La primera vez que Manuel Alonso , de 87 año, visitó Asturias, en 1967, se quedó sorprendido. «Todo era tal como me lo describían mis padres, no me costó nada encontrar sus pueblos, Nevares y Cuadroveña, cerca de Arriondas». Ángel Alonso se fue a Cuba con 15 años, durante la dictadura de Primo de Rivera, porque no quería hacer la mili en Marruecos. «Tampoco podía pagar a alguien que prestara el servicio por él», explica. De La Habana dio el salto a Tampa y de allí pasó a una acería en Ohio. El trabajo no le gustaba y se fue a Nueva York. Quería volver y nunca regresó, pero siempre hablaba de la «tierrina».

Como buen astur-neoyorquino Manolo es socio del Centro Asturiano. En su casa se come fabada. Su esposa, de origen gallego, se las arregla para comprar chorizos, morcillas y queso de Cabrales. Trabajó en una compañía americana de vapores que actuaba como agente de navieras españolas, entre ellas La Vascongada y Aznar, de Bilbao. Su madre, Consuelo Suárez, había sido costurera en Asturias y fue criada en la casa de José Camprubí, puertorriqueño de origen catalán, dueño del periódico en español «La Prensa» y cuñado de Juan Ramón Jiménez. Ángel y Consuelo nacieron a 20 kilómetros y se reencontraron en Nueva York. Es fácil imaginarlos paseando por las concurridas avenidas de Manhattan, planificando el futuro y hablando de Asturias.

Otros, como Alfredo Díaz y Pilar Montes, tuvieron el restaurante Casa Alfredo y luego regentaron el hotel Riftion, en el campo, al que acudían muchos asturianos.

José Fernández había aprendido en La Habana y Tampa el oficio de tabaquero. En Nueva York abrió una tienda de puros que se convirtió en «luncheonette», combinación de cafetería, quiosco y estanco. Carmen Alonso llegó a Nueva York como sirvienta en la casa de la familia Medina, mexicanos importadores de café. Los hijos de los emigrantes trabajaron en una amplia gama de oficios. El padre de James Fernández fue empleado de Con Edison, la suministradora de electricidad a la ciudad. Luz Díaz intentó revivir el hotel de sus padres en los años 50. Entre los nietos hay escritores, abogados, policías, profesores, cocineros, abogados, hombres de negocios y bibliotecarios.

Aunque la historia de la emigración regional a Estados Unidos duerma en las aguas del Atlántico, los descendientes llevan a Asturias inyectada en vena. El Campeonato Mundial de fútbol del pasado verano fue una ocasión para hacer patria. La saga de los Alonso, se reunió el día de la final, que ganó España, bajo sus tres banderas: española, asturiana y estadounidense. Manuel tiene tres hijos y siete nietos que hablan español con acento asturiano. Todos hicieron piña con la selección. Una de las hijas es la abogada Andrea Alonso, que igual habla de la aldea de los abuelos que del restaurante de las Torres Gemelas en el que solía almorzar antes del 11-S. Se siente orgullosa de sus raíces. «Hablan de los irlandeses y los italianos, pero nosotros nos organizamos como ellos, somos una gran familia», afirma. «Los asturianos de Nueva York eran muy liberales, mis abuelos estaban muy envueltos en la causa de la República», añade una Andrea Alonso con sus orígenes muy vivos.