Hace unos años leí en este periódico una entrevista con un joven director de orquesta asturiano que está triunfando en el mundo. Decía que había pasado mucho tiempo inactivo por una enfermedad. Recuerdo que decía que a la experiencia de haberla padecido le debe aprender a concentrarse en la tarea: «si pelo cebollas, pongo los cinco sentido en ello». Había tenido un síndrome de fatiga crónica, una de las 4 o 5 entidades nosológicas de bordes difusos y contenido confuso que más se ven en la clínica. Algunos se preguntan si existe. No lo hacen los que sufren los síntomas y fueron diagnosticados.

El síndrome de fatiga crónica se caracteriza por un estado de cansancio sin causa aparente. Muchos de los que la padecen lo relacionan con una enfermedad infecciosa que sufrieron días o semanas antes: una pulmonía, una diarrea, una infección respiratoria de vías altas y no es raro que ocurra tras una mononucleosis infecciosa. Esta enfermedad la causa un virus al que se le atribuyó erróneamente el linfoma de Burkitt. Está allí, pero no produce la enfermedad. No es la única vez que se erró a la hora de culpar a un germen de una enfermedad. Por ejemplo, el virus del herpes genital, que también está ahí muchas veces en el cáncer de cuello de útero, no es su causa, pero sí otro virus, el del papiloma humano, el mismo que produce verrugas. Hay muchos gérmenes que son comensales normales o que aprovechan algunas circunstancias para vivir en nuestro organismo. En estos últimos casos pueden ser indicadores de enfermedad, pero no la causa. Tratarlos es inútil o perjudicial. Hay que recordar lo que nos dijo Koch cuando descubrió el primer microbio causante de enfermedad, el de la tuberculosis. Para que un germen sea causal ha de estar siempre que exista la enfermedad; nunca cuando no hay enfermedad y si se coloca en el tejido que infecta debe producir la enfermedad. Hoy preferimos pensar en la causalidad desde un punto de vista probabilista más que determinista, pero la reflexión de Koch es válida para muchos casos.

La duda sobre si realmente existe el síndrome de fatiga crónica como enfermedad o es una suerte de histeria, una especie de construcción mental, es muy ofensiva para los que lo padecen. En general no son de los que exageran los males para conseguir algo. Lo que desean es estar sanos, sueñan con volver a tener la capacidad que antes tenían y están frustrados por su falta de energía y por la incapacidad para recordar las cosas recientes y para concentrarse.

Como con los otros síndromes en los que no se encuentra nada patológico, la búsqueda de una señal condujo a examinar los lugares más recónditos del organismo. Y claro, algo siempre se encuentra. Aparecen anticuerpos contra varios gérmenes, algunas células encargadas de la defensa pueden estar algo disminuidas, pero todo ello es inconsistente y poco explicativo. Donde el esfuerzo es mayor es en la búsqueda de un virus causal. El último candidato es un virus de ratón que les produce leucemia. El que dos revistas de prestigio, «Science» y «Proceedings», hayan acogido sendos estudios hace que la hipótesis parezca seria. En uno encontraron que en el 87% de los 32 pacientes con fatiga crónica estaba el virus, mientras sólo en el 7% de los 44 donantes de sangre. La muestra es pequeña pero las diferencias abismales. En otro encontraron una variante del virus en la sangre de los enfermos. Si fuera siempre así estaríamos ante un marcador de enfermedad y quién sabe si ante la causa. Pero no lo es: al menos en otros dos estudios no había rastro del virus.

El síndrome de fatiga crónica es una enfermedad de adultos jóvenes, preferentemente mujeres, y parece que más frecuente en EE UU que en Europa, aunque los datos son confusos como confuso es su diagnóstico. Para hacerlo se debería exigir que el cansancio dure más de 6 meses, que no haya una causa médica o social que lo explique -por ejemplo, un cáncer, una infección, una depresión, o una demanda laboral o familiar alta- y que haya signos de alteración cognitiva. Es una definición muy vaga y en eso se escudan los autores de los trabajos mencionados para explicar por qué no siempre se encuentra el virus murino en estos pacientes. Ellos dicen que todos sus casos eran, clínicamente, semejantes, muy bien seleccionados y que posiblemente dentro de lo que se llama síndrome de fatiga crónica convivan varias enfermedades.

Uno se enfrenta mejor con las cosas cuando las conoce, cuando puede nombrarlas, ponerles límites. La incertidumbre produce mucha inquietud. Sabemos poco sobre esta enfermedad, realmente no hay buenos estudios epidemiológicos. No hay un tratamiento específico. Quizá lo más importante sea saber que no dura siempre, que el tiempo o una actitud positiva, unida a cierta resignación, son los mejores tratamientos