En la plaza de Villabre hay dos indicadores de madera hechos a mano que señalan en la misma dirección. Hacia la izquierda, dicen, están el «mesón La Corte» y el «albergue bar El Caldoveiro». Pero no, engañan. Aquí no hay bares; ni dos ni uno. En la capital de Yernes y Tameza, la cabecera del municipio menos poblado de Asturias, aquellas señales equivocadas son a la vez las reliquias de un pasado mejor y las expectativas de otro futuro distinto. Porque el albergue sigue estando ahí, en pie pero cerrado, inactivo pero recién arreglado para el uso. Continúa ahí con sus cuatro habitaciones y sus ocho camas «en plan literas», con sus «vistas preciosas» y pegadas a él dos viviendas sociales a punto de adjudicarse junto a un local que tal vez sea una oficina de información turística, esperan los vecinos. Ese edificio, que ahora es mitad amarillo y mitad granate, fue hace mucho tiempo la escuela y las viviendas de los maestros. Sus paredes son las mismas que se ven de fondo en esta fotografía que enseña a veintidós alumnos con cuatro profesores a comienzos de los setenta. Hoy aquí ya no hay clase, hace años que todas las dan en Grado, y para contar los niños que quedan no hacen falta las dos manos.

En este lugar encajonado entre montañas, a 23 kilómetros de intrincado ascenso desde Grado, la última resistencia son 55 vecinos y la más joven, Desiree, tiene 13 años. Se han ido muchos, empujados por la falta de alternativas de futuro, y hay siete personas menos que hace diez años, dice la estadística oficial. Siete son demasiadas en la fatigosa tarea de dar la vuelta al declive universal del campo asturiano que han asumido los que siguen en Villabre. Son pocos y más viejos, y para darse cuenta basta cualquier vistazo. No hace falta retroceder 55 años hasta la boda de Pilar López, que ha cumplido los 83, ni comparar con amargura: «Había casi tanta gente en el barrio de abajo que en los tres pueblos de la parroquia de Tameza. Ahora estoy yo sola».

Están ella y «Boroñu», el perro, y algunos fines de semana «mucha gente de paso preguntando por un bar», confirmará Lidia Quirós. Se ha quedado «porque quiero, porque me gusta», pero también tal vez para demostrar que se puede. Su fórmula es una ganadería ecológica con setenta vacas entre asturianas de los valles y de la montaña en Villaruiz. La resistencia unánime contra la despoblación se agarra al clavo ardiendo del turismo rural enseñando el magnetismo de la Naturaleza virgen que aquí pone el decorado a la mirada en todas las direcciones. Aquí, eso sí, va a haber que intentarlo partiendo de cero, contando con que Asturias tiene competidores que sacan muchísimos cuerpos de ventaja. Habrá que empezar por lo más básico de la infraestructura hostelera, por el bar, porque llegó a haber cinco y hace más de siete meses que no queda ninguno, y por aquellas literas del albergue. Yolanda García, la madre de Desiree y de otros tres niños, una rareza en Villabre, está pendiente de que se resuelva una concesión municipal para hacerse cargo de él. El edificio es propiedad del Ayuntamiento, que espera tenerlo abierto dentro de un mes, afirma José Ramón Fernández, el Alcalde. Así se igualaría a la cabeza de la otra parroquia del concejo: Yernes, de población poco más que Villabre, tiene bar y hasta una casa de alojamiento rural. También el regidor ha dicho siempre, asegura, que «aquí el futuro pasaba por el turismo y por cambiar el chip de la ganadería antigua» que todavía «sigue siendo el sustento principal», afirman los vecinos. No va a ser fácil emprenderla directamente con la mentalidad de la población muy mayor del municipio, asume Fernández, pero «hay que olvidarse de la vaca y de las subvenciones de la vaca. No hay otra».

Lo que sí hay son posibilidades. No será la primera vez que los faros de un autobús enfoquen un oso en la AS-311 al ascender desde Grado y a dos kilómetros de aquí, confirma la experiencia de Lidia Quirós. Tampoco resultan extraños los aullidos de los lobos, los buitres, los gatos monteses o, sin salir de este otoño incipiente, los sonidos de la berrea del venado que de modo tan atronador promocionan como reclamo otros concejos asturianos con mucho más recorrido en los caminos del marketing turístico. Y montaña virgen y Naturaleza salvaje, «rutas guapas», «unos lagos preciosos ahí arriba» y la arquitectura rural tradicional de los corros, esas cabañas circulares y seculares que sustituyen por piedra las cubiertas vegetales de los teitos somedanos y que tienen su atractivo etnográfico aunque algunas también se vayan cayendo de puro abandono. En el Munumento Natural de los Puertos del Marabio, la sierra que cierra el paisaje del valle de Tameza, hay además tradición y especies cinegéticas en abundancia y a lo mejor al visitante le interesa «venir a ver cómo funciona una ganadería ecológica» si tiene dónde alojarse. Todo, acaba el retrato apresurado, a tiro tres cuartos de hora del centro de Asturias. «Tal vez sea éste el sitio más próximo a Oviedo donde puedes encontrar todo eso; ese encanto no lo tienes en otros lugares», afirma Javier Fernández, tamezano al cargo del telecentro de Villabre.

Entrando en el telecentro nace alguna idea. Tal vez esté el secreto en la búsqueda de la actualización de lo antiguo, de todo eso que siempre ha estado aquí, oculto, para ponerlo a la vista del mundo utilizando todos los medios al alcance de un pueblo del siglo XXI. No será tan difícil. A los mandos de una de las seis computadoras que se apoyan en las paredes del telecentro trastabilla sin ayuda Victoriano Villar, uno de los tres únicos vecinos de Villaldín, en la zona alta del concejo de Grado próxima a Tameza. Junto a la puerta de la Casa Consistorial hay un mensaje para visitantes: «Activa tu bluetooth, descarga gratis la guía turística del Camín Real de la Mesa». Definitivamente, aquí han quedado atrás los tiempos en los que Valeriano Lorenzo, legendario alcalde de Yernes y Tameza de 1979 a 1995, homenajeado en un busto en la plaza de Villabre, rechazó los ordenadores que le ofrecían para el ayuntamiento «porque aquí no tenemos nada que ordenar».

-Un buen comunista y una buena persona.

Carmen Fernández recuerda en voz alta sentada en un banco adosado a la fachada lateral de la iglesia de Villabre, justo detrás de la escultura del ex alcalde, que no tiene leyenda alguna que informe de quién es el ilustre distinguido, ni falta que hace. Pero hoy, pese a la muy tímida incorporación de este pequeño concejo de 185 habitantes al universo de las nuevas tecnologías, aquella tarea imprescindible de la actualización para enseñarse al visitante tiene aún muchas cosas que ordenar. Las casas, sin ir más lejos, porque algunas se caen. «Deberían ofrecer facilidades para mantenerlas en pie, favorecer la rehabilitación», reclama Lidia Quirós, porque es triste verlas vacías, pero sobre todo «da mucha pena comprobar que se derrumban» y que falta iniciativa para evitar la certeza de que una vez en el suelo va a resultar demasiado costoso pensar en reconstruirlas. Son en muchas ocasiones productos de herencias partidas que van a dar a propietarios múltiples a los que cuesta poner de acuerdo, pero aquí se urge la búsqueda de alternativas diferentes a la renuncia a mantener erguido el patrimonio arquitectónico del pueblo.

«De mi casa hacia arriba», acude Quirós a la experiencia personal, «también se están tapando los caminos» y si había hablado de enseñar rutas desconocidas ahora no hace falta que añada que este paisaje desatendido no ayuda. Tampoco el estado de abandono de tres molinos que podrían poner los hitos de un recorrido turístico, interviene Javier Fernández, ni las otras dificultades que obstaculizan a veces la tarea de enseñar «todo lo que tenemos oculto». Él pone, por ejemplo, el lugar del pueblo donde brota el río Villabre, afluente del Cubia, que podría merecer la pena una visita si se habilitase «un camino que la gente pudiese recorrer en bicicleta o caminando». Ha crecido -otro efecto del abandono progresivo de las labores agrarias tradicionales- demasiada vegetación alrededor del pueblo, y Javier Fernández se apoya señalando una fotografía de 1959 donde las casas de Villabre se aprecian perfectamente desde las inmediaciones de Villaruiz. La misma perspectiva, tomada hoy, esconde Villabre entre bosques cuya espesura enseña, a los ojos avezados de quien ha visto esto antes, hasta qué punto el campo se va dejando morir.

Se agota. A la sombra y el abrigo que da el Caldoveiro, cualquier recorrido se termina sin apenas cruzarse con personas ni reses. El Alcalde calcula a ojo y concluye que «en todo el concejo pueden quedar no más de ocho que vivan sólo de la ganadería. La mayoría cobra una jubilación y aparte mantiene cinco o seis vacas o yeguas».

Mal de altura

Uno, por lo menos. El recuento de necesidades parte en Villabre de una de las más elementales. No hay bares. Los vecinos urgen la reapertura del albergue, de titularidad municipal, que cuenta al menos con una solicitud de gestión y que, según el Ayuntamiento, funcionará «en un mes».

Como en muchos de los pueblos que envejecen, el «proyecto estrella» que asume el alcalde de Yernes y Tameza para la capital del concejo tiene la forma de una residencia de ancianos. No sería sólo para el municipio, aclara José Ramón Fernández, que pretende integrar también a «toda la zona alta de Grado» y acepta la prolongación de la batalla una vez que hasta ahora «no se ha tenido muy en cuenta» este proyecto de millón y medio de euros para un terreno situado tras el Ayuntamiento.

Lo que sí tiene, además de solar, planes de comienzo de obras es un edificio de servicios múltiples. Allí se reubicará el telecentro, tendrá archivo y sala de reuniones y a cambio de medio millón de euros ocupará «un edificio de corte vanguardista» que con su planta superior acristalada romperá un poco con el entorno», afirma el alcalde. Las obras deben comenzar ya.

«Cada dos por tres» se va sin necesidad de que medie ningún incidente climatológico, denuncian los vecinos, y en las frecuentes nevadas del invierno la telefonía funciona prácticamente sólo en el telecentro, que recibe señal por satélite.

Salir de aquí sin coche solamente es posible, y gracias, «una vez a la semana». Los miércoles, día de mercado en Grado, un autobús baja hacia la villa moscona a las siete de la mañana y vuelve a subir a las dos de la tarde.

Muchas se caen y duele cuando son ejemplos de arquitectura tradicional en piedra que los vecinos se resisten a dar por perdidas. No será sencillo, porque son en muchas ocasiones propiedades múltiples salidas de herencias repartidas; pero aquí se pide alguna facilidad para una rehabilitación que las mantenga en pie.