«Le gusta muchísimo cantar, incluso llora con las canciones de amor que le pone mi padre, pero habla muy poco y ya no puede mantener una conversación». La avilesina Belén Fernández López se refiere a su madre, una mujer de 74 años que lleva cinco luchando contra el alzhéimer, la enfermedad que golpea el cerebro de los afectados y hace trizas los corazones de sus familias. «No podemos ni siquiera saber si está sufriendo, y eso duele mucho», explicó Fernández, que junto a su padre y sus tres hermanos vive para cuidar a una persona que en ocasiones ya no distingue ni siquiera si ella es su hija. «Todavía nos llama por el nombre, aunque no sabe el tipo de parentesco que nos une a ella», aseguró con obligada resignación, para rematar con un vaticinio que a día de hoy es innegable desde el punto de vista médico: «Lo peor es que la enfermedad va a seguir avanzando, para esto no hay cura y no queda más remedio que tener muchísima paciencia».

Belén Fernández y su familia comenzaron a darse cuenta de la enfermedad de su madre cuando ésta empezó «a hacer cosas raras». El alzhéimer se había presentado y ya le impedía atender las labores del hogar, la mujer dejó de lado muchas actividades que estaban en su rutina. «Fue entonces cuando ella dejó de ser el ama de casa y todo cayó sobre mi padre», señaló Belén Fernández. A medida que pasaba el tiempo la enfermedad dejó claro de que se había instalado en el cerebro de su madre. «Mezclaba cosas que le habían pasado de pequeña con las actuales, tenía delirios y una marcada agresividad verbal que nunca había mostrado. Además, tenía insomnio, comía compulsivamente y empezó a no controlar los esfínteres. Ahí es cuando empieza el alzhéimer, no cuando ella deja de conocer sino cuando tú empiezas a dejar de conocerla a ella», subrayó Fernández.

Añadió que aunque los cuatro hermanos participan activamente en el cuidado de su madre, el padre de Belén Fernández, un trabajador de Ensidesa retirado, es quien más sufre el azote del alzhéimer. «Viven los dos juntos y él es quien se encarga de hacer las camas, el desayuno, la compra y algunas labores de la casa», explicó su hija, que, a su vez, no tiene suficientes palabras de agradecimiento para reconocer la labor de los servicios sociales y sanitarios que existen en Asturias para atender a enfermos de este tipo. «Ahora tenemos muchos apoyos, no me puedo ni imaginar lo que tuvieron que pasar los familiares de enfermos hace 20 años, cuando se llevaba eso de decir que las personas chocheaban y había que comérselo todo en casa».

Y es que la madre de Belén recibe una atención diaria. Por la mañana se levanta a las ocho para tomar su medicación. Luego vienen los servicios de ayuda a domicilio para asearla y a las nueve y cuarto parte hacia el centro de día, donde está hasta las cinco de la tarde. «Al principio le decíamos que iba al cole, ahora ya va por sistema», señala Belén Fernández.

Al llegar a casa la recibe fiel su marido, que la lleva a dar una vuelta en la que no hay conversación, aunque sobra cariño. «A las nueve de la noche ya está en la cama, tiene las pautas marcadas como un niño, es como si hubiera vuelto a la infancia, esta enfermedad es injusta y dolorosa y te deja partes del cerebro secas como higos pasos. Es muy duro tener ahí a tu madre y no poder contarle tus cosas como había hecho siempre», se duele Fernández. Ahora, aunque su vida está limitada, sabe que sólo le queda tener mucha paciencia y tiene claro que, al contrario que en otros muchos casos similares, la enfermedad de su madre ha servido para unir más a su familia. «Todos estamos dispuestos a darle nuestro cariño hasta el final, aunque ella no pueda apreciarlo».