Se llama Pedro, o quizá Carlos, la verdad es que el nombre no importa. Era un niño con autismo, incapaz de fijar la mirada, pero que rió a carcajadas cuando Alba María Álvarez le llevó a su habitación unas pinturas de dedos y una cartulina blanca gigante en la que dejar volar su imaginación y pintar lo que más le gustaba: un barco. Alba María Álvarez no tiene un doctorado en Medicina por la Universidad de Yale ni tampoco recibe un salario, es una voluntaria y gana mucho más: sonrisas.

La Unión Europea ha declarado 2011 como «Año internacional del voluntariado» con el fin de concienciar sobre el verdadero valor de ser voluntario, la participación cívica y la actividad que contribuye al interés común. Existe una idea equivocada de lo que hacen y de quiénes son las personas voluntarias. Para la RAE son «aquellas personas que hacen una acción espontáneamente y no por obligación o deber», pero, en realidad, implica mucho más. Para Carlos Sauras, voluntario de Cáritas, es una labor en la que uno aporta cosas a los demás, pero «egoístamente también a sí mismo». «Yo, al principio, pensaba que Cruz Roja era sólo eso de las ambulancias», afirma Emilio Álvarez, quien lleva menos de tres años colaborando con esta entidad. Tiempo suficiente para darse cuenta de lo confundido que estaba, ya que ayuda por medio de la teleasistencia a personas mayores y ha participado en programas para la infancia e incluso con mujeres maltratadas.

«¿Por qué las cosas son como son y no de otra manera?». Evangelista Torricelli, un matemático italiano, se hizo esta pregunta en el siglo XVI. En pleno siglo XXI, la respuesta la tienen los voluntarios, actuando para que «las cosas» sean más justas. «No es sólo dar el tiempo que te sobra», explica Ana María Julia, sino también «un compromiso estable». Lleva más de cuatro décadas como voluntaria de Cáritas. Para ella, la fidelidad se traduce en «constancia y regularidad». Es tan válido el voluntario que realiza su labor una vez a la semana como el que lo hace todos los días. «Cada cual aporta lo que puede y dentro de sus posibilidades», asegura Cuca Villaseñor, una mexicana afincada en Oviedo y ligada a Cáritas hace más de veinte años. Tanto tiempo después es incapaz de explicar las causa por las que se hizo voluntaria: «Nunca hay una sola razón», afirma. Como dice Raúl Pérez, «todas las razones son legítimas para lanzarse al voluntariado». José Antonio Meire tuvo las ideas muy claras: «Siempre me había gustado tratar con las personas mayores». A sus 60 años se dedica al cuidado de los ancianos como voluntario de Cruz Roja. No sólo visita a los mayores que necesitan compañía, sino que también les organiza excursiones. «La ruta del Salmón o un día de playa son sus favoritas», asegura. «Son muy agradecidos y disfrutan muchísimo con muy poco».

Los hombres y mujeres que realizan una labor humanitaria dentro de una organización son muchos. Giancarlo, Emilio, Juan Antonio, Eva, Berto, Carlos, María Julia, Raúl, Sauras, Cuca o Alba María representan once historias individuales con un denominador común: el voluntariado. A cambio de un labor bien hecha, sólo piden amplias sonrisas y sonoras carcajadas, además de abrazos tan fuertes como los de un oso. Un pago que consideran lo suficientemente justo.

Tiene 22 primaveras y desde los 18 años es miembro del proyecto «Infancia hospitalizada» de Cruz Roja Juventud. Está a punto de licenciarse en Magisterio de Educación Especial y siempre ha compaginado sus estudios con la labor humanitaria. No sólo en Cruz Roja, ya que durante un tiempo colaboró en la Asociación Síndrome de Down de Asturias. No puede estarse quieta. Una vez acabados los exámenes, se fue a Colombia para colaborar en un programa de cooperación internacional organizado por el Principado, Cáritas y el Ayuntamiento de Oviedo. Está convencida de que todo el mundo debería probarlo, «existe otra realidad que todos deberíamos conocer».

Ovetense, tiene 28 años e inició su andadura solidaria en 2005. «Siempre me gustaron los niños». Razón por la que está centrado en el ámbito de la infancia en el seno de Cáritas. «Son una fuente inagotable de alegría», asegura. Por ello le «hierve la sangre cuando los ve sufrir». Compagina su labor solidaria con su vida personal y aficiones sin ningún problema. De hecho, hace un mes formó un grupo de rock que «todavía no tiene nombre». Este año ha vuelto a la Universidad y, aunque no le sobra tiempo, no se detiene. Hace un año viajó a Bolivia como educador infantil para un programa de cooperación internacional y la semana pasada estuvo de campamento con niños de Cáritas.

Esta ovetense de 71 años desarrolla su labor como voluntaria en la organización de diversos proyectos de Cáritas. Después de más de cuatro décadas ofreciendo su servicio, está convencida de que la dedicación «merece la pena porque uno mismo cambia y recibe más de lo que le da a la otra persona». A pesar de ser tan gratificante, considera que hay que saber dónde situar los límites entre la labor humanitaria y la vida personal. Después de tantos años a pie de parroquia, asegura: «Hay momentos en los que te cuestionas tu propia vida».

Durante un tiempo compaginó sus estudios en Filología Hispánica con el voluntariado, pero ahora está más centrada en la acción solidaria en el ropero de Cáritas. «También me gusta divertirme», comenta.

Para este asturiano de 53 años, el voluntariado empezó como una ocupación matutina y se ha convertido en una experiencia reconfortante. Lo jubilaron a los 45 años. «Con tanto tiempo libre me sentía vacío», asegura. «Siempre he sido un hombre muy activo», añade. Trabajaba por las mañanas en Hunas y por las tardes, como no tenía nada que hacer, llevaba las cuentas de diferentes colectivos ligados al fútbol. «En Cruz Roja siento que hago algo bueno, y me llena», explica. Está orgulloso de lo que hace: «Me arrepiento de no haber dado el paso antes». Pero también reconoce que uno no puede llevarse los problemas ajenos a casa: «Aunque no siempre es posible», asegura.

Este químico mierense de 32 años comenzó su andadura en Cáritas hace casi doce años. «Se me dan muy bien los niños», asegura. Ahora se encuentra sumergido en el «Proyectu cascayu», una iniciativa educativa para jóvenes entre 6 y 16 años en la que no sólo reciben clase, sino que una o dos veces al mes se van de excursión, como él mismo explica. Ahora, coordina la parroquia del Caudal. Sale de trabajar a las seis, y dedica alrededor de tres horas diarias a dar clases particulares. A pesar de que en su trabajo le ponen facilidades para que asista a las reuniones de Cáritas y sabe aprovechar su tiempo, reconoce que se pierde cosas. «Pero merece la pena», subraya.

Esta avilesina de corazón pero gijonesa de adopción tiene 35 años. Su labor como voluntaria es poner en marcha campañas de sensibilización social enfocadas a la desaparición de prejuicios en el programa de cooperación internacional de Cruz Roja. Aunque últimamente sus proyectos se realizan en prisiones y comunidades terapéuticas de drogodependencia, está pensando en «adaptarlo para las amas de casa», explica. Lleva medio año como voluntaria en Cruz Roja, pero en la adolescencia ya había cooperado con la asociación Riki-Rake de Avilés. Ahora combina su labor voluntaria con su profesión de educadora de menores para el Principado de Asturias. «Cooperar en Cruz Roja me llena en todos los sentidos», asegura. «Lo más gratificante es ver cómo la gente se interesa y participa», dice.

A los 52 años se dio cuenta de que necesitaba actuar. Así que hace ahora ocho decidió cooperar como voluntario en el programa de teleasistencia de Cruz Roja con los ancianos de las zonas más rurales, que son los que suelen necesitar más compañía. Lo más gratificante de su labor es «contemplar las sonrisas en sus caras durante una excursión». Son muchas las satisfacciones, pero trabajar con personas mayores tiene, como es obvio, el problema de los ritmos vitales. Por ese motivo y por su proximidad a este colectivo ha estado más veces de luto de lo que hubiera deseado. «Es necesario ponerse una coraza», afirma. «Siempre hay que procurar tirar hacia adelante», anima. «Lo mejor para dar el cien por ciento de uno es dejar la preocupación en casa», comenta José Antonio.

Con 32 años colabora como voluntario en Oviedo. Dos horas a la semana lidia con niños entre 5 y 16 años, pero también con chavales de 13 a 18 años. «Es muy satisfactorio trabajar con ambos colectivos», explica, aunque «unos te cansan físicamente y los otros mentalmente», añade entre risas. Hace catorce años decidió que era el momento de hacer algo más, y desde entonces trabaja con jóvenes inmigrantes, de salud mental o de familias sin recursos. Lo más frustrante para él es no poder cambiar las cosas, a pesar de dar lo mejor de sí mismo. Se emociona «cuando después de tiempo me encuentro con chavales a los que di clase y veo que tienen un trabajo y una familia», explica González. «Estaban marcados por la sociedad, pero salieron adelante», recalca.

Esta mexicana de 58 años lleva casi dos décadas como voluntaria en España, y quince años como coordinadora y directora de Cáritas en la parroquia del Corazón de María de Oviedo. Afirma que «el voluntariado sirve para aunar fuerzas y así conseguir un impulso social más organizado que lo que podría ser una acción individual aislada». Considera que en estos días es muy importante valorar la gratuidad en una sociedad en la que parece que hay que pagar todo. Analiza la sociedad con ojos críticos, puede que sea deformación profesional, porque durante mucho tiempo ejerció como periodista radiofónica en su México natal. Para ella es muy difícil separar su vida como voluntaria de la privada, porque «con el tiempo te vas involucrando cada día un poco más», apostilla.

Este cartero de Oviedo tiene 47 años y estudió Ciencias Económicas. Coopera desde hace seis años en Cáritas como profesor de clases particulares para un grupo de veinte niños, a los que adora. Está con ellos dos horas a la semana, en las que, junto con las lecciones, combina juegos. No se hizo voluntario para obtener un reconocimiento social, sino para que «las cosas mejoren en clave de gratuidad». Está bastante indignado con el momento social que le ha tocado vivir y siente una especial simpatía por el movimiento 15-M. Pero él, en vez de hacer sentadas para protestar por los problemas de este mundo, prefiere actuar y cooperar en organizaciones. Ha sido voluntario en Intermón Oxfam y en el Secretariado Gitano. «El tiempo que se dedica al voluntariado es muy rico», sostiene.

Este italiano de 53 años lleva desde 1980 como voluntario en el ámbito de socorro y emergencias. La vocación le llegó de niño, cuando vio actuar en un rescate a unos jóvenes voluntarios durante un desastre natural en América del Sur, donde vivía. No recuerda el nombre del huracán que arrasó la zona, pero tiene muy vivo el recuerdo de los que participaban en las tareas de salvación. «En ese momento supe que quería hacer lo mismo», asegura. Para ello recibió formación militar y sanitaria. En poco tiempo estaba en Bolivia con su equipo médico ayudando en desastres naturales, incendios forestales y lo que hiciera falta. Ha ayudado en Lorca y en los sanfermines. Actualmente se encuentra en el paro y recibe ayuda de los servicios sociales. Considera que el voluntariado es una manera de «devolver lo que recibo».