«La Torre» ha sido recuperada por la asociación de antiguos alumnos en su intento de recobrar, a su vez, la historia de la Laboral, que es un poco la historia de Gijón y la historia de Asturias. Aquellos primeros adolescentes que entraron en el internado en el otoño de 1956 fueron pioneros de un sistema, el de las universidades laborales, en el que el Principado sirvió de punta de lanza nacional. Llegaron a coexistir 23 universidades laborales en todo el país, pero la de Gijón fue la primera.

La Laboral está llena de tópicos. No podía ser de otra forma para un edificio deslumbrante que durante décadas fue sistemáticamente ninguneado ante el asombro de los que, sin contaminaciones históricas, se acercaban a él con mirada foránea. Uno de esos tópicos es el del régimen castrense de enseñanza adscrito a sangre y fuego al franquismo. La Laboral nace con el nombre de «José Antonio Girón», una de las referencias personales de los años de la autarquía hispana, se pone en manos de los jesuitas, orden de orden, pero aquel proyecto educacional tenía algo de revolucionario más allá de las paradas gimnásticas, de la misa diaria (al principio) y de unos horarios rígidos a más no poder.

La formación permanente del profesorado, por ejemplo, comienza en Asturias en la Universidad Laboral, donde se enseñaba teoría del movimiento cooperativo, puesto en práctica por las generaciones licenciadas. El sistema de delegados de curso, con amplios grados de maniobra, funcionó desde el primer día, y estamos hablando de la década de los cincuenta, tiempos de ordeno y mando. Antonio González recuerda que «aquel sistema lograba mantener la personalidad de cada alumno. Se delegaban muchísimas cosas, incluidos los eventos deportivos. Existía la figura del delegado gestor. Hasta el dormitorio estaba controlado por dos de los compañeros». Los turnos de ducha se llevaban a rajatabla, ya con agua caliente.

Aquel formato híbrido de espíritu castrense y gestión eclesial tuvo unos niveles de eficacia educativa altísimos. De la Universidad Laboral han salido obreros cualificados, empresarios -no sólo del sector industrial- y profesionales liberales. Se ofrecía enseñanza integral, teórica y práctica, con tutores muy especializados y un régimen de convivencia sin fisuras.

Los alumnos llegaban a través de becas concedidas por las mutualidades laborales. En 1960 se registraron en todo el país casi 3.800 solicitudes de plaza para 2.675 plazas. A la Laboral se entraba mediante examen, dos pruebas (una de Letras y otra de Ciencias). Los alumnos de cada mutualidad pasaban por el mismo tribunal. A los chavalinos se les apretaban las tuercas porque no llegar al aprobado en Matemáticas o en Gramática anulaba el examen global y, por tanto, la posibilidad de entrar en el centro. Por supuesto, el no aprovechamiento académico a lo largo del curso suponía la pérdida de derechos para seguir cursando estudios.

«La Torre» lanzaba a principios de cada uno de esos cursos alguna llamada de atención a las conciencias personales y sociales de los alumnos: «Todo estudiante de la Universidad Laboral debe tener presente que está empleando para su formación y transformación el dinero de miles y miles de trabajadores, y que millares de jóvenes de su edad ocupan sus jornadas en un trabajo excesivamente duro o vulgar (piensa en los peones, aprendices, botones...) por no tener la suerte de venir a aprender en un centro como éste». Como para no ponerse a estudiar a toda mecha...