No hay ninguna razón, que a mí se me ocurra, para emplear una capacidad innata ni para pensar que su desarrollo o falta de él se asocie a la salud. Algunas de las capacidades que tenemos como seres humanos marcaron la diferencia en el ambiente primigenio en el que se desarrolló la especie, otras son simplemente herencias de nuestros ancestros que pudieron ser o no útiles entonces o que lo pueden ser ahora. Aunque parezca que los seres vivos están diseñados, porque asombra lo bien que funcionan, somos fruto del azar y la necesidad. Ocurre porque aquellas mutaciones genéticas que tienen un efecto sobre un carácter morfológico, y a la vez hacen que ese individuo sea más eficaz, probablemente se incorporen a la especie. No hay un fin en la naturaleza por tanto no hay un diseño para él. Ni el águila está diseñada para volar ni el delfín para nadar ni nosotros para cazar. Simplemente aprovechamos esa capacidad que surgió por azar y que en cada oportunidad se perfecciona. Una de las ventajas que tenemos los seres humanos es la combinación de un hombro muy móvil, una mano muy precisa, unos ojos y un cerebro que sabe calcular la distancia y el esfuerzo. Gracias a esa combinación podemos lanzar con precisión el objeto que tenemos en la mano. Es nuestra mejor arma; sin ella quizá no hubiéramos sobrevivido. No tenemos ni buenos dientes, ni buenas garras. Pero a nadie se le ocurre que para estar sano hay que lanzar todos los días 40 o 50 piedras a un objetivo. El que tengamos un cuerpo que es capaz de trotar distancias largas no quiere decir que tengamos que hacerlo para estar sanos. No es ésa la razón para recomendar hacer ejercicio. La razón es que las pruebas son consistentes y sólidas respecto a la relación ejercicio físico y salud. Incluso parece que puede ser saludable para evitar o retrasar el alzhéimer.

Hacer ejercicio es someter al cuerpo a una agresión. Músculos, huesos, articulaciones, corazón, pulmones, sistema endocrino y nervioso, por mencionar algunos, salen de su tranquilidad para afrontar una demanda que los obliga a emplear todos sus recursos para resistir el esfuerzo. En principio no debería ser bueno, pero lo es. Y lo es porque, como consecuencia de esos esfuerzos, el organismo realiza adaptaciones, se modifica físicamente, de manera que adquiere una resistencia, una reserva, que le permitirá afrontar otras agresiones para cuya respuesta tengan que participar alguno o todos esos sistemas. Por eso las personas que hacen ejercicio regularmente y logran una mejor condición física están más sanas y resisten mejor las enfermedades en general y en particular las cardiovasculares.

La clave está en la regularidad y el esfuerzo. Regularidad porque lo mismo que se adquiere una mejor condición física, se pierde, quizás incluso más rápidamente. Y esfuerzo, porque para que el cuerpo se adapte tiene que notar que no puede realizar el trabajo y se siente obligado a modificarse, a reconstruirse de una manera más potente.

La cuestión de la periodicidad la respondemos basándonos en estudios en los que se observa lo que hace la gente. A partir de ellos sabemos que los que hacen un ejercicio que les cueste trabajo unas 5 veces por semana, media hora cada vez, tienen casi un 50% de probabilidades menos de tener una problema coronario. La segunda cosa que parece clara es que ese tiempo se puede fragmentar a lo largo del día, lo que facilita su cumplimiento por los que andan apurados. Uno puede caminar ágilmente 10 minutos yendo al trabajo, si es necesario dejando el coche algo lejos, subir unas escaleras o barrer la cocina con energía. La pregunta que se puede hacer es si se puede acumular todo en el fin de semana, cuando se tiene más disponibilidad de tiempo y de ánimo. Los estudios demuestran que en las personas previamente sanas este tipo de ejercicio también es saludable, aunque no tanto como el regular.

Otra cosa es el riesgo intrínseco del ejercicio. No cabe duda de que es una agresión y, como tal, en función del esfuerzo, puede desencadenar una inestabilidad de esas placas de ateroma que se han ido colocando en los muros de las arterias que como saben es la aterosclerosis. Todos las tenemos. Si se rompen, sus trozos viajarán en la sangre hasta enclavarse en una arteria coronaria: es el infarto. Los pocos que ocurren como consecuencia del ejercicio se sufren en el tiempo de recuperación. Eso es lo que nos recuerda un trabajo reciente muy comentado por la prensa. Cuando se somete al cuerpo a un esfuerzo -y en el artículo mencionado también se examina el sexo, que en función de la intensidad física y emocional también somete al organismo a un esfuerzo- existe un riesgo. Pero ese riesgo -como ya he tratado en esta sección el 8-06-2008- es muy inferior al de no hacer ejercicio, y casi no lo tienen los que lo hacen regularmente. El «Día mundial del ejercicio», el miércoles, día 6, es una buena ocasión para plantearse hacerlo regularmente.