José Manuel Sánchez Ron (Madrid, 1949) es un físico a caballo entre dos mundos, el de la ciencia y el de la palabra, que a menudo siguen trayectorias divergentes, hasta el extremo de presentarse como dos culturas distintas. Catedrático de Historia de la Ciencia en la Universidad Autónoma de Madrid, Sánchez Ron ha logrado un conciliación entre la cultura científica y la humanista que le ha permitido, entre otras cosas, convertirse en académico de la Española para ocupar el mismo sillón en el que se sentó el poeta José Hierro. Esa inclinación a acercar dos ámbitos del conocimiento distantes está en la base de su libro «La nueva ilustración: ciencia, tecnología y Humanidades en un mundo interdisciplinar», con el que acaba de ganar el premio internacional «Jovellanos» de ensayo.

-Sorprende que usted hable de un mundo interdisciplinar cuando, en España al menos, entre «ciencias» y «letras», por decirlo para que se entienda, sigue habiendo una gran distancia, casi una escisión intelectual.

-El núcleo del libro es una defensa de la interdisciplinaridad dentro de las diferentes ciencias. Efectivamente, en España está muy marcada esa ausencia de interdisciplinaridad. En lo que se refiere a las enseñanzas, esa reunión de disciplinas no está tan bien introducida en la formación técnica o universitaria como cabría desear para avanzar en ese mundo interdisciplinar, en el que se necesita cada vez más para avanzar de especialistas de distintas materias.

-En España, entonces, por desgracia, las dos famosas culturas acuñadas por Snow, la «científica» y la «literaria», siguen ajenas la una a la otra.

-En España la ciencia no tiene la dimensión que le corresponde en la cultura en general, y esos favorece que «ciencias» y «letras» no estén todo lo interrelacionadas que debieran. Se ha avanzado mucho. Sin embargo, el concepto de cultura, y esto no sólo es propio de España, está asociado más a las Humanidades que a las Ciencias.

-¿A qué podemos atribuir el que se diga «yo soy de letras» como excusa para justificar sin ruborizarse un desconocimiento en materia científica y parezca, sin embargo, motivo de sonrojo reconocer que no se ha leído el «Quijote»?

-Totalmente de acuerdo. En esto hay una razón histórica que es una presencia más pobre de la ciencia en España respecto a otros países. España no ha sido un país históricamente líder en ciencia, apenas podemos presumir de Ramón y Cajal y poco más. La ciencia es un lenguaje técnico que requiere una formación propia, y hay grandes carencias en la formación media que, a pesar de lo que parezca, se están agravando. La presencia de asignaturas básicas como la Física y la Química en la Enseñanza Media se está viendo obstaculizada; pero donde se marcan las cartas para luego tener una ciudadanía más sensible e informada en materia científica es en la Enseñanza Primaria. Hay que enseñar a amar la ciencia, a interesarse por ella. Además, si mira uno las actividades de los departamentos públicos dedicados a la promoción de la cultura, nos encontramos con que mayoritariamente -y eso representa un sentir social y político- su labor se centra en lo literario o en lo artístico, como si la ciencia no tuviera una historia y, además, entretentida. Y esto puede hacerse extensivo a las fundaciones privadas y a los medios de información, en los que a pesar de acrecentarse la presencia, el peso de las noticias relativas a la ciencia todavía es incomparablemente menor que el de la vida literaria o artística.

-Usted se queja del poco peso de la Física o la Química en la Enseñanza Media. Y desde las Humanidades lamentan la mengua del Latín o de la Filosofía. ¿Qué se enseña, entonces, en los institutos?

-Espero que nadie piense que soy insensible al valor de las Humanidades. Es muy doloroso que se reduzca la presencia del Latín en los programas de enseñanza, es una limitación. Pero constituye una limitación mayor para vivir en la sociedad actual el no tener una cierta formación en Física, en Química o en Biología. Nuestro mundo está totalmente penetrado por la ciencia y la tecnología, vivimos con unos grados de dependencia de ellas que nunca antes se habían dado en la historia de la humanidad. Para ser algo más que usuarios ignorantes de una serie de recursos es necesario disponer de algunos conocimientos científicos y de sensibilidad e interés por estas materias.

-¿Considera que con un mayor conocimiento de la ciencia la actitud social respecto a la energía nuclear sería otra distinta de la que ahora domina?

-Por supuesto. Es evidente que vivimos en un mundo con una serie de problemas que nos atañen a todos y que implican a la ciencia y a la tecnología. Calentamiento global, contaminación, desaparición de especies..., todos esos fenómenos que afectan al planeta tienen una dimensión científico-tecnológica fundamental. Para hablar de ellos hace falta saber de ciencia. Abordar el problema generado en Japón con la central nuclear exige esa interdisciplinaridad de la que hablo en mi libro. Involucra cuestiones que tienen que ver, primero, con la física y la química nucleares. El desplazamientos de residuos nucleares a través de la atmósfera implica intercambios entre sistemas altamente complejos, cuyo análisis requiere de técnicas matemáticas. El efecto de ese accidente nuclear sobre las especies, incluida la nuestra, pone en juego a la biología, las consecuencia económicas, que abordaría la economía... Son problemas de índole interdisciplinar sobre los que una sociedad democrática tiene algo que decir y sólo se puede intervenir en una discusión si se está informado. Una situación como esta de la que hablo que moviliza tanta ciencia y tanta tecnología hace recomendable que, sin necesidad de ser especialista, se tengan unos conocimientos. Y esos conocimientos se adquieren de una forma distinta a como uno puede leer una novela o ver una exposición. La ciencia requiere de una formación en la Enseñanza Media y de una predisposición favorable que debe generarse en la Enseñanza Primaria.

-¿La existencia de un Ministerio de Ciencia ha modificado en algo ese estado de cosas o no incide para nada en esa carencia social básica de la que habla?

-La necesidad de que España sea un país mejor en ciencia ha sido largamente reconocida. Hay una preocupación política en ese ámbito. Ahora bien, el Ministerio de Ciencia y Tecnología de la época de Aznar fue un fracaso, no cumplió sus expectativas y desapareció. Ahora son muchas las personas del mundo de la ciencia, entre las que me encuentro, que piensan que las promesas del presidente Rodríguez Zapatero tampoco se han cumplido. Aunque en las últimas décadas, se ha avanzado en España en materia de ciencia y tecnología, la cuestión no es lo que hemos progresado, sino si ha disminuido la distancia que nos separaba de las naciones más avanzadas. La ciencia como elemento de creación de riqueza implica ser el primero, llegar los primeros. Y dudo que hayamos acortado distancias respecto a los que son los primeros, que nuestra posición haya mejorado sustancialmente a pesar de estas beneméritas iniciativas.

-¿Eso sería atribuible sólo a una razón de limitación presupuestaria, de una insuficiente apuesta institucional?

-El problema del I+D (investigación más desarrollo) en España no es algo que se pueda resolver sólo desde el lado del fomento público de la investigación científica, requiere también de lo privado, de la industria. Lo tengo escrito en mi libro «Cincel, martillo y piedra», y, como historiador, sobre todo de los siglos XIX y XX, he aprendido que el avance de la ciencia debe mucho a las necesidades de la industria y a desarrollos que se han realizado en laboratorios industriales. El transistor, que es algo así como la célula nerviosa de la sociedad de la información, se descubrió en 1947 en un laboratorio industrial de Bell en Estados Unidos. En España la industria no ha producido los suficientes estímulos ni ofertas de puestos de trabajo que hayan contribuido al desarrollo de la ciencia. Ese desinterés de las empresas es uno de los grandes males que obstaculizan el desarrollo de la ciencia en nuestro país, constituye una carencia histórica y uno de los problemas para conseguir una mejor ciencia.

-¿En qué momento le asalta a un físico la inquietud por la historia de la ciencia?

-Me doctoré en Físicas y fui profesor de Física Teórica durante muchos años. El gusto, la inquietud y, si se me permite, una cierta habilidad para la historia surgió tempranamente. Me favoreció el realizar mi tesis doctoral en Inglaterra, en el University College de Londres, donde encontré un medio muy favorable a la relación entre científicos e historiadores. Ésa fue una buena ocasión para formarme de manera autónoma e independiente. Me interesé primero por la historia de las ideas científicas, y en particular por la teoría de la relatividad. Con mi creciente dedicación a esto llegó un momento en que me di cuenta de que valía más para la historia que para la investigación. Posteriormente, en mi Facultad se creó, en 1994, la cátedra de Historia de la Ciencia, que gané, y eso me ha permitido, sin variar ni siquiera de despacho ni de departamento, dedicarme profesionalmente a aquello para lo que creo que estoy más dotado, a la historia, y a algo que siempre me ha interesado mucho, cuidar el lenguaje y relacionarme con la escritura.

-... Y además realiza algo a lo que la mayoría de sus colegas es bastante refractario, la divulgación...

-Se me llama con frecuencia divulgador, pero creo que lo que hago es ensayo, como en el caso del libro que me ha dado el premio «Jovellanos», o historia que se puede entender. Cuando se me llama divulgador, aunque sé que se dice con cariño, me molesta, porque lo que quiero ser es un buen historiador y a los buenos autores de historia general no les llaman divulgadores, sino historiadores. La mayoría de mis libros son de historia de la ciencia.

-... Pero a veces tendemos a llamar divulgador a todo aquel que nos hace la ciencia más inteligible, como es su caso.

-Eso ocurre porque se trata de ciencia, porque de cualquier otra disciplina no se dice divulgador de la historia, sino historiador. Las clasificaciones terminológicas tienen su relativa relevancia, pero yo pretendo ser un mejor historiador cada día. También tengo el propósito de que se conozca mejor la ciencia, pero ésa no es la idea que yo tengo de un divulgador, que pretende sobre, todo explicar, los contenidos de la ciencia. Yo al mismo tiempo que los explico trato de revelar los procesos históricos que nos ayudan a comprender su origen y sus consecuencias.

-... Pero no nos vendría nada mal aumentar la nómina de divulgadores.

-En ese terreno hemos avanzado bastante. Tenemos, por ejemplo, un buen puñado de museos de la ciencia, y buenos, que constituyen también una forma de acercar la ciencia al gran público, han aumentado los libros de divulgación, y ésa es una tarea muy importante. Lo que echo de menos en los periódicos son artículos de opinión que hablen de temas científicos, los hay, pero pocos, la opinión se reduce a la política, y el mundo no es sólo política, es también, entre otras cosas, ciencia y tecnología.