-Clarín escribió una frase hermosísima: «Me acordaba de mí mismo cuando era niño como de un hijo que se me hubiera muerto». Nací en la calle Gascona, número 10, 4.º izquierda, levantada en 1935 y que, como todo Oviedo, tenía su proyectil de cuando la guerra. El barrio era Gascona-Víctor Chávarri, no había vía de penetración y la estación del Vasco marcaba nuestra vida. En un entorno muy pequeño tenía a mi primo amigo Pepín Solar, a la tía abuela Visita, que era la madre de Falín y Emilín, futbolistas. Decían que el que mejor jugaba era su hermano, Pepín, que había muerto en la guerra. Su padre, Aquilino, había sido jefe de estación. Cuando el Real Madrid fichó a Falín y supo cuánto le pagaban, Aquilino le aconsejó «pide más». Tenía la cabeza perdida y decía: «Esto lo heredasteis de mí, pero yo lo tenía oculto». Antón, otro de sus hijos, fue futbolista en México.

-¿Cómo era la vida familiar?

-Mi padre, Luis Ruiz de la Peña, era músico y funcionario del Ayuntamiento. Era tenido por un gran músico, pero entonces no se podía vivir de eso. Cuando yo nací, firmó la zarzuela «Los corales» y Benito Lauret comentó que merecía la pena. Pero marchó Lauret (el director de la Orquesta Sinfónica de Asturias) y no hubo más. Mi padre dirigió el «Orfeón Ovetense», más de 100 voces. Mi madre era ama de casa.

-¿Cómo era?

-Buena, muy guapa, muy de familia. En su casa eran diez hermanos y era muy religiosa, pero sin beaterías. Su madre, la abuela Regina, de La Mata (Grado), era una mujer singular, humilde, religiosa. Cuando entraron los mineros en 1934, unos vecinos muy rojos denunciaron a la familia de mi madre diciendo que eran fascistas. No tuvo consecuencias porque vieron que se trataba de escribientes del Vasco, una familia trabajadora como las demás. Cuando acabó la guerra, aquellos delatores lo pasaron muy mal y mi abuela les llevaba la cena. Decía que ser cristiano era perdonar al enemigo.

-Ésa es la abuela materna. Cuénteme de su madre.

-Se casó con 19 años, en 1935, y no pudo ir de viaje de novios por una huelga. Su primer hijo nació el 18 de julio de 1936 y murió poco después..., no sé las circunstancias, sé que hubo un bombardeo, pero... El segundo, Juan Luis, nació en octubre de 1937 en Vegadeo. Muchos ovetenses que andan entre los 70 y los 74 años nacieron en el Occidente, de Luarca para allá, por el pasillo de evacuación de la ciudad. Le costó mucho sacarlo adelante. Sobrevivió gracias al doctor Portal, médico de Puerto de Vega, y a una marinera que fue su madre de leche. Mi abuela Regina decía que ya que había sobrevivido iba a ser algo grande cuando creciera. Era pequeño, pero jugaba muy bien al fútbol.

-Por lo que cuenta, su familia era de derechas por las dos partes.

-Sí, católicos de derecha sociológica. A mi padre, con 21 años, lo eligieron director del «Orfeón Ovetense» los anarquistas, que eran la mayoría. Algunos de mis tíos de derechas fueron luego muy antifranquistas. Sólo un hermano de mi madre, Luis, tuvo alguna veleidad socialista y se le quitó en octubre del 34.

-También había curas y monjas por los dos lados, y músicos?

-Por parte de mi padre, de curas. La abuela materna tenía título, había sido educada como señorita, tocaba el piano y se había casado con un primo segundo que resultó un pirabán y fundió los restos. Su primer hijo, tío Ignacio, debía ser militar siguiendo la tradición familiar, pero se hizo cura. Era un musicazo. Tuve bastante relación con mis tres primos Juan Ignacio, Luis Miguel y Andrés, que vivían en la cuesta de la Noceda (calle Martínez Vigil y carretera de Gijón), músicos los tres.

-¿Cómo se define usted ideológicamente?

-Soy independiente. Me considero bastante progresista en lo social y económico y estoy en contra de este capitalismo neoliberal. Soy radicalmente demócrata. No tengo partido y voto en cada momento lo que creo que es mejor. Soy católico.

-¿Cómo vivían ustedes?

-Clase media baja funcionarial. Sin necesidades y sin que sobrara nada. Mi madre tenía una asistenta, Julia, de El Puntal (Villaviciosa). En casa éramos tres hermanos, Juan Luis, de 1937; yo, de 1941, y Álvaro, de 1945; en la de enfrente, los Ballesteros, hijos del periodista Antonio Ballesteros, Paco y Ramón, y debajo, los Rubio Baizán, que eran tres hermanos. Mi amigo era Toño Rubio, el pequeño. Ésa era la potencia natal de la casa, ocho chavales más o menos de las mismas edades. Crecí junto al Vasco, al arrullo de los trenes, donde mi abuelo era jefe de almacenes. En la calle no había coches, sí dos furgonetas, la de Gaseosas el Canelu y la de Correos. Íbamos al «prau» Patones, donde ahora está la rotonda de la «Y», a coger escoria para hacer las montañas del nacimiento.

-¿Dónde estudió?

-Las primeras letras, en la escuela de doña Ramonina, que estaba en la primera casa de la cuesta de la Vega y era una escuela privada... privada de todo. San Tirso era la parroquia de la familia de mi madre y en la calle San Isidoro, en una casa grande, de piedra, vivían mis abuelos. Jugábamos a los banzones en los Reyes Caudillos y los domingos mi padre nos llevaba al Café Español, que era de mi tío Eugenio. Era mi padrino y me daba un durín. Cuando tío Eugenio cambió el negocio por una mueblería, íbamos a Casa Noriega a comer patatas fritas. Comprábamos los tebeos de «Hazañas Bélicas» de Boixcar en el quiosco de Gene, en la Escandalera. Otro territorio importante era el Campo San Francisco.

-Oviedo tenía muchas heridas de la guerra.

-En el Campillín vivía gente en casas sin fachada, arrasadas, pero las heridas de la guerra se restauran. En Oviedo, peor que la guerra fueron la especulación y la desidia de la Administración. La burguesía no fue como la de Bilbao, la de Barcelona o, incluso, la de Gijón en Somió. En Uría estaban el chalé de Olivares, el de Tartiere y el de los Polo; en la plaza San Miguel, el de Herrero; el de Concha Heres, que era de Masaveu, en Toreno; «Villa Ubalda», en la avenida de Galicia. Queda bastante de la ciudad jardín del Naranco, la zona de los Solises hasta las Ursulinas. Ahora Oviedo es una ciudad encutrecida y, como dice mi amigo Miguel Ángel de Blas, va camino de ser una barriada con Catedral. Una ciudad es un libro que ha de tener todos los capítulos, está bien tener el Prerrománico, pero si prescinde de la ciudad barroca...

-Estudió en el Colegio Hispania.

-Hice el ingreso en 1951. Un colegio laico, aunque tenía el cura de Religión y hacía ejercicios espirituales. Dos profesores influyeron mucho en mí: Manuel Menéndez, que me dio Latín, Griego, Filosofía y Literatura y marcó mi gusto por las Humanidades, y José Pelayo Pazos, que, como conocía mis gustos, me decía «tú tienes que hacer Historia».

-En los colegios, los hermanos mayores abren camino y ponen el listón. Usted llevaba por delante a Juan Luis, que era muy brillante.

-Juan Luis era para mí una influencia más moral que intelectual. En el colegio don Luis Somoano y don Manuel Menéndez discutían si valía más Juan Luis o yo. Don Manuel era partidario mío porque mis aficiones estaban más próximas a las suyas, pero Juan Luis daba para todo. Era el mejor del lote.

-¿Cómo le gustaba la Historia siendo adolescente?

-Leía Historia. Don Manuel me había prestado «La ciudad antigua», de Fustel de Coulanges, y «Las Lusiadas», de Luis de Camões. No sólo me gustaba la historia medieval, también la del arte y la etnografía.

-Siempre dice que su hermano Juan Luis era el mejor del lote.

-Era inteligente, buen chaval, encantador. Éramos muy futboleros los dos, él más tranquilo. Murió en 1996 y está considerado uno de los mejores teólogos europeos. Todavía genera derechos de autor. Mi madre nos quería a todos igual, pero tenía más afinidad con él. Mi padre quería que estudiara Medicina y cuando dijo que quería ser cura le sentó muy mal, porque, como era un gran estudiante, se hacía grandes ilusiones.

-¿Cómo sucedió?

-Fue a la hora de comer. Juan Luis tenía 16 años y Álvaro, 8. Mi padre tenía una cara muy seria y le dijo que el cuarto mandamiento era honrar a los padres, y Juan Luis contestó que el primero era amar a Dios. Luego mi padre fue feliz y cuando tuvo su primer destino, el barrio de San Pedro de Mieres, en 1962, vaya año, el de las huelgas mineras, le mandaba dinero. El arzobispo de Oviedo, Tarancón, fue el que quiso que estudiara en Roma y él aceptó, pero a condición de hacer también la carrera de música. En la vocación religiosa de mi hermano influyó mucho el centro de Acción Católica de San Juan, que tenía una base muy social. A pesar de ser teólogo, mi hermano conservó la preocupación social y cuando le recordaban la persecución de los curas en la Guerra Civil él argumentaba que, a lo mejor, la Iglesia no había estado donde tenía que estar.

-¿Cómo era su padre?

-Te tenía cariño, pero no hablaba contigo. Eran los padres de la época. No tiene nada que ver con las relaciones que yo he tenido con mis tres hijas, por ejemplo. Estaba desconectado de nosotros. Mi padre quería que fuera abogado y tampoco lo consiguió. Una de mis hijas quería hacer Biológicas y yo le puse el ejemplo cercano de una tía que hizo una buena carrera de Biología y no logró ejercerla. Hizo Derecho. Le pregunté si le gustaba el derecho romano, contesto que sí y hoy es registradora de la Propiedad. No la forcé a nada. Volviendo a mi padre, para Álvaro también quería otra cosa, pero no se frustró porque ninguno hiciéramos lo que quería.

-Bueno, tuvo tres hijos universitarios.

-Si no salías de casa, estudiar era barato. Y éramos buenos estudiantes. En casa no había mucho dinero, pero Juan Luis pronto empezó a comprar sus libros y había una pequeña biblioteca salvada de la Guerra Civil y el piano de mi padre. Yo creo que no hay una formación cultural plena sin cierta cultura musical. En casa sonaba música clásica. Recuerdo estar enfermo y que venía a verme el médico Oliveros y sonaba el «pick up» y me decía «¿qué estás oyendo?». A Debussy. Y refunfuñaba: «Yo a estos modernos no los entiendo». Crecí familiarizado con Brahms y Chopin.

-Pues les costaría llegar a fin de mes, pero con libros y música, culturalmente, eran clase media alta. Usted hizo Derecho.

-Y en segundo curso, Letras, y allí encontré a don Juan Uría como profesor y a Emilio Marcos como compañero.

-¿Dio pronto con Emilio Marcos?

-Éramos 40 en clase, había leído y admiraba a Clarín, tenía una pequeña biblioteca asturianista, íbamos a comprar libros a Cepeda. Las afinidades electivas. Recorrimos de Cayés a Las Regueras para hacer el folclore del río Nora porque queríamos hacer algo. Seguíamos la actividad del IDEA, que no nos gustaba.

-Tardó en gustarles hasta mediados de los ochenta.

-Era la cultura oficial que había rechazado a don Juan Uría, que era, por mérito, el director nato. Ya soy el más veterano del IDEA, que no me empezó a gustar hasta que llegó a la presidencia Paco Tuero.