-La familia huyó de las bombas de Oviedo por el Oeste. Mis abuelos eran de San Tirso de Abres. Pasamos la guerra en Tapia de Casariego, donde nació Pili, la sexta hermana. Los mayores ya conocían el pueblo de los veranos, porque era de allí una señora que trabajaba en casa de mi abuela. Se llamaba María Vigier, su madre era de Burdeos. Murió con 99 años y fue una segunda madre para nosotros.

-¿De qué vivía su familia?

-Mi abuelo tenía una tienda de tejidos y sastrería en la plaza del Ayuntamiento, Casa Zarauza, y mi abuela, una de telas y sombreros en el Fontán. El abuelo se dedicó poco al comercio porque era politicón. Fue concejal y teniente de alcalde de Oviedo. Era vasco, apellido de Zarauz, y carlista.

-¿Dónde vivían?

-En la calle Magdalena, esquina a la plaza del Ayuntamiento. Allí nací yo, quinta de siete hermanos más o menos seguidos. Los abuelos vivían en el primero y nosotros, en el segundo. El abuelo murió cuando yo tenía 3 años y la abuela cuando cumplí 7. Mi padre, Adolfo Corrales, tenía un comercio de ultramarinos en la calle San Antonio y mi madre atendía el comercio y era ama de casa.

-Hijos y nietos de comerciantes, casi todos ustedes estudiaron carrera.

-El mayor, José Antonio, fue director y catedrático de la Escuela de Minas; Guadalupe América, profesora de Literatura de instituto; Araceli se casó y vive en Madrid, pero le faltaban dos asignaturas para acabar Químicas; Adolfo, se dedicó al comercio, luego a vender material eléctrico y más tarde abrió Pinocho, la primera guardería de Oviedo; yo soy catedrática de Estratigrafía; Pili hizo piano, se casó y tiene nietos gringos, y Magdalena es una médico recién jubilada del Instituto de Silicosis.

-¿Quién impulsó que ustedes, sobre todo tantas mujeres, estudiaran?

-Mi madre, América. En eso era adelantada. Era recia, prusiana en algunos aspectos y abierta en otros. Las chicas íbamos de monte el fin de semana con amigos, a veces con algún hermano; otras, no.

-¿Dónde estudió usted?

-En el Colegio Santo Ángel, calle Santa Ana, donde está el Museo de Bellas Artes. Mi hermana había sacado buenas notas, yo también y fue normal que siguiéramos. Quise estudiar fuera y me dijeron que no se podía, que éramos muchos y que mis hermanos se habían arreglado en Oviedo.

-¿Qué visión tiene de aquel Oviedo?

-Limitada. Cuando llegaba el buen tiempo íbamos al Campo San Francisco, al Cristo o a La Manjoya a jugar. El resto, de casa al colegio y del colegio a casa. Cimadevilla, San Antonio, Santa Ana, de lunes a sábados, de 9 a 13 y de 15 a 20, salvo los sábados por la tarde, que salíamos a las 6 de la tarde. Los domingos, misa en el colegio. El tiempo libre era para estudiar. Era una época negra. Con 4 años llevaba un uniforme negro con medias y zapatos negros y sólo el cuello blanco. En las fiestas del colegio, cinta a la cintura, color cardenal, como de alivio. Era siniestro.

-¿Lo sufrió así?

-No, porque los niños, si están sanos, saltan y juegan, pero recuerdo el trato diferente y vejatorio que se daba a veinte niñas. No tenían el mismo uniforme, ni las mismas clases, ni a las mismas horas. En la capilla ocupaban los últimos cuatro bancos y tenían que mirarnos de frente cuando salíamos por el pasillo central. «Son las gratuitas», se decía. Me indignó ya entonces.

-En casa vivían desahogados.

-Sin que faltara nada y sin caprichos. Teníamos una casa grande en la que Adolfo, Pili y yo, que íbamos muy pegados, jugábamos al escondite, a las chapas y a las canicas. Mi madre tenía piano y casi todos tocábamos algo. María Vigier era la que estaba siempre y mandaba sobre la tropa.

-¿Trataban distinto a los varones?

-Tenían más vara alta. Marché de casa a los 26 años y debía llegar a las 10 de la noche. Nosotras hacíamos tareas domésticas mientras mis hermanos salían con los amigos. Noté el agravio después.

-¿Había ambiente político en casa?

-Nunca oí nada de política ni a mi padre ni a mi madre. No supe de nada de eso hasta la Universidad, en el curso 1956-57.

-¿Qué le gustaba estudiar?

-Todo, algo más las Ciencias Naturales.

-¿Cuándo entró en la Universidad?

-En 1952 empecé Químicas. Todo estaba en el caserón de San Francisco: Químicas, Derecho y Letras. Hacíamos selectivo común de Ciencias y en Oviedo se estudiaba Químicas. En mi selectivo había 75 personas. Pasamos a segundo curso 21, siete de ellas, mujeres. La tercera parte. En Derecho había menos chicas; en Letras, más. En la Universidad se acabó el horario que todo lo cubría. En los descansos confraternizabas con todo tipo de gente. Éramos pocas mujeres deportistas, pero llegamos a hacer un equipo de balonmano femenino estudiantes de Ciencias y Derecho.

-¿A quiénes recuerda?

-A mi hermana Araceli, de portero; a Marisa Barrero, a Tere Romero, que era de Gijón; a dos de Derecho, una llamada Aida y otra, de León, Lula, que tenía un hermano llamado Lulo... Jugábamos donde está el CAU, que sólo tenía el Colegio Mayor San Gregorio. Eran prados y teníamos que esperar a que marcharan las vacas y jugar sobre sus pisadas y sus boñigas. Nos negamos a que nos entrenara una profesora de la Sección Femenina porque no tenía idea y entrenamos juntos chicos y chicas. Fuimos a campeonatos universitarios nacionales en Madrid, Valencia, Granada, Santiago. Esquiábamos en Pajares en invierno.

-¿Había profesores que se metieran con las chicas?

-Pertierra, que daba Química Orgánica, con las monjas: «Con esa ropa que llevan no es que huelan muy bien ustedes». Los demás tenían una relación distante y fría. En el colegio se nos sentaba por orden alfabético y en la Universidad las señoritas íbamos delante, salvo con Llopis, que seguía el orden alfabético y nos identificaba por un plano del aula. Fue mi mejor profesor. Acabé Químicas en cinco cursos, en 1957. Quería hacer Naturales, que se dividió en Geología y Biología, y que sólo se daban en Madrid y Barcelona. Llopis, con alguna relación con el Centro Superior de Investigaciones Científicas, alquiló un piso en la plaza de América, montó el Instituto de Geología Aplicada y logró que un año después el Ministerio de Educación diera de paso que se abriera Geología en Oviedo y se convalidaran los estudios hechos allí. En aquella protofacultad estaba también José Antonio Martínez. Cuando se inauguró la Facultad de Ciencias, entramos en segundo curso con algunas asignaturas convalidadas, pero la carrera duró cuatro años porque se creó curso a curso. Los compañeros teníamos mucha relación y salíamos al campo, lo que amplió mucho el horizonte de la biblioteca y el laboratorio. Salvo uno, todos habíamos terminado Químicas y participábamos en tareas de la facultad y en organizar congresos... Llopis era muy buen docente y tenía un trato muy agradable. Por él supe que la geología era mi vocación. Lo demás me había defraudado.

-¿Por el profesor o por la materia?

-Por las dos cosas. La geología es muy variada y llamativa. Puedes estudiar en ella fenómenos actuales, ver qué señales dejan y conocer el pasado. Tiene carácter histórico. La naturaleza es un libro y hay que saber leerlo. La docencia me gustó y la Universidad era buena salida, porque para una mujer era difícil entrar en una empresa. Hice quinto por libre porque fui a dar clases de Geología a Zaragoza.

-Primera salida de Oviedo.

-Dos años interina en una ciudad áspera entonces, con un viento que sopla en todas las direcciones a la vez -giras 90 grados y también te encuentra de cara- y siempre viene del Moncayo. Sumando becas, sueldo y asignaciones por trabajos ganaba 8.000 pesetas, que daban para vivir sin lujo, primero con ocho chicas, luego en un piso pequeño. Había soñado cosas del tipo «si vivo sola haré esto y lo otro», y luego la vida fue como siempre: trabajar y un vino a última hora. Volví a Oviedo en octubre de 1963, porque sacó plaza Carmina Virgili y me preguntó si quería volver.

-Virgili llegó a ser secretaria de Estado de Universidades e Investigación en el primer Gobierno de Felipe González y luego senadora del PSC. ¿Cómo era?

-Especial: a veces, dura y autoritaria y, al tiempo, afable. Nunca tuve problemas con ella, pero no era muy fácil. Por ella cambié de tesis -«Las cuencas carboníferas del Narcea y Villablino»- y eso me hizo conocer a los especialistas que había en Estados Unidos en rocas, areniscas y calizas. Conseguí una beca y marché de enero a julio de 1967 a Austin (Texas).

-¿Cómo era Austin?

-Pueblerina. Las cosmopolitas de Texas, si se puede decir así, son Dallas y Houston. Tenía 31 años, iba a unos estudios de Ciencias, pero hice amistades de Letras. Conocí a José Luis López Aranguren, recién expulsado de la Universidad española, que daba conferencias; a Ricardo Gullón, que llevaba más tiempo exiliado, y al cubano Humberto Morales. Tratos ocasionales y superficiales, pero, por primera vez, hablaba de España con la libertad de estar fuera. También estaban los niños de las flores y la guerra del Vietnam, con la que tenían asustados a los universitarios porque o sacaban buenas notas o los reclutaban. Meses antes un alumno disparó desde la torre de la Universidad y mató a 23 estudiantes. Lo achacaron a estrés de estudios. La Universidad de Texas en Austin era buena: tenía 30.000 estudiantes, estaba financiada por petroleros y los geólogos eran importantes.

-¿Qué le sorprendió más?

-Oviedo era más cosmopolita que Austin. Un profesor me dijo que iba a buscarme Margie, su esposa, para llevarme a una recepción que daban las mujeres de los profesores. Coincidí con la mujer de un becario de Granada y con la de un italiano que se desesperaba de la situación. Las amas de casa estadounidenses se admiraban de que la española y la italiana nos entendiéramos en distinto idioma. Yo sabía el inglés del colegio y de clases particulares, pero en Texas era como saber castellano de Burgos en la Andalucía profunda.