La prevención no es gratuita. Cuesta, y a veces mucho. El gasto sanitario en prevención es muy importante. En la mayoría de los actos médicos se incluye alguna actividad preventiva, bien sea una exploración para detectar alguna alteración como puede ser la toma de la tensión arterial o el examen de la piel; un análisis que pretende diagnosticar un mal no visible para actuar en sus etapas tempranas, como puede ser la glucemia, o un tratamiento para controlar un factor de riesgo como puede ser la hipertensión, el colesterol. También se realizan actividades preventivas basadas en consejos (no fumar, comer saludablemente, hacer ejercicio, controlar el peso...) Si se examinaran el tiempo y el esfuerzo que dedica el sistema sanitario a prevención, comprobaríamos que no es poco, y no siempre del todo eficaz. Desde luego, si la estrategia para reducir el gasto es fortalecer e incrementar las actividades preventivas, el fracaso y la decepción pueden ser tremendas.

Todas o casi todas las actividades preventivas son costosas para el sistema sanitario; otra cosa es que lo sean para la sociedad. Es una ingenuidad pensar que si se previene un mal esa persona produzca menos gasto sanitario. Los estudios señalan repetida y consistentemente que la prevención no ahorra al sistema. Produce un incremento de la vida y, más aun, un incremento de la vida saludable. De eso no cabe duda. Pero eso tiene un coste. El responsable de la salud dentro del Gobierno tiene que convencer al responsable de Hacienda de que invertir en salud es bueno para la sociedad, pero no puede decirle que enfocando su sistema sanitario a la prevención al año siguiente le pedirá menos dinero. Conseguirá una sociedad más sana, quizá más productiva. Y ése es su objetivo. El del Gobierno es decidir en qué invierte, si en más carreteras o puertos, en más auditorios o museos, en más fiestas o más salud.

Los australianos hicieron el esfuerzo, no directamente trasladable a nuestro país, de examinar y clasificar las actividades preventivas en función de sus beneficios y costes para la sociedad, no para el sistema sanitario. El resultado es el que se espera: la mayor parte de la prevención eficiente está fuera del ámbito puramente sanitario. Eso es muy evidente en sociedades más pobres en las que una buena educación, vivienda higiénica, alimentación equilibrada y suficiente, trabajo seguro y justamente remunerado y un aporte de agua limpia contribuyen mucho más a la salud que todo el sistema sanitario. Pero en sociedades desarrolladas eso está casi asegurado. Parecería que el papel preventivo del sistema sanitario podría tener mayor protagonismo. Según el análisis australiano, las mejores estrategias serían impositivas: sobre alcohol y tabaco para disuadir o hacer difícil su consumo. También son muy eficientes las estrategias que pretenden modificar el consumo de sal mediante leyes y reglas que afecten a la fabricación de alimentos. El papel de los servicios sanitarios, en la lista de las mejores estrategias, se reduciría a la detección y control de la hipertensión y el colesterol alto en personas de alto riesgo. Cuidado, eso le costará al sistema sanitario, que realiza la intervención, pero producirá un ahorro al conjunto de la sociedad. Finalmente, al menos en ese país de alta exposición solar y piel clara, las campañas de protección son muy eficientes.

No está del todo claro que los rayos ultravioleta, A o B, sean causantes de melanoma, pero no hay duda de que producen los otros cánceres de piel. Es verano, el sol nos invita a que disfrutemos de él, por fin despreocupados los que están de veraneo. A orillas del mar la brisa marina dulcifica el calor, uno puede pasar horas tomando el sol. Hoy día casi todo el mundo se protege con cremas solares. Hay pruebas de que evita los cánceres de piel, pero no el melanoma. Pero aunque proteja de otros cánceres, no los evita totalmente, de manera que puede constituirse en un falso sistema de seguridad. Las personas que usan cremas de alta protección se sienten seguras y toman el sol muchas horas. Hay estudios que demuestran que tienen más cáncer.

La mejor forma de evitar el cáncer de piel es no exponerse al sol o exponerse de forma limitada e intermitente. Conviene, sobre todo en el verano, cuando el sol incide verticalmente sobre la piel, usar ropa y sombrero que cubran la piel si se desea o se tiene que estar a la intemperie durante varias horas. Y cuando se toma el sol, hacerlo en períodos cortos, con interrupciones en la sombra y, sin duda, usar buenas cremas protectoras.

Está muy extendida la recomendación de realizar un examen de la piel para buscar cambios que puedan sugerir un melanoma. No hay muchas pruebas que demuestren su utilidad y puede ser un motivo de falsas alarmas. No me atrevo a pronunciarme sobre este particular ya que recomendarlo supone incrementar las consultas para las que debe estar preparado el sistema.