Clases en la Casa Rectoral. «Nací el 3 de diciembre de 1933, en Villarigán, Pravia. Mi padre, Manuel Álvarez, era de la aldea, de un pueblo llamado La Pandiella, y mi madre, Carmen Díaz Pire, de Villarigán. Mi padre se marchó a Cuba, estuvo allí bastantes años y al volver se dedicó a los trabajos del campo, y con ellos fue creando recursos y motivándose. Después fue también mucho tiempo el alcalde del término parroquial de Escoredo, que es un pueblo muy cercano a Villarigán. En 1931 nació mi hermano José Manuel, y en 1939 mi hermana "Maruja", María del Carmen. Los primeros recuerdos de infancia que tengo son los de recibir las primera clases en la Casa Rectoral del pueblo. El párroco de aquella época era don Porfirio Gutiérrez, que me dio las primeras letras y al segundo día de clase ya me tuvo que dar con la regla en las manos, por revoltoso. Este sacerdote, hacia el que conservo verdadera admiración, quiso llevarme después al Seminario, pero no sucedió, aunque yo emulaba de niño al cura echando sermones».

l Maestra debajo de una panera. «Recibí aquellas clases particulares de don Porfirio porque mi padre quería que yo empezase cuanto antes a recibir instrucción. Otros recuerdos de la infancia son de cuando empecé a la escuela en el pueblo, porque en 1942 vino una chica de las Cuencas, de Sama, que tenía a su madre sirviendo por aquí. Esa chica, aunque no tenía título, nos empezó a enseñar debajo de una panera de Villarigán. Ella se llamaba, no lo olvidaré jamás, Teresa Vallina Rodríguez. Vino para poder ganarse algún dinero y poder ayudar a su madre. Nos juntábamos los niños y niñas del pueblo y allí jugueteábamos y aprendíamos. En esa época era alcalde mi padre y acogió a esta maestra junto con los vecinos del pueblo, que después alquilaron una casa para las clases. Cada familia pagaba por las clases una cuota pequeña al mes, creo que eran dos pesetas. Las enseñanzas que recibí de doña Teresa han sido imborrables».

l Un registro en la guerra. «De la guerra no conservo recuerdos directamente, porque era muy niño. Sólo recuerdo algunos detalles, como, por ejemplo, que un día llegaron de visita a casa unos hombres que querían registrarla. Recuerdo que preguntaron quiénes vivíamos allí, y mi padre contestó que estaba con él su hijo, que era yo. Aquellos hombres fueron muy respetuosos y se marcharon. Algún miembro de la familia sufrió la guerra directamente, como mi tío Adolfo, que estuvo combatiendo en Teruel, en el Ejército nacional; pero afortunadamente la guerra no tuvo incidencia en mi niñez».

l Espíritu comercial en el San Luis. «Después de la escuela con doña Teresa ya bajé para Pravia, al Colegio San Luis, del que era fundador y director Manuel López de la Torre, que después fue alcalde de Pravia durante once años, conmigo de concejal. Estudié el Bachillerato en el San Luis, pero fui un desastre y tuve engañados a mis padres durante tres años. Les decía que había aprobado todo y no había sacado nada. Yo no estaba por la labor y no estudiaba, sino que andaba todo el día de la Ceca a la Meca, y a correr. Yo ya tenía entonces algo de espíritu comercial. Mi tía me preparaba tres bocadillos, uno de tortilla, otro de chorizo y otro de jamón, y decía: «Este niño debe de tener la solitaria»; pero yo iba con los tres bocadillos al colegio, donde tenía grandes amigos internos, como Antuña o Isidro, y les vendía dos bocadillos por dos pesetas cada uno. Como ya digo, ellos eran internos y les venían de perilla. Yo, con aquellas pesetas me iba al barquillero o a comprar helados. El San Luis, aunque tenía fama de colegio duro, no era para tanto. Si estudiabas, bien, y si no, tenías los castigos normales, por ejemplo, quedar en el estudio los sábados y los domingos. Yo era alumno externo, y al comienzo viví en casa de unos tíos en Pravia, pero a la vista del desastre de que no estudiaba y de mi comportamiento pésimo, después tuve que subir y bajar todos los días del pueblo a Pravia, unos cinco kilómetros».

l Fiestas en el Filarmónica. «Con aquel desastre de Bachillerato mi padre dijo que no gastaba conmigo ni cinco céntimos más, porque su decepción fue terrible. Él tenía previsto que yo dejara los estudios y que me pusiera a trabajar en el campo, a labrar y arar; pero entonces un gran amigo de mi padre, José Manuel, de Villarigán, fue el que le convenció de que yo me cambiara a Comercio e hice los estudios de Perito Mercantil en la Escuela de Oviedo. Mi tío Ricardo, que me tenía un exceso de cariño, dijo que se hacía cargo de mí y que después iría a trabajar a su comercio de coloniales. Él fue el que me financió los estudios. Hice peritaje por libre, estudiando en el San Luis y examinándome en Oviedo. Después, para estudiar Profesor Mercantil, fue cuando me instalé en Oviedo, en una pensión en la calle de Altamirano. Tuve grandes amigos y los estudiantes organizábamos fiestas en el teatro Filarmónica. Allí pasábamos los sábados y los domingos, con algunajuerga que otra».

l Mandilón y bomba de aceite. «Una vez que terminé los estudios fue cuando mi tío Ricardo me trajo para el comercio de Pravia, de ultramarinos y calzados. Empecé de dependiente, con el clásico mandilón, o dándole a la bomba del aceite, o barriendo, pero un día enfermó uno de los contables y mi tío me dijo: «Pasas mañana a ocupar su puesto, a la oficina». Yo, experiencia, no tenía ninguna, y sabía sólo la teoría, es decir, que una letra de cambio era un documento extendido en virtud del cual?, pero nunca había visto una letra de cambio. Pasé el tiempo archivando y haciendo todas las tareas que tiene que hacer un aprendiz, pero después mi tío me confió poderes para trabajar y hacer lo que me mandase allí uno de los contables, que era José María Valdés, por cierto, hombre muy competente y de mucha confianza».

l Un jamón como una guitarra. «En 1956 me tocó hacer el servicio militar y me hubiera tenido que ir a Monte La Reina, pero como en Pravia había caja de reclutas los pravianos teníamos la posibilidad de quedarnos aquí. Y así sucedió conmigo, gracias a las gestiones de los comandantes Castaño, Castillo y Saralegui. Tuve con ellos muy buena relación, y con las hijas de Castaño y Castillo, a las que aprecio, pues hice la vida militar en Pravia pasando continuamente por su casa. Aquella vida militar era de andar por casa. Un día vino de visita el general Santa María y yo estaba de corbata con una guerrera encima. Al llegar me dice el general: «Hay que ver qué bien se viste en la Caja de Pravia». Yo estaba eximido de todo servicio porque seguía trabajando en la oficina del comercio. Fueron dos años muy buenos y en la Caja, con los cinco soldados que en ella pernoctaban, había juerga diaria. Y hubo anécdotas graciosas. Era frecuente que si alguien tenía relación con el jefe de los sorteos intentase que a su hijo le tocara León, por ejemplo, para estar más cerca de Oviedo. Una de las veces, estando yo en la Caja, llegó el padre de uno de los reclutas que se iban a incorporar y me preguntó si podía averiguar el destino de su hijo. Fui a ver al comandante y me dice: "Que ese señor lea el escrito que hay en la puerta". El escrito decía que hasta que no se incorporase el recluta no sabría el cuerpo al que iba destinado. Aquel señor se marchó y yo volví junto al comandante, para decirle: "Ese padre de un recluta traía un jamón como una guitarra de grande". Entonces él exclamó: "¡Qué torpe eres, que poco espíritu tienes; llámale ahora mismo y que le atiendan como Dios manda!". Este comandante solía decir: "Cada cual lleva encima el destino que religiosamente le ha correspondido"».

l Maletín de muestras. «En la oficina del comercio fui ascendiendo y un tiempo después me dediqué al viaje comercial porque decía mi tío Ricardo que los tiempos en los que venían los clientes a buscar las mercancías habían pasado y era necesario salir a buscarlos y venderles el producto. Yo había empezado a trabajar en el comercio cuando tenía unos 16 años, hacia 1949 o 1950, y comencé a viajar a los 18 años. Me inicié en San Román de Candamo. Mi tío me preparó un maletín con las muestras de coloniales y al llegar a San Román y me presenté en casa de José Fernández Álvarez, un hombre al que, por cierto, no olvidaré. Nada más llegar tuve la suerte de que ya me hizo una nota, un pedido, como vendedor de Casa Pire. Entonces cogí tal moral que fui de comercio en comercio, y tan lanzado por lo bien que me iban las cosas me cogí un mercancías, un tren de Feve que pasaba por allí, y continué hasta Grado, abriendo campo. Me fui ganando la confianza de mis clientes, y mi tío se sentía emocionado por el número de pedidos que le traía».

l Agrupación de almacenistas. «El comercio de Pravia tenía primeramente el local en la plaza, pero después llegamos a crear un almacén al por mayor bajo la enseña de IFA, que era una internacional de compras de la cual yo fui fundador. Por iniciativa propia empecé a emprender novedades y una vez que mi tío se jubiló me llamó y me dijo: "Bueno, vas a hacerte cargo de todo, pero tienes que cambiar mucho". "¿A qué te refieres?". "Esto es muy esclavo y aquí no hay juerguitas". Así fue, y así continué, con aquel contable de mucha confianza que era José María Valdés, estudiando y viendo formas se salir. Mi tío se jubiló cuando yo tenía 28 años, hacia 1960. Fui a Madrid, ya en tiempos de mi tío, a reuniones de comerciantes de toda España, que formaban parte de una asociación que en aquella época se llamaba ANASA, Agrupación Nacional de Almacenistas, Sociedad Anónima. No existían todavía las patronales del sector y había poca estructura empresarial. Continué en esa asociación hasta que ANASA se transformó en IFA en 1967, y fui uno de los fundadores. IFA Española, S. A. tenía unos 50 o 60 miembros en toda España y era una central de compras con su consejo de administración. El presidente fundador fue Gregorio Cabrero Balaguer, de Huesca, un hombre muy competente y trabajador, del que aprendí mucho. Ahí empezamos y vino después la implantación de las tiendas propias con el anagrama de IFA. Una central de compras compraba y distribuía a los asociados, que mantenían su personalidad, es decir, Casa Pire, los Osoro en Oviedo, etcétera».

l A escurrir en la toma de posesión.

«Y después también fui concejal de Pravia, aunque mi tío me decía que «comerciante y político, jamás lo fuera», pero como le insistieron los amigos llegué a tener la autorización suya para meterme en la política municipal. Había hecho yo mucha amistad con Manuel López de la Torre, el director del Colegio San Luis. Éramos íntimos amigos, hasta el extremo de que, siendo ya alcalde, no movía una paja sin hablar también conmigo antes de hacer cualquier cosa. Fuimos él y yo concejales después de aquellas elecciones de 1967 en la que se salía por uno de los llamados tres tercios: el familiar, el sindical y el de a dedo, que era el que nombra el gobernador. Salimos los dos concejales en aquella época porque nos oponíamos a la labor que estaba realizando el antecesor. Nos presentamos y salimos elegidos por el tercio de a dedo, el del gobernador. Queríamos otras cosas para Pravia y nuestro enfrentamiento con el Ayuntamiento anterior podía calificarse como el clásico de los pueblos: que si se hacía este camino por aquí o por allá, que si se implantaba este sistema o el otro? Y de ahí nació esa oposición. Pero no se me olvida que el primer día que pise el Ayuntamiento para tomar posesión nos cayó una muy gorda y nos pusieron a escurrir. Aquello fue tremendo y entonces bajé a hablar con las personas que me había propuesto y les dije: "Voy a presentar la dimisión porque no voy a una toma de posesión para que nadie me insulte". Yo iba convencido de que podía hacer una labor por el pueblo, pero entonces se produjo un toma y daca. Me dijeron que aguantase, pero yo no iba a los plenos, con lo que a las cinco ausencias te mandaban para casa. No obstante, quedamos emplazados a que ya llegaría el momento de intentar que don Manuel fuera alcalde».

l Entrevista con doña Ramona. «Entonces nos empezamos a mover y con una amistad que tenía, Manuel Rubio, tratamos de hablar con el general Camilo Alonso Vega, que era de aquella ministro de la Gobernación. Decidimos ver cómo se podía llegar a Alonso Vega, cuya mujer, doña Ramona, era de Noreña. Doña María, que era la hermana de Ramona, fue la trató de facilitarnos la entrevista con el ministro, pero no iba a ser con Camilo, sino primeramente con doña Ramona. Pero doña María no lo lograba y vueltas para acá, vueltas para allá; hoy sí, hoy no, etcétera. Total que por fin íbamos a entrevistarnos con doña Ramona, pero supimos que tenía un historial tremendo sobre Manuel de la Torre, que si era tal y cual, y patatín y patatán».

l Un inspector desde Noreña. «Entonces, un día voy a ver a doña María y le digo que prepare la entrevista cuanto antes para contarle cómo era Torre. La entrada a la reunión fue la siguiente; nada más llegar, me dice doña Ramona: "¿No vendrá usted recomendando a ese del colegio?". "Pues sí, precisamente a ése, y a lo que vengo es a decirle que sobre él se comentan muchas injusticias". Ella tomó nota y envió a Pravia, sin que nosotros lo supiéramos, a don Enrique, que era el apoderado que tenían en Noreña para la fábrica de callos de la familia. Don Enrique estuvo viniendo a Pravia durante unos tres meses aproximadamente. Visitaba los bares y andaba de inspector, de observador, para ver qué era lo que había de cierto en lo de Manuel Torre. Don Enrique, no recuerdo su apellido, era la persona de confianza de doña Ramona y su hermana. Terminó con las visitas e hizo su informe. Y un día me comunica doña María que había hablado con su cuñado, el ministro Alonso Vega, y que yo persistiera en mis intentos, que permaneciera en el cargo de concejal y que ella avisaría de cuándo teníamos que presentarnos para que aspirara Manuel de la Torre a la alcaldía».

l Entran los disidentes. «Y así fue, porque a los pocos días doña María avisó de que nos presentásemos al Pleno que celebraba el Ayuntamiento. Entramos allí y el secretario preguntó: "¿Quiénes son estos señores?". Y alguien contestó: "Los disidentes". Automáticamente, el alcalde que estaba en posesión abandonó el cargo. Manuel López de la Torre tenía mala fama por el colegio, aunque gozaba de reputación de hombre recto. No sé exactamente a qué se debía aquella mala fama, pero me inclino a pensar que era por envidias. Después le reconoció todo el mundo como alcalde y recuerdo que en la toma de posesión, a la que vino Camilo Alonso Vega, el general destacó la labor de Torre durante la guerra en las milicias navarras».

Segunda entrega, mañana, lunes Ricardo Pire