El cartel de la promoción inmobiliaria vende «el paraíso natural» en dos bloques de pisos gemelos, tres alturas más bajo cubierta, con forma de «L», piedra caliza, revestimiento de mortero y tejado de pizarra. El «Residencial Parque de Somiedo» ocupa una vega junto al río delante de una zona de juegos infantiles «tuneada», la parte superior del tobogán cubierta con un remedo de la techumbre vegetal de los teitos somedanos. A su lado resisten cuatro de estas cabañas tradicionales, pero actualizadas y acristaladas, con mamparas de vidrio en lugar de paredes de piedra para enseñar que contienen una exposición de añejos aperos de labranza. Esa mezcla de antigüedad renovada es el comité de bienvenida que Pola de Somiedo brinda al que llega hasta aquí después de superar el ascenso retorcido desde Belmonte. Ahí está también la piscina climatizada en obras y casi recién terminado un mercado de ganados muy limpio y muy moderno, un recinto «multiusos» sin rastro de que haya pasado ninguna vaca en los últimos días. Desde arriba vigilan y protegen, como siempre, las paredes calizas de Peñavera y La Corona; por debajo sigue bajando, torrencial, el río Somiedo, pero algún vecino corroborará después lo que se aprecia a simple vista, que la Pola «es otro pueblo». Uno distinto que cada vez es menos pueblo, que ahora tiene «tantas casas nuevas como las que antes había viejas» y quince establecimientos turísticos con más plazas de alojamiento que habitantes censados en este sitio en el que antes apenas había dónde quedarse a dormir.

¿Antes de qué? La frontera que separa aquí aquel «antes» de este «después» permanece inmóvil en el año 1988, en la transformación de este municipio en parque natural. Lo que hoy es Pola de Somiedo no se reconocería en un retroceso rápido hasta la fecha de declaración del espacio protegido que se llama como el concejo y cuyas fronteras coinciden exactamente con las suyas. Marcha atrás, Belarmino Fernández Fervienza, el Alcalde, recuerda que en 1988 «éramos el municipio número 77 de los 78 de Asturias en renta per cápita; hoy estamos en mitad de la tabla». Apenas había entonces camas para alquilar en la Pola y hoy son unas 1.500 en el recuento del municipio, en su capital por encima de quinientas si se incluyen las del camping. Ellos lo vieron antes, he ahí el ingrediente secreto de la fórmula ganadora. La cabeza administrativa del primer parque natural declarado completamente en territorio asturiano, desde el año 2000 capital también de la primera Reserva de la Biosfera del Principado, «acertó» entregándose a la promoción de sus espacios naturales cuando el turismo de naturaleza apenas balbuceaba sus primeras palabras. Las montañas y los lagos ya estaban aquí, viene a decir la experiencia de Publio Álvarez, veterinario y propietario de unos apartamentos rurales en la Pola. «Sólo había que saber enseñarlas».

Con esas armas, inundando Fitur de folletos turísticos del parque de Somiedo, esta pequeña villa que hoy quiere ser «de servicios» fue remontando peldaños en la clasificación asturiana de la renta per cápita y oponiéndose al retroceso demográfico que duele en todo el medio agrario asturiano e incluso, sin ir más lejos, en el entorno muy rural de su concejo. La pequeña población de la Pola crece, ha cambiado las 155 personas que tenía en el año 2000 por 190 en la última cifra de 2009, y su lento progreso desentona con el decrecimiento de un municipio que resiste a duras penas por encima de los 1.400 habitantes, casi la mitad de los que tuvo en los años setenta del siglo pasado. El termómetro del colegio, que da clases hasta Segundo de la ESO, dice que empezaron este curso 52 alumnos, remontando desde los 38 que se recuerdan de hace unos pocos años.

El «puente viejo», de recia piedra, sirve para cruzar el río Somiedo, o Caunedo, o del Puerto, en el centro de la Pola y esconde una de las pocas estampas de pura ruralidad que le quedan a la villa. A esta población que ya no quiere ser sólo turística y que mirando al futuro identifica posibles fuentes auxiliares de empleo y riqueza en la pequeña industria agroalimentaria. «Somiedo ha cambiado, ahora es de otra manera», recalca Adriano Berdasco, que regenta un núcleo de alojamientos en Villar de Vildas y preside la Federación Asturiana de Turismo Rural (Fastur). «Lo dice todo el mundo» y con ellos también Herminio Cano, «Miño». Al calor de las oportunidades del concejo, él ha ampliado el modesto negocio turístico familiar de los inicios del Somiedo turístico para que abarque ahora, entre otros, restaurante, hotel y apartamentos rurales. No le hace falta volver a 1988 para saber que es evidente que «las cosas están cambiando». «Hace diez años llegaba septiembre y se acababa Somiedo» y antes hubo un tiempo, recuerda el Alcalde, en el que incluso se cerraba por vacaciones en agosto. Ahora ya no. Ahora, como mucho, el período de hibernación de los locales de hostelería cubre enero y febrero, los meses de invierno más crudo y menos afluencia de visitantes. El resto tiene muchos altibajos, sí, porque el mercado «es muy anárquico», pero de momento aún da para alimentar a los quince establecimientos de la Pola, empresas familiares adaptadas al calendario variable de esas poblaciones remolcadas por el turismo que por definición duermen más los laborables y en invierno que los veranos y los fines de semana.

Alternativa natural a los Picos de Europa, esto se exporta como uno de los otros destinos accesibles entre otros para aquellos que no quieren los Picos «porque piensan que se han transformado en la Gran Vía de Madrid», define Berdasco. Con las credenciales de su paisaje y con cinco hoteles, seis apartamentos rurales, tres pensiones y un camping, Pola de Somiedo quiere guardar fidelidad a los principios que construyeron su oferta turística mirando al futuro «sin creernos los mejores ni subirnos demasiado a la parra. Queremos seguir siendo los mismos». Será que la fórmula funciona, que casa aproximadamente con la demanda y quiere seguir presumiendo «más de calidad que de cantidad». Inés González, propietaria de un hotel de tres estrellas en el centro de la villa, viene de un octubre «mejor que el del año pasado» y, en general, el sector siente aquí menos crisis desde que 2008 fue, dicen, el ejercicio más retraído. Miño asume que son la excepción esos madrileños que «llevan quince años viniendo» y lamenta las estancias cada vez más cortas, pero el volumen de las quejas, en general, un día normal de la temporada alta, no se oye por encima del ruido que hacen los turistas.

Un paseo entre hoteles, apartamentos y modernos bloques de viviendas en venta y alquiler confirma la transformación orientada hacia la función residencial y turística que busca la Pola en el reverso de su pasado agrícola y ganadero. Se ve en la librería, que lo sigue siendo y vende libros, pero en el escaparate, también, un muestrario completo de souvenirs a la asturiana: pequeños teitos, hórreos, osos, vacas, brujas, ninfas, lecheras, relojes, cacerolas, camisetas, un cuadro de la braña de La Pornacal, Telva y Pinón esfoyando maíz... No es lo que era. Aquel pequeño pueblo de alta montaña es hoy una villa con ambiciones semiurbanas y un modelo de expansión alejado de lo agrario que, visto desde dentro, no deja indiferentes.

Los edificios del residencial «Parque de Somiedo» no son únicos en su género. A su alrededor hay otros y, más arriba, frente a un gran hotel, de camino hacia la pequeña iglesia de Santa María y al enfilar la salida de la villa en dirección a Valle de Lago se levanta un largo bloque de colores con unas 40 viviendas y poco que ver con la arquitectura rural tradicional de la montaña asturiana. El «gran proyecto estratégico» que defiende el Alcalde consistía en construir una «villa de servicios» donde había «un pueblín que ni siquiera era el mayor del concejo» y en aprovechar la disponibilidad de suelo urbanizable, muy escaso en los territorios rurales de montaña. Incluso habría que haberlo hecho antes, asegura, porque así «muchos de los que se fueron de Somiedo y compraron casas en Oviedo o Grado habrían bajado a invertir a la Pola».

Pero no así, le va a decir algún vecino. Herminio Cano concede que «Somiedo sentía una demanda de viviendas, pero tal vez no de esto que se ha hecho». A la vista de los bloques, de alguna persiana bajada y varios carteles de «Se vende», Adriano Berdasco cuestiona la velocidad explosiva del crecimiento urbanístico de la Pola y compara sus nuevas edificaciones con «las colominas de los años sesenta». Son, define Publio Álvarez, «una barbaridad que va en contra de los intereses del pueblo y de la gente que vive en el pueblo». Por no hablar de la alerta contra el peligro de que por la vía del alquiler lleguen a ser «un hotel camuflado», sigue el presidente de Fastur. Pero lo nuevo está hecho, en parte vendido y aún puede haber sitio para otros bloques. «Mi pueblo ya no es mi pueblo», sentenciará con amargura el sacerdote somedano José Manuel Feito, párroco de Miranda (Avilés).

El pueblín de exclusividad ganadera que fue la Pola hasta los años ochenta ha alcanzado el siglo XXI reformado, pero la nueva villa de servicios va a buscar alternativas de futuro y se opone al turismo en régimen de monocultivo. Hasta en la guía turística que promociona Somiedo hacen la portada dos xatos y un teito junto al Lago del Valle. En la población de la capital somedana quedan apenas cuatro ganaderos, pero el concejo, mirado en su conjunto, no va a poder vivir de espaldas al vacuno. Para la Pola, que ha escogido «especializarse en servicios», afirma Nicolás Álvarez, agente de desarrollo local, la hoja de ruta de la generación de riqueza y empleo reserva plaza en un futuro de transformación agroalimentaria. «Tan peligroso era antes vivir exclusivamente de la ganadería como lo es ahora consagrarlo todo al turismo», recita el Alcalde. Situado en esa tesitura, Belarmino Fernández Fervienza fía una parte considerable del futuro a la demanda que siente el Ayuntamiento de industriales interesados en la nueva oferta de suelo que el plan de ordenación sitúa a la entrada de la villa. Él espera que en 2011 eche a andar con más de diez y menos de quince parcelas, que aloje un nuevo parque de bomberos con su pequeño helipuerto y, sobre todo, que estimule la llegada de proyectos empresariales conectados con la actividad agropecuaria que ha sido esencial en el Somiedo de siempre.

Oficialmente, el centro de recepción de visitantes del parque de Somiedo es ese edificio amarillento que ocupa casi todo el centro de la Pola, pero toda la villa ha adquirido en la práctica esa función de recibir y dar cobijo al visitante. Da fe la transformación de viejos edificios en reclamo turístico, de lo que fue teleclub o farmacia en Ecomuseo de Somiedo o del antiguo «Centro rural de higiene» en sede de la Fundación Oso Pardo. En el museo, María Teresa Lana enseña 330 piezas, herramientas de oficios tradicionales, donadas por los vecinos, y comparte ubicación con tres casas de teito de escoba que muestran la distribución de la vivienda tradicional en Veigas, en el valle de Saliencia. La parte de la Pola lleva abierta desde 1996, camina al revés que el resto del turismo -«tenemos menos gente cuando hace buen tiempo», afirma Lana- y suma 6.800 visitantes desde enero. Llegó a 17.000 en los años buenos, muchos encantados a la vista de una lavadora de madera en perfecto estado de conservación hallada en una casa de Saliencia y con fecha de 1896.

Subiendo desde Belmonte, en la carretera, unas inquietantes señales piden «Atención» con letras rojas sobre fondo verde fosforescente y dos osos cruzando la carretera por delante de dos coches. No será para tanto, pero Pola de Somiedo también vende «El país de los osos» desde el rótulo de un edificio en la calle Rafael Rey López. A los que vienen «les dejamos claro que es muy difícil verlos, que vienen a ver con quién convive el oso y su hábitat, pero se marchan alucinados cuando en alguna ruta descubrimos indicios», afirma Soraya García en la primera planta del consultorio médico, sede de la Fundación Oso Pardo (FOP). Recibe en un pequeño espacio expositivo, con tienda, muestras de huellas y excrementos y la maqueta de un plantígrado a tamaño real. El personal de la FOP, cuatro personas, los observa en rutas de vigilancia y seguimiento, pero en su división turística también organiza rutas de dificultades variables por las zonas permitidas del parque natural. Este año han atendido 959 visitas y el promedio es de unas 1.500 al año, a la espera de la consolidación de un proyecto que trasladaría y ampliaría el espacio en el local que ahora ocupa el Ecomuseo.