El camino recorrido como especie está bastantes más claro que nuestro futuro, a juicio del paleontólogo Juan Luis Arsuaga (Madrid, 1954). Pero eso no ha de ser fuente de inquietud, sino la constatación de que estamos ya emancipados de todo aquello que nos ha moldeado como especie. Pese a ello, Arsuaga atribuye algunos de nuestros males modernos, como la obesidad, a una naturaleza en la que todavía están muy presentes los impulsos ante la incertidumbre alimentaria que en el pasado hicieron de nosotros unos supervivientes. Catedrático de Paleontología en la Universidad Complutense de Madrid, ejerce de jurado del premio «Príncipe de Asturias» de Investigación Científica y Técnica, el mismo que recibiera en 1977 como codirector, junto con José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell, del equipo de Atapuerca, el yacimiento que está contribuyendo a reescribir la historia de la ocupación humana de Europa.

-¿Qué resulta más fácil saber de dónde venimos o hacia dónde vamos?

-No tenemos ni idea de hacia dónde vamos pero esa es una excelente noticia, porque depende de nosotros. Las fuerzas que han producido el ser humano y el resto de las criaturas de la biosfera a lo largo de la evolución ya no operan en nosotros como lo hacían antes. Hemos creado un medio artificial, que es el medio social y cultural, en el que las reglas de juego son otras. Desde que producimos el alimento y no dependemos de lo que la naturaleza nos ofrece, hemos modificado esas reglas. Es un asunto que me interesa especialmente. Hay una ligera adaptación de la biología a la diferentes culturas, sobre todo en lo que se refiere a la alimentación. Más allá de eso no hay grandes cambios y eso ha hecho que los humanos no seamos muy distintos unos de otros, cosa que habría ocurrido si las fuerzas evolutivas hubieran sido más intensas. Esencialmente somos iguales. Hemos cambiado las reglas del juego y entramos en una dinámica imparable porque más de la mitad de la humanidad vive ya en ciudades. Ahora estamos en condiciones de modificar las reglas del juego a nuestra voluntad, tenemos la tecnología para alterar la naturaleza humana. El futuro no está escrito.

-Está bien emanciparse de la naturaleza pero también da miedo una perspectiva tan abierta.

-Son los inconvenientes de la mayoría edad. Nos hemos hecho adultos como especie y en esa etapa el margen de maniobra es mucho más amplio. Cuando eres niño te lo dan todo resuelto y cuando te haces mayor tienes que decidir. Hemos tomado el control sobre nuestra biología. El desarrollo de las tecnologías tiene el problema añadido de su complejidad creciente. La mayor parte de la gente carece de criterio, somos más ignorantes que nunca con respecto a las nuevas reglas de juego. Y esto no le ocurre sólo al ciudadano común, sino también en el mundo de la ciencia, donde los que trabajan en un ámbito ignoran lo que hace en otra especialidad. A la complicación de tener que tomar decisiones se suma la extrema especialización de las tecnologías que hace todavía más difícil decidir. Esto nos lleva a cuestiones de tipo social y a un mundo que anticipaban ciertas novelas. No sabemos si nos aguarda «El mundo feliz» de Huxley, que es la perspectiva futura que más me preocupa.

-¿Los ancestros que sobrevivieron en circunstancias de escasez saldrían adelante en este mundo de sobreabundancia?

-Suscribo en gran parte una teoría propuesta por el sociobiólogo Richard Alexander. Divide la evolución humana en dos momentos, un primero dirigido o gobernado por lo que Darwin llamaba las fuerzas hostiles de la naturaleza. Nos enfrentábamos al clima, a la enfermedades, a los parásitos, a los depredadores que eran las fuerzas que regían nuestra evolución. A partir de cierto momento, cuando se empieza a hacer más complejo el medio social, las reglas cambian y tenemos que adaptarnos para ser competentes en ese nuevo medio. Esa idea de que en el pasado los peligros a los que se enfrentaba el ser humano procedían sólo del medio natural no es del todo cierta. Pero eso les pasa también a los chimpancés que no están preocupados sólo por las amenazas del entorno, también les inquieta el lugar que ocupan en el grupo. Eso se hace más intenso, a medida que evolucionamos en un medio social. La mayor parte de nuestras características como seres humanos no son adaptaciones ecológicas sino sociales. Si nos examinamos a nosotros mismos percibiremos rasgos que no guardan relación con el ecosistema, sino con nuestra competencia con otros congéneres dentro del grupo y entre grupos. En realidad, lo que estamos haciendo ahora es seguir esa línea en un medio cultural en el que el control sobre la naturaleza es mayor que nunca. Desde hace mucho tiempo el problema ya no son los depredadores, sino la convivencia.

-Pero ahora los depredadores quizá sean otros.

-Tenemos tal control que ahora lo que tenemos que hacer es refrenarnos para que no se extingan los depredadores. Tenemos que evitar, por ejemplo, la extinción del tiburón blanco. Por eso me interesa sobremanera esta etapa ya larga y prehistórica en la que desarrollamos nuestras capacidades sociales.

-En los tiempos en los que el futuro de la humanidad podía estar comprometido por el hambre resultaría impensable un tiempo en el que uno de nuestros mayores problemas fuera la obesidad.

-Es un problema grave porque hay una abundancia de alimento, cosa que no había ocurrido nunca. Ahí hay un choque entre nuestra naturaleza biológica y la sobreabundancia de alimentos que nunca habíamos tenido. Nosotros tenemos apetencia por determinados alimentos, como las grasas, de alto valor energético. Estamos seleccionados y adaptados para obtener el máximo de calorías, como resultado de un tiempo en el que no sabías si ibas a comer al día siguiente. Hablamos de la epidemia de obesidad como si resultara fácil de eliminar. Si fuera sencillo ya lo habríamos corregido, pero la persistencia del problema indica que es grave y que hay algo en nosotros que hace difícil controlar la obesidad. En esto creo que hay volver a la biología. Se desarrollan campañas a través de la educación, pero si fuera sólo un problema de hábitos ya lo tendríamos resuelto. Hay un problema de fondo, de naturaleza más biológico y que consiste en que estamos diseñados para la búsqueda de grasas y azúcares. Y también para estar sentados, el sedentarismo no nos lo impone nadie.

-La especie humana tiene ahora mayor capacidad devastadora que nunca, hasta el extremo de ponerse en peligro a sí misma.

-No sabemos lo que habrían hecho nuestros ancestros de haber podido. Pero sí se ha producido algo que creo que es grave: los antiguos tenían una mentalidad mágica y una visión de la naturaleza que la hacía sagrada, se sentían parte de ella y la respetaban. Esa manera de entender el mundo ha cambiado radicalmente y ese respeto hacia la naturaleza lo hemos perdido, la hemos profanado, por eso suelo decir que hay que establecer una nueva alianza para recuperar ese respeto.

-Las grandes catástrofes naturales nos ponen en nuestro lugar, hacen que seamos conscientes de que no lo controlamos todo.

-Los fenómenos geológicos son los únicos con los que no podemos y para los que carecemos de defensas. Esto es interesante para un biólogo. Una fiera nos produce miedo aunque esté enjaulada porque estamos programados para sentirnos amenazados y evitar a los depredadores. Sin embargo no tenemos un mecanismo para prevenirnos ante un terremoto o ante un volcán, es como si no hubiéramos desarrollado resortes para precavernos ante las fuerzas de la geología. Quizá tengamos algunos mecanismos evolutivos de prevención ante la tormenta, ante los rayos, que te pueden sobrecoger si te sorprenden en campo abierto, por ejemplo.

-¿Estamos en un momento de redefinición del mapa evolutivo?

-Sabemos mucho. Conocemos la genealogía bien, pero nos faltan los detalles. Desconocemos cuándo empezamos hablar, en qué momento los niños empezaron a venir al mundo desvalidos, cuando empezó la menopausia, si vivían en parejas. La anatomía no nos dice cómo empezó la consciencia. Lo más fácil es interpretar los esqueletos y en esos estamos bastante avanzados, lo complicado es conocer los procesos fisiológicos o psicológicos, todo lo que es más intangible.

-Europa adquiere cada vez mayor relevancia como escenario evolutivo frente a la cuna africana.

-Antes pensábamos que lo de África era muy antiguo y lo de aquí tenía cuatro días porque los restos más viejos de Europa andaban por los 200.000 años. Ahora sabemos que en Europa hay fases de ocupación de un millón -o incluso millón y medio- de años, estamos en cronologías africanas.

-Las técnicas de análisis del ADN están revolucionando la paleontología hasta el extremo de acuñar especies de las que sólo conocemos los genes.

-Los avances en el conocimiento del ADN lo están revolucionando todo. Nos está sirviendo para saber cómo somos nosotros y cómo eran los neandertales, las dos especies de las que tenemos ya el genoma. Eso supone que antes las conocíamos físicamente y ahora además las conocemos desde la perspectiva genética. Pero en el caso de esa especie de la que sólo tenemos constancia genética, parientes de los neandertales asiáticos, eso no nos dice nada ni de cómo eran ni qué comían o cómo se organizaban.

-La primera evidencia de comparar el genoma de nuestra especie con el de los neandertales es que éstos nos han dejado cierto rastro genético, algo que rompe la idea de que entre especies distintas esas transferencias de genes no fructifican.

-Siempre sostuve que eran dos especies distintas, pero que entre ellas hubo intercambio de genes. Las dos cosas son perfectamente compatibles. Son dos especies humanas distintas porque, tras conocer el genoma de ambas, ahora más que nunca sabemos que hubo dos evoluciones independientes. Pero en la naturaleza todas las especies próximas intercambian genes. Que haya habido -que está por ver- alguna aportación genética de los neandertales a determinadas poblaciones -que no a todas- de sapiens no cambia los hechos. La mejor prueba de que los neandertales eran otra especie es que ya no están, al entrar en contacto con nosotros desaparecieron, no se fusionaron.

-Ustedes se quejan en ocasiones de lo mucho que cuesta romper ciertos esquemas en ciencia desde Europa.

-Es una queja cariñosa. De todos los mundos que conozco, el del la ciencia es el más justo y el más transparente. Escribes un artículo y si está bien los envías a «Nature» y te lo publican. ¿En qué profesión pasa eso? Sólo encuentro un paralelismo en el deporte. Un alumno mío mandó un artículo a «Nature» y se lo publicaron.

-¿Cómo están sus proyectos asturianos?

-Quiero publicar el artículo definitivo sobre la Cueva del Conde, un aspecto que nos interesa en relación con los neandertales. En ese sector del Trubia hay mucho que hacer. En la propia cueva hay mucho por excavar y hay otra con grabados y arte también pendiente de excavación. Voy a seguir trabajando aquí muchos años. Algunas de las excavaciones podrían convertirse en escuela porque, como se necesita muchas gente, sería un buen sitio para hacer prácticas. Habíamos planteado un proyecto para tres años, dos de excavación y un tercero para elaborar una monografía.