En la plaza de San Martín de Oscos, a primera hora de una tarde fría y soleada, Alejandra Martínez pone todo el empeño en la limpieza muy meticulosa de las aceras de un pueblo vacío. A sus espaldas duerme una pequeña villa reluciente, limpia y renovada, donde también hay tres obreros extendiendo las aceras por la travesía de la carretera AS-13, que viene de Vegadeo y va hacia Pesoz, y al lado un gran edificio cuadrangular de piedra y pizarra restaurado con esmero, que fue Ayuntamiento hasta los primeros años noventa y ahora camufla nueve apartamentos de alquiler para turistas. Todo flamante, moderno o en proceso de volver a ser nuevo, perfecto para recibir a las visitas. Aquella aldea perdida en la fronda interior del occidente asturiano ya no está, queda en su lugar esta población con la cara lavada y recién peinada donde se barren los bordillos, pero cuesta reconocer la vida una tarde cualquiera de primavera retrasada. Un samartiego desengañado lo llama «efecto maquillaje», es la mano de pintura que tapa el desconchón, «eso que cuando lo ves dices "qué guapo", pero que empeora al levantar la capa de cosmética. Aquí está todo muy bonito, pero entras, rascas y a veces no encuentras ni con quién discutir».

A Antonio López Feijoo le da perspectiva la barra del bar Nuevo, nuevo con 25 años historia, tan nuevo como esta villa antigua enjabonada por los proyectos pioneros del desarrollo rural que sigue siendo la capital más grande de los tres Oscos. También la única que ha perdido habitantes en este siglo -muy pocos, apenas la docena que va de los 195 del año 2000 a los 183 de 2010-, aunque todavía resiste si se la compara con su alrededor agrario y con la realidad global de su municipio, acosado por el éxodo rural, en el que 433 resistentes configuran la cota más baja de su historia y son más o menos la mitad de los que vivían aquí a principios de los ochenta. Al colegio van hoy veinte menores de 12 años de todo el concejo, «contando a los que vinieron de fuera» y a los seis que se van el curso que viene al instituto de Vegadeo a cambio de la entrada de dos. «Desde que los camiones de mudanza pudieron llegar hasta las casas», bromea López, «se fueron casi todos». Ahora se trasladan a estudiar la Secundaria a Vegadeo, «rompen a falar castellano y empieza el desarraigo. Sólo vuelve el que mamó los Oscos con el Cola-Cao». Noemí Quintana es taxista en San Martín y a su madre, maestra, no se le ha olvidado que aquí mismo tuvo en clase, «hará cincuenta años», «sesenta niños y sesenta niñas. No tenía dónde sentarlos».

A la plaza que barre Alejandra dan las fachadas impecables de varios bloques de viviendas sociales, 23 edificadas desde comienzos de los noventa, con bajos porticados donde se exhibe parte del muestrario básico de servicios que explica lo que vienen buscando los mayores del concejo cuando vacían el campo para pasar a sostener su capital. Ahí están el banco y el telecentro, la Casa de la Juventud y justo al lado el CS3, moderna abreviatura del centro social de la tercera edad. Carretera abajo acompañan el colegio, el polideportivo y la piscina, y aquí detrás, junto al nuevo Ayuntamiento, la biblioteca y un edificio vanguardista, muy poco rural, de fachada negra y pequeñas ventanas ribeteadas en rojo, naranja y azul: el centro de salud. Mirando la plaza desde el otro lado de la carretera, a las puertas del hotel La Marquesita, Nacho Pérez evoca una charla con otros vecinos que hace un tiempo desembocó en la amarga sospecha de que «llega todo tarde. Cuando éramos 25 para jugar al fútbol no había campo; cuando por fin llegó el campo ya no había con quién jugar». Pérez es la cuarta generación de propietarios de este establecimiento que está abierto y en las manos de la misma familia desde 1927, el único de seis hermanos que sigue anclado aquí y el responsable de un ciclo de actuaciones y conferencias muy significativamente llamado «Cultura contra el olvido». Las fotografías y carteles de los conciertos y las reuniones decoran las paredes del comedor como coletazos de un pueblo que se revuelve contra su destino haciendo ver al mundo que sigue aquí. Fue en una de esas visitas cuando Nacho Vegas, cantautor gijonés, pensó la letra de una canción inédita dedicada a esta villa donde se la describe, también muy a propósito para el paisaje de hoy, como este sitio «donde el silencio se puede tocar y morder».

Las paredes de piedra oscura de La Marquesita, que pasó de fonda con tienda a hotel con restaurante al ritmo de la explosión del turismo rural como salvavidas para los Oscos, saben que la consagración del futuro de la villa a lo que puedan ofrecer los turistas necesita «paisanaje además de paisaje» y un arraigo de la iniciativa y de la infraestructura, afirma Nacho Pérez, a lo mejor más parecido a la de Santa Eulalia que a la de San Martín. «Allí tienes esa competencia que te puede hacer crecer», apostilla, «aquí se percibe una especie de desidia que hace que el pueblo vaya a peor». San Martín es la villa más grande de los tres Oscos, siempre la de mayor tradición ganadera, pero todavía no la más dotada de alojamientos para turistas, con La Marquesita sola entre los hoteles y en total unas sesenta camas si se suman las de tres establecimientos con apartamentos rurales. «El turismo lo veo bien como un complemento», concluye Pérez, «siempre que la gente crea en él como alternativa para vivir aquí». No como ahora, le acompaña Antonio López, que además del bar gestiona unos apartamentos rurales en Ron que «en verano tienen bastante más gente que el pueblo» y se dice afligido con esta acumulación de casas rurales muy subvencionadas y al final poco sustrato económico tejido alrededor del turismo rural. También aquí las ayudas sirvieron «más para recuperar patrimonio y embellecer el pueblo que con efectos turísticos reales». A la fuerza no sale nada, persevera, «en ocasiones lo que se subvenciona acaba siendo inservible; un negocio tiene que salir por inercia, porque hay población y mercado. Y si aquí hubiese más gente, la actividad saldría sola. A lo mejor la idea no se me ocurre a mí, pero si hay siempre puede surgirle a algún otro». «Falta actividad económica», asume el alcalde de San Martín, el socialista José Antonio Martínez Rodil, pensando en encontrar algo «capaz al menos de suplir la que se va perdiendo, sobre todo en la ganadería». De momento, no obstante, todavía no hay resultados, «lo peor es que no hay proyecto y el resto de los problemas deriva de ahí». ¿Será el turismo? No del todo. «Si no fuera por él, es evidente que aquí todo sería peor», responde el regidor samartiego, «pero ni es la panacea ni suficiente para regenerar la actividad económica».

El problema es la escasez. Otra vez. El obstáculo es la plaza de las Infantas a la solanera de la sobremesa con dos únicos transeúntes sentados en los bancos, uno a cada lado del amplio espacio circular, sin dirigirse la palabra. La plaza es la de la iglesia porticada de San Martín de Oscos y con el nombre recuerda la visita de las Infantas Elena y Cristina a este concejo en 1983, cuando con 20 y 18 años, respectivamente, pasaron una semana de julio aquí con varios compañeros de clase y profesores para realizar un trabajo antropológico sobre los modos de vida de una comarca deprimida. Esta depresión ya no es aquélla, a la vista se diría que por aquí han pasado muchos más de 28 años, pero lo que ha venido después avanza en algún sentido hacia la destrucción de aquellas formas de vida tradicionales. El desprestigio y la falta de rentabilidad del campo han acelerado el ritmo del despoblamiento rural, y de eso, dice la voz colectiva de los samartiegos, también se resiente esa otra opción por el turismo entendido como emblema del porvenir de la comarca. Cuando tosen la agricultura y la ganadería, aquí se resfría toda la economía. «Si el sector primario no funciona», vuelve Antonio López, «el turismo rural tampoco. La gente no quiere ver pueblos fantasma y ruinas. Estamos haciendo que todo sea un gran centro de interpretación y el visitante no busca eso, quiere un parque temático vivo, real». Además del bar en San Martín y de los apartamentos en Ron, él mantiene su puñado de cabezas de ganado «por la satisfacción de verlas, porque nacimos entre ellas y seguramente nos moriremos entre ellas», pero eso no puede ocultar que el tejido se parte, que las grandes ganaderías «se cierran porque no tienen futuro», y que «pasa como con la hostelería. El negocio que cierra ya no vuelve a abrir».

«No sé si lo veremos nosotros», afirma Nacho Pérez, pero el palacio de Mon opta al papel de «icono» y cabeza tractora del turismo en San Martín de Oscos. El inmueble, recién adquirido por el Principado, aún carece de proyecto de uso y a la vista del estado de ruina del edificio, situado en la localidad casi deshabitada del mismo nombre, a unos 5 kilómetros de la capital, el Alcalde concluye que «lo urgente es que se recupere». A continuación, sería deseable que «se buscase, con capital privado o aportaciones de la Administración, algún modo de explotarlo turísticamente».

San Martín es el único municipio de los tres Oscos que carece de residencia de la tercera edad entre su abundante oferta de servicios. «Oyes a la gente mayor decir que si tuviera un sitio donde quedarse lo haría», asegura Noemí Quintana. Dada la oferta que ya tiene la comarca, José Antonio Martínez Rodil opta por reclamar que la compensación para su población envejecida sea inicialmente un centro de atención diurna.

La demanda de que «el sector primario mejore» incluye una advertencia sobre lo que siempre fue aquí un motor y desde hace unos años el complemento indispensable del turismo rural. Antonio López apunta hacia la necesidad de ampliar el sistema de concentraciones parcelarias para hacer más atractiva la actividad agraria. «Es costoso, sí, y puede que piensen que no merece la pena para cuatro que quedamos aquí, pero resulta imprescindible para que nuestro campo sobreviva y pueda competir en calidad y cantidad», sentencia.

La capital es el único lugar del concejo con oferta de vivienda pública. Oferta abundante en relación con la población, pero de incremento no desdeñable, asegura el Alcalde, como estrategia para atraer población a la villa osqueña.

Aquí se recuerdan sin nostalgia las cuatro horas de viaje al centro de Asturias que frenaban muchos desplazamientos hacia los Oscos. Eso ya no es lo que era, pero la media hora larga que ahorrará el final de la Autovía del Cantábrico es un valor a considerar pensando en todos los segmentos del desarrollo de la villa.