En el fabuloso viaje de González de Clavijo a Samarcanda como embajador del rey Enrique III de Castilla y de tantos otros lugares se sucedieron las sorpresas y asombros que confirmaban lo impredecible y mágico de la naturaleza. Fue un viaje, como cabe esperar, accidentado. En el segundo alcanzó la corte del Gran Tamerlán. Antes escribía en su diario, cito de memoria, «e vimos unos animales e que tenían el collo tan largo que parecía maravilla».

La jirafa es el ejemplo clásico, empleado por Lamark, de la adaptación al medio. Según el gran naturalista francés, la competencia con animales más aptos para conseguir el escaso forraje de la sabana hizo que la jirafa buscara el alimento en las hojas de los árboles. Se denomina la herencia de caracteres blandos: los cambios efectuados por el padre al estirar el cuello a lo largo de su vida se transmiten al hijo y así sucesivamente. Es una explicación convincente que se basa en la evidencia, pero errónea.

Hay tres formas de adaptación en la naturaleza y ninguna de ellas es la que pensaba tan brillantemente Lamark. Este autor creía que las adaptaciones producían, hasta cierto punto, monstruos, ramas colaterales del proceso evolutivo, el cual, guiado por una fuerza primigenia, iba desde lo más simple hasta lo más complejo. Según Lamark, el mundo vivo se está creando continuamente desde la forma más elemental, un ascesis renovado hacía el ser humano. De ahí que en cualquier momento de la historia veamos todas las etapas de la evolución. Pero si el medio es adverso, ese ser vivo se desvía de su propósito y aparece la jirafa, fuera de nuestra línea de evolución, final de un recorrido.

La primera adaptación, y para mí la más importante, es la que cada uno de nosotros podemos conseguir para mejorar nuestro rendimiento en el medio donde nos desenvolvemos. Todos y cada uno de nuestros órganos y tejidos tienen la capacidad de modificarse en respuesta a demandas y exigencias. Es evidente en el músculo: basta hacer pesas para verlo crecer en volumen. Lo mismo ocurre, por ejemplo, con el cerebro. Aquellas funciones que realizamos con más frecuencia se muestran más resaltadas en su compleja arquitectura. Esta forma adaptación nos hace más capaces de sobrevivir como individuos y también facilita la supervivencia del grupo, siempre ligada a la de cada uno de nosotros.

La segunda es la que descubrió empíricamente el ser humano y facilitó la civilización. Se trata de la selección de las variedades más aptas o más favorecedoras: el grano salvaje convertido en trigo, maíz y arroz. Siguen siendo la misma especie. De la variabilidad individual que ocurre inevitablemente se eligieron aquellas más adecuadas a los propósitos. El cruce repetido entre ellas refuerza esos caracteres. Los mamíferos pueden digerir leche, faltaría más, pero sólo mientras son lactantes. Desaparecida la producción de lactasa, por evitar un gasto energético teóricamente inútil, toleran mal la leche. Una mutación puede hacer que se conserve la capacidad de producir lactasa, si además se domestica el cebú o la vaca, ese ser humano tendrá una ventaja y su linaje abundará más, como ocurre. Pero sigue siendo un ser humano, puede perder esa propiedad si se mezcla con los que no la tienen

La misma especie, manifestaciones fenotípicas diferentes que les dan alguna ventaja. En África abundan los individuos con una hemoglobina rara y disfuncional, pero que tiene la facultad de resistir mejor la malaria, una ventaja inútil en Europa o América de Norte: allí ellos son más vulnerables.

La tercera es la que, según explicó Darwin, produce las nuevas especies por selección de los más aptos. El mecanismo es parecido al anterior: mutaciones que proporcionan a ese individuo un carácter que le permite sobrevivir mejor que otros, si los desplaza, en el medio donde se encuentra o al que se muda. Es el medio el que selecciona, premia o censura según el nuevo carácter resulte beneficioso o perjudicial para el individuo en ese contexto natural. La diferencia con la adaptación anterior es que la lactasa en el adulto o la hemoglobina alterada son variantes dentro de la especie, manifestaciones de la necesaria heterogeneidad para sobrevivir. Aquí el carácter adquirido es irreversible y da al sujeto estatus de nueva especie: ya no se puede cruzar con los individuos de la especie madre para regresar al redil. Darwin creía que se producían cambios infinitesimales, transiciones milenarias. No se descarta la posibilidad de aceleraciones. Otra opción, que me gusta, es que como resultado de la acumulación lenta de mutaciones silenciosas aparezca una propiedad emergente ventajosa.

El ser humano sobrevivió sin conocer la Teoría de la Evolución. No la necesita. Pero sí es determinante para su supervivencia el primer tipo de adaptación, el que le permite mejorar su capacidad de resistencia. Está en nuestras manos hacernos más aptos. Basta esforzarse, pero la palabra lo dice todo. Preferimos la comodidad de la pastilla o incluso la operación.