El paso del tiempo estropea la mayoría de las cosas. La relación de pareja es una de ellas, quizás, porque la estructura amorosa se ha vuelto tan delicada, frágil y compleja que tiende a degenerar con demasiada facilidad. Mejor, tendía. Porque si hasta hace un año el número de divorcios y separaciones iba en aumento, desde hace unos meses está descendiendo. ¿Causas? La crisis económica. Todos los datos apuntan a que, debido a ella, las parejas se ven obligadas a «aguantarse» más. ¡Muy fuerte!

La verdad es que cada vez resulta más compleja la convivencia. Hasta hace unos años, la gente se unía para formar una familia, una unidad económica y huir de la soledad. Hoy, además de estas razones, ambos quieren tener vida profesional, sentir la pasión del amor, ser valorados socialmente, desarrollar su personalidad? Y eso enreda las cosas.

Dicen los psiquiatras que para convivir, para formar una familia, hace falta respeto, afecto, proyecto de vida, comprensión y compenetración profunda. O sea, amor compartido. Y comprometido. Y la pareja que ponga todo esto en práctica -siguen diciendo los expertos- mantiene lazos de comunicación fluidos, resuelve más problemas de los que plantea, favorece la instalación en la realidad y ayuda a que cada uno consiga sus metas personales ¡Complicado cóctel!, porque nuestra sociedad ha glorificado tanto las medidas personales -permisividad y hedonismo- que ha llevado a la quiebra a todas las metas compartidas. Es como si la pareja moderna se hubiera convertido en la unión de dos individualidades herméticas, sin fusión, y cuyo contacto íntimo, superficial y limpio de contenido no fuera más allá del plano físico.

Y así nos van las cosas. Porque, sin duda, hemos avanzado bastante en el campo de la razón, pero dejado a un lado el terreno afectivo. De hecho, vemos a muchas personas, teóricamente bien educadas, con buen nivel de vida y excelente trabajo, que acaban en una ruptura traumática de su vida familiar, o sea, con éxito profesional, pero que se empantanan en la vida privada. Y eso las conduce a un desequilibrio existencial. ¿Soluciones? Si alguien las conoce que nos lo haga saber. Entre tanto, quedémonos con aquel dicho que hace referencia a que el amor hay que trabajarlo día a día. Y ordenarlo con el corazón, para que no pierda espontaneidad y frescura, pero, también con la cabeza, para conseguir una armonía entre la inteligencia, la motivación y el afecto.