Madrid

Mujeres. Bellas, divinas, cautivadoras, complacientes vientres portadores de vida, llenas de gracia, objetos de deseo, sumisos elementos pasivos en un mundo masculino. La exposición «Heroínas» quiere darle un zarpazo a esta visión de las féminas en el arte, contrastarla con la mujer fuerte, decidida, independiente, espiritual, desbordante y poderosa, incluso guerrera en el mejor sentido de la palabra.

Casi siempre representadas como objetos, desde la mirada del otro, desde lo ajeno, del consumidor de la belleza virginal o del erotismo explícito de un «pin-up». Nada de esto tiene cabida en la exposición «Heroínas» que hasta el 5 de junio se exhibe en Madrid albergada en dos sedes: el Museo Thyssen-Bornemisza y la Casa de las Alhajas de la Fundación Caja Madrid.

Una Atalanta de Guido Reni que tras haber sido abandonada en un bosque se convierte en una gran cazadora que se sabe capaz de competir con los hombres siendo más veloz que ellos convive con la aguadora de Goya, conversa en silencio con Laura, la hermana de Edvard Munch, ensimismada en su esquizofrenia de mirada perdida mientras la Diana Cazadora de Rubens se pregunta qué leerá la mujer sentada en la cama de una «Habitación de hotel», la gran obra de Hopper, cuya protagonista, no exenta de melancolía, sostiene entre las manos algo parecido a un libro: no es un breviario, no es una carta de amor, ni siquiera es su diario personal, es un horario de trenes que consulta mientras está instalada en su improvisado cuarto con las maletas aún sin deshacer. Es una mujer viajera. Es, sin duda, una nueva mirada además de una de las grandes joyas de la colección Thyssen.

La muestra cuenta con algunos grandes lienzos de inmensos autores clásicos -en su gran mayoría varones-: Goya, Tintoretto, Matisse, Rodin, Degas, Rubens, Delacroix, Pissarro, Guido Reni, Caravaggio, Munch, Von Stuck, un magnífico Hopper y hasta más de un centenar de obras provenientes del Prado, colecciones particulares, diversos museos europeos y de los fondos de la propia colección Thyssen.

«Heroínas» agrupa una gran mayoría de óleos sobre lienzo, pero también con fotografías e impactantes muestras de videoarte de creadoras actuales como Cristina Lucas, cuyo vídeo «La liberté raisonnée» está basado en el clásico de Delacroix «La libertad guiando al pueblo», la poderosa mujer que avanza la primera acaba siendo abatida por la masa.

Así, centrada especialmente en las representaciones femeninas desde el XIX a nuestros días, Guillermo Solana, comisario de la muestra y director artístico del Museo Thyssen-Bornemisza, ha querido ir mucho más allá no sólo incluyendo a creadores modernos, sino escogiendo obras clásicas en las que la visión de la mujer, que si bien en principio parece responder a la clásica imagen estereotipada, patriarcal e incluso misógina, la trasciende con creces. Confiesa Solana que hay un cuadro determinante en la exposición: son las «Jóvenes espartanas desafiando a sus compañeros» (1860), de Edgar Degas. Sin ese cuadro, confiesa, no habría seguido adelante la exposición.

No sólo bellas, pues, no sólo deseables, no sólo madres, no sólo llenas de gracia y elegancia. Son poderosas, orgullosas, seguras. Pero ese poder de la mujer es muy otro: es el de la serbia Marina Abramovic encaramada a un caballo blanco sosteniendo una gran bandera blanca, enfundada en el uniforme militar de su padre, general en la época de Tito. El fin de la lucha de las acorazadas guerreras a veces heridas en batalla y sostenidas por el hombre justo antes de morir en una suerte de inversión de la Piedad, el fin de las amazonas, de las irreverentes bacantes, de las atletas retadoras, de las mujeres soldado, de las místicas y magas es siempre la búsqueda de la paz, como señala Laura Andrade, coordinadora de la muestra. Quizá la más emblemática de estas mujeres sea Juana de Arco, apunta, ya que engloba a la mujer guerrera, mística y mártir, vertientes todas ellas reunidas en varios lienzos sobre la heroína francesa en obras de Rubens, Rossetti o Scherrer.

La exposición sigue un orden temático y está dividida en dos grandes grupos: el de la fortaleza física y el de la espiritual, intelectual, aunque ambas características no sean en absoluto excluyentes. La exposición temporal del Thyssen alberga esta primera concepción de rompe y rasga que incluye cariátides, bacantes, atletas, arqueras, acorazadas, amazonas -guerreras sin armadura- y mujeres solas, nuevas Penélopes que ya no sólo esperan pacientes, también viajan.

La Casa de las Alhajas se llena de la otra fuerza, la del espíritu, la de las místicas, las magas, las lectoras, las pintoras y en torno a un atrio presidido por un inmenso lienzo de Juana de Arco entrando en Orleans, se pueden contemplar la espléndida «Santa Catalina de Alejandría», de Caravaggio; un catártico autorretrato de la inconfundible Frida Kahlo o una fotografía de la serbia Marina Abramovic en la que se muestra como Santa Teresa levitando en una inmensa cocina de la Laboral de Gijón para recordarnos con ironía que «aunque uno pueda levitar, sigue teniendo hambre».

Las místicas derrotadas exhiben la fuerza de sus experiencias; las mártires derrotadas aparecen triunfantes sobre sus verdugos. La fortaleza espiritual de la mujer al fin se exhibe en todas sus dimensiones, desde las bacantes provocadoras y liberadoras de una fuerza sobrenatural a las magas dueñas de una potente sabiduría intuitiva. «La bola de cristal», de J. W. Waterhouse, acompañada de obras sobre Circe o Medea, es una muestra de estas magas, de estas brujas que con frecuencia fueron quemadas en hogueras porque sus poderes espirituales, sus conocimientos ocultos, herméticos resultaban inquietantes y sospechosos, como recuerda la «Mujer de rodillas en una pira», de Kiki Smith.

También cuenta «Heroínas» con una selección de autorretratos que permiten a la mujer seguir siendo modelo y a la vez creadora de su propia imagen. Mujeres lectoras y pintoras de sí mismas componen otro de los ejes de la muestra. Ellas crean.

Comparten espacio una aguadora de Goya, otra mujer con un cántaro en la cabeza yendo a la fuente, la segadora de Bougureau prestada por la colección del asturiano Pérez Simón, espigadoras y campesinas de Pissarro. Las han llamado cariátides apelando a la figura arquitectónica, metáfora del papel de la mujer como pilar de la economía y de la sociedad. Y enfrente de todas ellas, vuelta de espaldas y boca abajo, las espera la cariátide de Janine Antoni, una fotografía de una mujer boca abajo con el cántaro en la cabeza, desafiando la ley de la gravedad. En el suelo un ánfora de terracota hecha añicos. Caminaba boca abajo, el cántaro se rompe... se invierte o, mejor, se subvierte el orden.

No pretende sólo ser una reivindicación feminista, pero las paredes de las salas están pintadas de un suave morado, el color del feminismo, y algunas de las mujeres adalides del feminismo en nuestro país, la filósofa y miembro del Consejo de Estado Amelia Valcárcel o Rocío de la Villa, profesora de Estética y presidenta de Mujeres en Artes Visuales (MAV) firman el catálogo de esta muestra que consigue revelar algo insólito en la historia del arte de la mujer. Esa nueva visión al margen de la mirada masculina o, en palabras de Valcárcel, «la visión desde el asiento donde se sienta Paris». Y parece que la pintura nunca abandona ese lugar. Se trata, pues, de desacostumbrarse. Y se trata también de romper con la larga tradición que expulsaba a las artistas de las academias oficiales europeas. «Heroínas», las mujeres en el arte parecen caminar entre los extremos: ¿objetos amables o sujetos poderosos?, ¿mujeres sometidas o en permanente lucha contra esa hegemonía patriarcal imperante? El Museo del Prado aborda estos días «Las mujeres y el poder», un itinerario que recorre la imagen de las mujeres en las casas reales del continente en la Europa moderna. Valcárcel señala cómo los pintores de corte trataban siempre de encontrar ese equilibrio entre el poder y la delicadeza esperada de la feminidad.

En estas heroínas de Solana ha querido marcar su peculiar impronta mostrando una figura femenina al margen de los cánones clásicos, un gran registro de la representación femenina en su empeño por romper la mirada. Amelia Valcárcel considera que es difícil alcanzar esa nueva visión, «una mirada propia que se tiene que ir haciendo en un pequeño girar sobre las cosas sin lanzarse a una carrera a ciegas que daría vértigo».

Para Valcárcel, muchas de las innovaciones aún han de reposar. Hoy «Heroínas» sirve para mirar el futuro porque el «imaginario se sigue construyendo y todavía deberían esperarse grandes cosas», asegura.