la rentabilidad del «Valle de luz y color» que promociona la propaganda turística del concejo. Ellos hicieron El Boreal en 1981, al volver después de veinte años en Francia, y sus cuñas publicitarias en la vieja Cadena Rato ya anunciaban hace treinta la entrada de Bimenes «en la Europa hostelera». Ese momento se ha demorado, asienten, pero a lo mejor está a punto de llegar ahora que ni la mina da empleo en el valle del Nalón ni el campo es productivo aquí, que «la industria de Bimenes es el turismo rural» y que esta tranquilidad y aquella naturaleza incorrupta estarán a diez minutos del centro por autopista cuando venga por fin al mundo la «Y de Bimenes». «Para algunos era una locura» construir este hotel aquí, pero ha sobrevivido hasta ahora, mal que bien, a la salida de Martimporra, junto a cinco bares y «entre veinte y treinta» establecimientos de alojamiento rural en todo el concejo, esperando todos como agua de mayo por la nueva autovía que conectará el Corredor del Nalón con la Autovía del Cantábrico en Lieres. He ahí una oportunidad, gritaría Quintanilla para hacerse oír, porque la potencialidad turística de este paisaje verde y tranquilo se estrella con frecuencia contra «una barrera mental». Daniel Cueli, que no es de aquí pero trabaja en Bimenes, como animador sociocultural en el Ayuntamiento, habla en primera persona del plural para enlazar con la necesidad de poner esto en el mapa, de hacerse visible. «Aunque estamos muy cerca de todos los sitios», observa, «puede que exista una sensación de lejanía que no nos beneficia, porque tenemos la Autovía del Cantábrico a diez minutos».

No sobra este esfuerzo por la visibilidad del pueblo ante el visitante ocasional, pero tampoco va a servir solo. Para no poner todos los huevos en la misma cesta, Cueli señala hacia el polígono industrial de Xenra, 25.000 metros cuadrados y dieciocho naves ocupadas con «mucha pequeña y mediana industria de tipo familiar», de la carpintería de aluminio a los embutidos, a una fábrica de rótulos luminosos o una empresa de catering que reclutó a varias personas inquietas del concejo en un taller de empleo y hoy soporta cinco puestos de trabajo. Y en Martimporra sigue el palacio del marqués de Casa Estrada -finales del siglo XVII-, casi intacto para organizar bodas y banquetes diferentes. A través de esos pequeños destellos fugaces de solvencia emprendedora se atisba una puerta entreabierta para cumplir con el objetivo fundamental de «fijar población», aunque para dar con la armonía entre el propósito industrial y el paisajístico y turístico habría que haber mirado qué estropeaba el parque empresarial, situado en «una zona de interés natural y especial protección», según la advertencia sin eco de Orfelina Suárez Pandiella, presidenta de la asociación cultural El Corriellu la Pandorga.

En esa búsqueda de yacimientos de actividad económica ayuda el progreso de los servicios mucho más que la planificación urbanística. O eso dice cuando habla algún otro yerbato con experiencia. Comparando, la red de prestaciones públicas «seguro que supera a las de otros concejos de entidad similar en el entorno, como Sariego o Cabranes», afirma Cueli, «y ése es uno de los atractivos de Bimenes». Cuando enumera el alcalde, José Emilio González Aller, recorre proyectos empezando por el de un centro de día entre Martimporra y San Julián, un hogar del jubilado que tiene el esqueleto frente al Ayuntamiento, el colegio y la escuela de Educación Infantil, la farmacia y el consultorio, la caja de ahorros, una piscina climatizada en proyecto, un auditorio con 210 plazas que estará junto a la Casa de Cultura de San Julián... «Por ese lado esto está bien cubierto», concluye Cueli, aunque en el reverso tenebroso aceche una planificación urbanística restrictiva que, al decir de Manrique Quintanilla, «prohíbe demasiado y eso es muy lamentable. Hay mucha gente de fuera interesada en terrenos para construir o casas viejas para restaurar que no puede hacerlo».

El empresario hostelero vuelve sobre la potencialidad que tiene el sector turístico para conseguir que el territorio se dé a conocer, se ponga en el mapa y al final gane población, pero esa cadena se quiebra, le acompaña Cueli, si los que quieren quedarse a vivir no encuentran dónde. La idea sería «flexibilizar el modelo urbanístico» sin pasarse. Suavizar los obstáculos, propone, sin llegar a las urbanizaciones de chalés clonados que, a su juicio, no embellecen ni respetan las esencias rurales en Vega de Sariego, pone por ejemplo. «Oí hace tiempo que estaba previsto algo así para San Julián y no me gustaría», asegura. «Hay que flexibilizar, pero mantener al mismo tiempo una cierta armonía con el entorno, porque no puedes vender paisaje así, porque la gente que puede venir a vivir a Bimenes llega precisamente huyendo de eso», concluye. El Alcalde recoge el guante y con él la certeza de que hay al menos «doce o quince personas jóvenes que quieren construir su casa aquí». Su respuesta aguarda la tramitación del Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) para «dinamizar el concejo y conseguir que la gente venga o se quede».

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En el valle escondido

Cuando venga, la «Y» de Bimenes promete hacer que descienda hasta un cuarto de hora el desplazamiento máximo entre el concejo, el centro de la región y las cuencas mineras. Esta infraestructura, que «va a vender mucho Bimenes», confirma el Alcalde, y la mejora en proceso de la que conecta con Nava, «variante» de San Julián incluida, son el maná que aguarda con ansiedad el municipio.

Caben aquí una piscina climatizada, un auditorio y un campo de fútbol remodelado en San Julián, sufragado todo ello con fondos mineros, y hasta un centro de día para mayores, un hogar del jubilado y una residencia privada en construcción...

El río Pra «está muy castigado», al decir del Alcalde, y necesita materializar el proyecto, ya concluido y recién aprobado, para el «colector que recogerá las aguas de todas las parroquias».

Otra de las asignaturas pendientes examina sobre el modelo de crecimiento urbanístico de esta mínima «ciudad lineal» que forman San Julián y Martimporra. Los vecinos reclaman que el desarrollo permita crecer sin dañar el fundamento y las esencias rurales del núcleo.

La proximidad va a ayudar a vender la tranquilidad y el paisaje de Bimenes, asumen aquí. El «Valle de luz y color» que anuncia el eslogan turístico podría encontrar socios apetitosos poco explotados a este lado de Peñamayor, como ese turismo con apellidos, el «activo» de las rutas a caballo u otras maneras de rentabilizar el entorno natural, propone Manrique Quintanilla, «porque la gente no viene sólo a quedarse mirando».

Si la diversificación de la actividad económica en torno al pueblo encuentra un futuro en la pequeña industria, el polígono industrial de Xenra tiene algunas llaves. El Ayuntamiento, confirma el Alcalde, está convencido de que las nuevas carreteras traerán mercado para una segunda fase, «otros 25.000 metros cuadrados», y «tal vez lleguemos incluso a una tercera».