El Hotel Chelsea, de Nueva York, un histórico edificio de apartamentos que también registra aves de paso, descrito como uno de los reductos de la bohemia, ha cancelado sus reservas y cerrado sus puertas en espera de consolidar la anunciada operación de venta. Son varios los clientes interesados en hacerse con él, entre ellos el empresario André Balazs, propietario del Châteu Marmont, de Los Ángeles, y de otros establecimientos relacionados con el glamour. Mientras tanto, residentes y empleados no están dispuestos a ceder ante la posibilidad de que el inmueble se destine a otros usos.

Si las paredes del Chelsea hablaran, podrían contarnos historias para no dormir, entre ellas la del delirium tremens de Dylan Thomas, cuando abrió la puerta de la habitación y se dirigió a su amante Liz Reitell para confesarle que acababa de batir un récord al beber dieciocho whiskies puros. Se puede decir que fueron sus últimas palabras inteligibles antes de ingresar en el Hospital St. Vincent, un poco más abajo en la misma calle. En la fachada del hotel figura una placa que conmemora que el poeta galés soltó allí mismo amarras: moriría tres días más tarde, el 4 de noviembre de 1953, de la monumental cogorza. Durante las últimas horas de la vida de Thomas, su mujer, Caitlin, enloqueció, arrancó un crucifijo de la pared del hospital, destrozó varias macetas, hizo añicos una imagen de la Virgen, la emprendió a mordiscos con un enfermero, atacó a los médicos y desgarró el hábito de una monja, antes de que le pusieran la camisa de fuerza.

Otro entrañable borrachín, el escritor irlandés Brendan Beham, que frecuentaba los mismos bares que Thomas -el Costello's y el Murphy's-, llegó hasta allí probablemente para imitarlo y esperar la muerte. En el Chelsea escribió uno de los mejores libros que se han publicado sobre la Gran Manzana, «Mi Nueva York», donde expresa su deseo de que la familia Bard, dueña del hotel, reserve para él también un espacio en el mural de placas de la entrada junto a las de otros colegas e inquilinos: Thomas Wolfe; Robert Flaherty, O. Henry, John Sloan o su admirado James T. Farrell, que la tuvo antes de morir. La de Beham llegó más tarde, cuando ya lo había visitado la Parca, pero llegó.

De estética tardovictoriana, el Chelsea, construido en 1884 en la calle 23, entre la Octava y la Séptima Avenida, abrió inicialmente como un complejo de apartamentos para familias y en su momento fue el edificio más alto de Nueva York. Desde 1905 en que pasó a ser también hotel, imantó una fuerza que atrajo a la creatividad. Su lista de huéspedes se lee como un quién es quién de la élite artística. En ella, figuran escritores legendarios: Mark Twain, Nelson Algren, William Burroughs, Thomas Wolfe y Arthur Miller vivieron allí largos períodos y allí se escribieron algunas importantes obras de la literatura. La nómina de la gente del cine tampoco es desdeñable: Stanley Kubrick, Jane Fonda, Milos Forman, Dennis Hopper, Uma Thurman y Ethan Hawke residieron en el Chelsea. También lo hicieron en algún momento de sus vidas otros artistas plásticos: Robert Mapplethorpe, Jasper Johns, Claes Oldenburg, Cartier-Bresson, Robert Crumb, Frida Kahlo y Diego Rivera.

La atmósfera creativa del Hotel Chelsea no sólo ha animado a los escritores, los cineastas y los pintores. También a los músicos. Bob Dylan, Keith Richards, Janis Joplin, Patti Smith, John Cale, Édith Piaf, Joni Mitchell y Jimi Hendrix se cuentan entre sus muchos inquilinos famosos. Leonard Cohen, uno de ellos, cuenta que cogió uno de los ascensores con el objeto de encontrarse con Brigitte Bardot y no lo consiguió. Pero sí, en cambio, halló a Janis Joplin y, cuando habían terminado de subir a su piso, los dos tenían claro que pasarían la noche juntos. Escrita al calor de aquello, Cohen canta: «Te recuerdo claramente en el Hotel Chelsea. Eso es todo, no pienso en ti muy a menudo». Nico, la cantante alemana de «Velvet Underground», compuso «Chelsea girl». Ryan Adams, Jon Bon Jovi, Jefferson Airplane, «The Stooges» y Joey Ramone también se inspiraron en el legendario hotel para escribir canciones. El propio Dylan aprovechó la estancia allí para componer uno de sus temas eternos «Sad eyed lady of the lowlands», dedicada a Sara.

El asesinato infame de la «groupie» Nancy Spungen, supuestamente a manos de su novio Sid Vicious, bajista del grupo punk «Sex Pistols», se suma a la mística del hotel. Pero por alguna razón de imagen, la habitación 100, donde se cometió el crimen, dejó de existir.