Está muy reciente la conmemoración del «Día mundial del alzhéimer», degeneración del sistema nervioso central, que afecta a un elevado número de personas. Y aunque se han desgranado algunas incógnitas en los últimos años, todavía existen lagunas acerca de este proceso neurológico que ataca al cerebro y produce un deterioro de las funciones cognitivas. No forma parte del envejecimiento normal, no se puede prevenir y, actualmente, no tiene tratamiento curativo, porque no se conoce su causa.

Indudablemente, cualquier enfermedad es mala, porque no sólo te priva de armonía corporal, sino que resquebraja la moral debilitando el cuerpo y el alma. Cualquier afección o patología es un desorden, un caos, pero quizás una de las más temidas es el mal de Alzheimer, porque daña lo esencial del individuo: la capacidad de pensar, discernir, recordar, reconocer, incluso a esos seres a los que has dado la vida. A la larga, y sin poder hacer nada para evitarlo, conduce a una dependencia total del enfermo de las personas de su entorno.

Por eso, y si tenemos en cuenta que la carga afectiva, económica y social invertida en la atención a estos pacientes, durante tantos años como se mantiene el proceso, es enorme, mientras no se conozcan las causas que la producen y que permitan llevar a cabo medidas preventivas adecuadas, se precisa una ampliación de los programas nacionales que abordan de forma global su cuidado: ayudas a domicilio, centros de día para aquellos familiares que, sin perturbar la vida laboral, decidan hacerse cargo de estos pacientes hasta el fin de sus vidas, residencias públicas, y algo importante para tener en cuenta es el control exhaustivo -tanto en las públicas como en las privadas-, por parte de la Administración, para asegurarse que estén debidamente atendidos.

Porque la enfermedad no solamente es oscura, triste y tortuosa. También es cruel y devastadora y sume al enfermo en una indefensión tal que lo deja al manejo absoluto del cuidador ¿Y si éste no cumple como debería?

La verdad es que a las personas que la hemos vivido de cerca, o lo están haciendo ahora, se nos ponen los pelos de punta. Por eso se precisa gran concienciación social para ayudar a estos hombres y mujeres a los que esa enfermedad los ha desposeído de un tesoro que vamos guardando y apilando a lo largo de la vida, de esa riqueza tan preciada, que se llama memoria.