La tesis de «El Estado sin territorio» nos conduce por un camino sin curvas: sustitúyanse los nobles del Antiguo Régimen por la «barroca clase política autonómica y municipal» y tendremos la reversión del largo proceso histórico que acabó con el feudalismo. Francisco Sosa Wagner, catedrático y eurodiputado, y Mercedes Fuertes, también catedrática experta en cuestiones relacionadas con la administración pública, describen con generosa claridad, sobrada contundencia y encomiable sentido del humor la tragedia de un Estado que se ha quedado sin dominio sobre el que ejercer sus funciones, debido a unos poderes locales cada vez más fuertes y a una anorexia galopante. En resumen, un Estado al que cuesta definir ya como tal por la falta de competencias y la ruptura del espacio jurídico unitario.

Los autores del libro, como escribe en el prólogo Carmen Iglesias, de la Real Academia Española de la Historia, no presentan una visión apocalíptica, sino un análisis riguroso del naufragio autonómico, tras el fracaso de un sistema fatalmente articulado por quienes tienen el deber de establecer el marco de competencias, igual que rige en otros países para las estructuras territoriales regionales y federales. A fin de explicar el despropósito en que nos hallamos envueltos, Sosa Wagner y Fuertes se valen de cuatro episodios inspirados en polémicas y debates cotidianos: el problema del almacenamiento de los residuos nucleares, causa de no pocos enfrentamientos; la instalación de la redes de alta tensión en el territorio español, objeto de continuas discusiones y distintos pronunciamientos locales; los espacios naturales protegidos que por causa de jurisprudencia del Tribunal Constitucional han pasado a las comunidades autónomas sin tener en cuenta su ámbito geográfico y, finalmente, los ríos «cuyas aguas bajan revueltas puesto que las sucesivas reformas legales y estatutarias han enturbiado la administración de una riqueza natural sin que sea ya transparente la gestión de sus cauces». Los autores señalan que, a la vez que estos ejemplos, se podrían exponer muchos más por la maraña de competencias y dislates que frecuentemente pasan a ser centro de atención de la opinión pública.

El caso del almacenamiento de los residuos nucleares es especialmente espinoso. Al Gobierno le cabe la facultad de decidir sobre este asunto, pero en el momento en que lo haga no es seguro que la decisión pueda llevarse a la práctica, por culpa de la permanente zozobra local. Para introducir el episodio relacionado con la energía y las redes de alta tensión, Sosa Wagner y Mercedes Fuertes recurren a varios ejemplos, entre ellos al de la red Sama-Velilla del río Carrión, que afecta, como se sabe, a las comunidades de Asturias y de Castilla y León, en el que los presidentes autonómicos llegaron a acuerdos de por dónde debe transcurrir la línea y, sin embargo, no ha encontrado más que escollos en los ayuntamientos y posturas encontradas en los partidos. «El PSOE y el PP dicen unas cosa en León, otra en Asturias y la contraria de ambas en Valladolid y Madrid», escriben. El tercer relato de la discordia tiene como protagonista la «paradoja grotesca» del parque de los Picos de Europa. Los autores se asombran de que después de la entrega de este espacio natural a las tres administraciones con competencias, Asturias, Castilla y León y Cantabria, éstas se hayan visto obligadas a crear un consorcio para gestionarlo reemplazando de eso modo la figura estatal. «Los enfrentamientos políticos entre estas regiones han convertido aquellas montañas, antes imán de soles y de vientos, en montañas de pleitos. De pleitos absurdos». Evidentemente, el Estado, al contrario de lo que ha ocurrido en países federales, se ha mostrado incapaz de poner orden. Produce pasmo observar cómo los políticos se empeñan en separar lo que la Naturaleza mantiene unido.

El caos autonómico ha generado un problema de difícil solución con las aguas. Como explican los autores de «El Estado sin territorio», el Guadalquivir ya no pertenece a todos los españoles, sino de modo exclusivo a los andaluces; el Duero está a punto de convertirse en propiedad de los castellano-leoneses, y el trasvase Tajo-Segura ha traído consigo oleadas de protestas de vecinos con intereses opuestos por la apropiación indebida de las cuencas hidrográficas. La burocracia ha acabado por duplicarse y triplicarse en casos concretos y situaciones que deberían desatacarse por el bien común de los españoles, en medio de una maraña todavía inextricable de competencias que impide llegar a acuerdos y conduce de un laberinto a otro.

El ejemplo de la sanidad no figura entre los cuatro relatos escogidos, pero sí es paradigmático del mal funcionamiento del Estado de las autonomías. Los autores se ocupan de esta lacra del neofeudalismo español que permite que unos ciudadanos sean atendidos por el Sistema Nacional de Salud de distinta manera en función del lugar donde viven. O que hace que el gasto farmacéutico se dispare, ya que lo mismo que en algunas regiones se restringe la medicación, en otras se tira de largo con las recetas. Sosa Wagner y Fuertes recurren a Juan Luis Rodríguez-Vigil y a su informe del Consejo Económico y Social, en el que el ex presidente asturiano recalca cómo el funcionamiento del servicio de salud depende en cada caso de la voluntad que tengan los gobiernos autonómicos. De ahí que no exista una coordinación que beneficie al conjunto.

La lectura de este libro documentado, reflexivo e irónico, escrito con un envidiable sentido del humor, arranca perplejidad y sonrisas. El esfuerzo de sus autores por llevar al lector por todos los caminos del despropósito hasta el entendimiento no decae en ninguna de sus más de 200 páginas. Sosa Wagner, que ya había abordado con la brillantez analítica que le caracteriza la idea política de nación en «El Estado fragmentado», no duda esta vez en dejar en evidencia la frivolidad con que se ha permitido a los señores territoriales regresar al feudalismo.

Para los autores del libro, a los defectos de diseño en el Estado de las autonomías, habría que sumar la «revisión irreflexiva de los estatutos» de estos últimos años desde 2004, en la que ha tenido un papel protagonista acusado el propio presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, alumno, por otro lado, al que el profesor Sosa Wagner aprobó la tesina de su licenciatura de Derecho. Hay quienes dicen que en la actualidad le habría suspendido; el propio Sosa explicó en más de una ocasión las discrepancias mantenidas con el Presidente por haber manoseado frívolamente un artefacto tan delicado como es el Estado.

El último capítulo del libro está dedicado a responder a la pregunta de si lo que se estropea tiene arreglo. Los autores creen que no hay grandes motivos para mantenerse esperanzados. Por un lado, los mecanismos constitucionales funcionan en España de manera muy imperfecta. Por otro, está que los partidos nacionales dependen ya excesivamente de los apoyos nacionalistas y, en algunos casos, hasta separatistas para mantenerse en el poder. Es un círculo vicioso. Para salir de él, se apela a la lealtad constitucional. Resulta algo desasosegante constatar una vez más que esa lealtad no existe.