En 1930 vivían en Nueva York 30.000 españoles. La cuarta parte eran inmigrantes asturianos. Les unía una patria al otro lado del Atlántico y las ganas de construir un futuro. La mayoría no crearon grandes empresas ni levantaron descomunales mansiones en sus aldeas. Trabajaron duro y dejaron a sus descendientes herencia universitaria y un profundo amor por Asturias.

A algunos lo aprendido en el terruño les sirvió para sobrevivir. Ángel Alonso (Nevares, Parres 1890) volvió a cultivar la tierra en los terribles años de la Gran Depresión. Su hijo Manuel, nacido en Nueva York, cuenta que en la granja de Walkill, en el valle del Hudson, a 120 kilómetros de la ciudad, se elaboraba sidra, había matanza y colectas para la causa republicana. La casa se convirtió en un pequeño destino de turismo rural. Sin saberlo aquellos pioneros se adelantaban décadas a la evolución a de Asturias, al otro lado del Océano.

Los testimonios de la vida en las «quintanas» neoyorquinas, junto a otros retazos familiares, se exhiben ahora en la exposición «La Colonia: un álbum fotográfico de los inmigrantes españoles en Nueva York 1898-1945», que acoge el centro Juan Carlos I de la New York University. Forma parte de otro proyecto más amplio y en 60 imágenes reconstruye los cimientos de la cara desconocida de la emigración regional transatlántica. Su comisario, el catedrático de Literatura de la New York University, James Fernández, es nieto de Carmen Alonso, de Sardéu (Ribadesella), que emigró en 1920, y de José Fernández, de Pillarno (Castrillón).

Aparte de una minoría que llegaba de España hubo dos grandes oleadas desde Cuba y Florida. La primera, en 1898, cuando el estallido del Maine truncó la aventura caribeña. A los que trabajaban en las fábricas de tabaco de Tampa la Gran Depresión que siguió al crack de 29 los dejó en la calle. En la ciudad de los rascacielos se colocaron como empleados de la industria, del comercio y de la hostelería. Fernández les llama «indianos en potencia». Tuvieron que mezclar el inglés con el asturiano y capear los tiempos convulsos que desembocaron en la II Guerra Mundial, después de que la contienda civil les cerrase las puertas del retorno. Predominaban los de ideología republicana. A partir de 1936 las cosas cambiaron y los españoles emigrados tuvieron estatus de refugiados políticos. Los registros de los que no llegaban de Europa no figuran en Ellis Island, adonde arribaban los barcos. Por eso es tan difícil rastrear los orígenes de ese retazo de Asturias en la costa este. Se sabe que un buen número se fue a las fundiciones de cinc en Virginia occidental, casi todos de cerca de Arnao (Castrillón). El Gobierno español llegó a establecer un Consulado en aquel Estado. Diez familias españolas, entre ellas cuatro de origen asturiano, han aportado fotos a la muestra. Son los Alonso, de Parres; los Fernández, de Castrillón y Ribadesella, y los Díaz, de Sama de Langreo. La colonia se repartía entre los barrios de Spanish Harlem, Brooklyn Heights, la calle 14 de la parte oeste y el Lower East Side. Hoy siguen «enganchados» al Café Bustelo, empresa fundada en 1865 en Cuba, y conservas Goya, la mayor empresa de alimentación hispana, establecida en 1936 en Manhattan por la familia Unanue, de origen vasco. Para mantener el vínculo se agruparon en sociedades como el Centro Asturiano y «La Nacional», en la calle 14. Eran y son los puntos de encuentro de la emigración. Allí se gestaron matrimonios como el de los padres de James Fernández.