La fuerza de arrastre indiscutible de la industria se ha resentido de la crisis con algún que otro expediente de regulación de empleo, dicen aquí, pero sin grandes reajustes traumáticos a pesar de todas las expectativas que ha roto la incomunicación. Si llega, la autovía sacará el tráfico de paso de La Espina, pero la balanza de la mejora de infraestructuras pesa más por el lado de las ventajas. El sector hostelero asume por la boca de José Luis García que si hasta ahora la clientela «venía sin más, con la nueva situación tal vez habrá que llamarlos», pero vale la pena. Porque si se mueve la industria se mueve La Espina. «Cornellana, por ejemplo, vive más que nosotros de la gente de paso».

En el rincón de los inconvenientes, la obra de la A-63 ya se ha llevado por delante parte del Camino de Santiago y completamente un circuito de automovilismo, uno de esos faros que se ven desde fuera y que pueden dar al viajero de paso un motivo para seguir parando en el pueblo. El trazado no ha muerto, pero poco le ha faltado. Sobrevive desplazado, en otra ubicación a unos metros de la anterior y, al decir de Adriana del Oso, componente de la escudería Orbayu Competición, mucho peor que antes. El acuerdo de restauración entre el club y el Ayuntamiento de Salas adelantaba la reconstrucción del circuito de karting y el de autocross, además de un local para bar y vestuarios. El equipamiento deportivo está, reinaugurado en marzo de 2008, pero nada más se supo desde entonces del recinto cubierto ni del Ayuntamiento, protesta Del Oso. Por si fuera poco, el acceso es deficiente y «ya ni hay carreras, la gente no va a venir con este tiempo sin tener donde meterse». La escudería, 32 años de historia, «es una asociación sin ánimo de lucro, no puede generar más dinero por sí misma» y el «abandono» lastima porque aquí el automovilismo fue siempre «una actividad que ha movido a muchísima gente. Gente que no viene sólo a las carreras, que deja su dinero en el pueblo y prácticamente todas las semanas viene alguien a rodar...». Y eso que La Espina sí tiene por dónde rodar y que va en esto por delante de Tineo, donde tampoco está, ni se le espera, el proyecto de la Ciudad del Motor casi ocho años después de la promesa del presidente del Principado. José Manuel Díaz, concejal de Urbanismo, vuelve a la autovía para explicar esta parálisis aludiendo a la otra. El acuerdo con la escudería no está olvidado, asegura, «es un proyecto precioso y hay que hacerlo», pero la expropiación temporal de algunos terrenos próximos al circuito para que sirvan de vertedero provisional a la obra obstaculiza administrativamente las edificaciones por el momento.

Ésas y otras asignaturas pendientes piden implicación y participación social. En este lugar tradicionalmente implicado con intensidad en el bienestar colectivo, Constantino Díaz asegura que en algunas ocasiones «me siento muy solo» a la vista de cierto exceso de individualismo. Para todo. José Luis García recuerda una manifestación pro autovía «con veinte o treinta personas que anduvieron hasta el bar París y se dispersaron» y Germán Cantera colabora con la experiencia propia de su empresa de economía social para confirmar que esto puede que pase aquí, pero no sólo: «Nosotros tenemos más de 3.000 socios repartidos por toda Asturias y en la asamblea nos las vemos y nos las deseamos para llegar a ochenta asistentes».

Alejandro González también vivía en ruta cuando trabajaba como taxista en Madrid, pero no era lo mismo que quedarse a «vivir en el Camino». Hace algo más de cuatro años decidió que lo que quería era esto, esta casa de piedra repintada de amarillo y con un hórreo a la puerta que encontró en Bodenaya, ya en la cima del puerto a aproximadamente un kilómetro de La Espina y exactamente a 256 de Santiago de Compostela, según informa uno de los muchos indicadores que se leen en la entrada. La compró en abril de 2006 y poco más de un año después abrió este albergue privado para peregrinos. En la primera planta, bajo muchas banderas traídas de los lugares de origen de los visitantes esperan quince camas vacías que el pasado verano necesitaron el auxilio de alguna supletoria y hasta de varios colchones en el suelo. Hoy no tienen ocupantes, no hay aventureros entre la niebla de una mañana de otoño crudo y hostil para el Camino Primitivo. Es casa de hospedaje sin tarifa, el peregrino «cena, duerme y desayuna» y deja la ropa para lavar a cambio del donativo que quiera dejar en el cajón atornillado a la pared. Alejandro González, que también pasó un día por aquí haciendo el Camino, se quedó para «cambiar de vida» y en la nueva, ríe, «no te haces millonario, pero funciona para sobrevivir, que es lo que yo buscaba». Además, «Asturias me encanta y la gente de La Espina y Bodenaya es encantadora. Me pareció un sitio ideal y no me arrepiento para nada».

La Espina, lugar de paso tradicional, cruce de caminos de toda la vida ha terminado siendo su final de trayecto. Fuera del albergue, varios indicadores apiñados junto al hórreo muestran las rutas que han llegado hasta aquí, orientan y enseñan en algún caso desde dónde han venido peregrinos a dar a Bodenaya. Uno señala hacia Jerusalén en caracteres hebreos, otro dice que hay 1.689 kilómetros a Zúrich, otro que quedan 1.719 para Somano (Italia), otro enseña por dónde cae Dundalk (Irlanda)...

En la planta baja, una estufa da calor a Alberto Gaddi, hoy el único habitante de esta casa. Es italiano, nacido en la orilla del lago de Como, «en el sitio donde se fabrican las motos Guzzi», y es él quien hoy está al cargo del albergue. También pasó por aquí en ruta hacia Santiago y se quedó a vivir en el Camino. Lleva en Bodenaya desde Semana Santa y calcula que en total ha visto pasar en este año santo jacobeo a unos 2.000 peregrinos. «Este Camino va subiendo de año a año», confirma Alejandro González con el respaldo de Gaddi, la voz autorizada que ha llegado ya a Santiago por el Camino francés, por el del Norte, el portugués, la Vía de la Plata y parte del Camino de Madrid. Y que ha venido a quedarse precisamente aquí. El 19 de enero, «el día de mi cumpleaños», parte con Alejandro a probar en Cuenca «La ruta de la lana» y a demostrar su querencia por cualquier expresión de esta ruta a pie que «a mí me gusta más en invierno», asegura, «el verano es una guerra».