Viene de la página anterior

l Escolapios y fútbol. «El apellido Bascarán, por lo que he oído, proviene de una familia del País Vasco, uno de cuyos miembros se casó con una mierense, dos siglos atrás. Mis padres tuvieron siete hijos, cinco hombres y dos mujeres: el mayor, José Ramón, es médico y al acabar la carrera se hizo sacerdote del Opus Dei; el segundo, Antonio, es oftalmólogo; yo soy el tercero y Manuel, el cuarto, es abogado en Ribadesella; después viene Carmen, que también ha sido misionera conmigo; Juan es también oftalmólogo, y Cuca, médica, es esposa de Julio Bobes, psiquiatra. Mi padre, Antonio Bascarán, fue oculista y fundador de la clínica Bascarán, y Teresa Fernández fue su segunda esposa, ya que mi madre, de apellido Collantes, murió cuando yo tenía cinco o seis años. Nací el 11 de junio de 1941, en Oviedo, y los cuatro hermanos mayores fuimos al Colegio Loyola, de los Escolapios, donde estudiamos todo el Bachillerato. Comencé a jugar al fútbol desde los 12 o 13 años. Primero en los campeonatos escolares con los Escolapios, en los que quedamos subcampeones de España, en Madrid. Jugué también en infantiles con el Foncalada, que entrenaba Monchu, y en juveniles en la Juventud Asturiana, con Eduardo Barredo, "el Gemelu", de entrenador. En el Vetusta, filial del Real Oviedo, jugué con Lillo, Pinichi, Poladura, Monchu, Marino, Del Viso, Cabal, Chiti, Tono, etcétera. Y con el Universitario quedamos campeones de España en Barcelona; éramos Lillo, Alvaré (Manuel Vega-Arango), Zarrita, Leoncio, Blanco, etcétera».

l Criar amigos. «Siendo ya misionero, jugué en Portugal con el Maia-Oporto, un equipo federado, en 1969-70, y en Brasil, con el Deportiva Ferroviária, el Estado Del Espírito Santo, en 1974. A partir del 1980, ya con 39 años, dejé de jugar en equipos federados, pero continué y continúo jugando con los jóvenes y adultos. El fútbol me ha servido para mantener el cuerpo en forma, para disfrutar, para aprender a ganar y perder, para saber jugar en equipo, y para criar relaciones de amistad y como oportunidad de conocer a mucha gente. De hecho, en los equipos en Asturias, en los cuatro años en Portugal y los 36 años de Brasil, en todas las misiones que viví me sirvió para criar muchos amigos que si no fuese por el deporte no habría conocido. Hace unos días nos reunimos antiguos jugadores del Juventud Asturiana y del Vetusta para celebrar una misa recordando a los compañeros ya fallecidos, para una comida de confraternización y también para un partido de veteranos, de "viejas glorias". En Brasil, siendo el fútbol el deporte de la pasión nacional, me sirvió y todavía me sirve como una puerta abierta para nuevas amistades».

l Ni sinvergüenza ni santo. «Así que jugaba al fútbol con el inconveniente de que mi padre, aunque había sido jugador de fútbol, no quería darme mucha manga, para que no dejase los estudios. Cuando acabé el Bachillerato, me pregunté qué estudiar. Medicina no me interesaba. Entonces fue cuando el Vetusta me quiso fichar y decidí quedarme en Oviedo. Escogí Químicas no por vocación, sino para estudiar alguna carrera. Respecto a la religión, al estudiar con los Escolapios teníamos la misa y las prácticas habituales. Una cosa que sí me llamó mucho la atención fue la película "Molokai", sobre el padre Damián, el misionero que ha sido recientemente canonizado, pero ser yo cura nunca lo había pensado. Entonces comencé a salir con una chica ovetense bastante católica y comencé a leer un poco la Biblia. Encontré un pasaje que dice que Dios vomita a los tibios de su boca y se me quedo un poco tocado el corazón. Pensé en qué significaba aquello. Tibio: ni caliente ni frío; no tienes categoría para ser un sinvergüenza ni la tienes para ser un santo, ni sí ni no, una de cal y otra de arena. Yo era uno de ésos y comencé a pensar».

l Un revista de misiones. «A mi casa llegaba una revista, "Mundo Negro", que los misioneros Combonianos mandaban a todos los médicos de España. Estaba en la sala de visitas de la consulta de mi padre y decía que se necesitaban jóvenes dispuestos a marchase a misiones. Les escribí y después de cuatro o cinco meses di el paso. Yo no lo había hablado con nadie y cuando se lo dije a mi padre no le gustó mucho. "¿Vas a dejar la Química?", me preguntó. La verdad es que no me interesaba la carrera. Yo tenía 21 años y mi hermano mayor ya estaba en el Opus Dei, en Santiago. Era el hijo que mi padre esperaba que se formase como médico para entrar en la consulta, pero cuando acabó la carrera se hizo sacerdote. Mi familia era católica y mi padre nos llevaba a misa a todos juntos y se rezaba el rosario. Por otro lado, en nuestra casa no se hablaba de política, aunque mi padre era favorable a Franco, un hermano suyo había muerto en la Guerra Civil. Después de decírselo a mi padre, se lo comuniqué también a mis compañeros de Universidad y a los jugadores. Nadie se lo creía, porque, claro, yo jugaba al fútbol, salía con la tuna y hacía todo lo que se podía hacer como joven. Pero de repente, les dije aquello y se quedaron sorprendidos. La verdad es que vivía un poco vacío. Jugaba al fútbol y volvía a casa. "¿Y qué más?", me preguntaba. ¿Qué más? Jugar al fútbol, dormir y esperar para jugar otra vez y entrenar, pero aquello no llenaba la vida. ¿Y la tuna? Pues sí, salía con ella, y con las chavalas, pero la vida era un vacío, y entonces fue cuando tomé la decisión. Así que escribí a los Combonianos, a los que no conocía de nada, salvo por la revista. Mandé la carta y uno de ellos me respondió. Nos escribimos varias veces y después de cinco o seis meses ingresé en la congregación. Pensaba que entraba y ya me iba para la misión, pero cuando llegué me preguntaron si yo quería ser hermano o sacerdote. Nunca había pensado en ser sacerdote. Yo quería ayudar, y dije que hermano. En aquel tiempo los hermanos eran aquellos que no estudiaban, o porque no querían o porque no podían, pero el padre provincial me dijo que fuera sacerdote, así que estudié Filosofía y Teología durante siete años».

l Labor misional provisional. «Los Combonianos los funda Daniel Comboni, sacerdote y misionero italiano, en torno a 1870. Él vio que África estaba abandonada y le dedicó su vida en una zona del Sudán. La congregación nació sólo para África y la máxima de Comboni era "salvar África con los africanos", es decir, no era el misionero que va a salvar, sino el misionero que va allí a ayudarlos a crecer, para que sean agentes de su propia vida. Nacimos para África, pero a una cierta altura del tiempo Roma, el Papa, pidió también combonianos para América y Asia. Entre sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos y laicas, en total hay unas 5.000 personas en los Combonianos, que admiten seglares que vayan a trabajar a misiones. Éstos hacen una preparación antes de salir, como fue el caso de mi hermana y de otras personas, y luego están cerca de nosotros en la misión. Combonianos asturianos son Fidel González, que está en Roma, o José Luis Álvarez; había otro, el hermano Carlos, que murió en Mozambique y tiene familia en la Argañosa. Una característica de los Combonianos es que todo el que entra es para marcharse de su país. Si entra un africano de Malawi, no se queda allí y se va a cualquier otro lugar del mundo. Y el "salvar África con los africanos" significa que cuando llegamos a un lugar nuestra estancia es provisional. Estamos seis años, no más, normalmente, porque no es lo que yo vaya a hacer, sino que voy a colaborar con mis dones para que la gente se forme, para que después lo que yo comencé ellos lo continúen. De otra forma, te eternizas allí y la gente se cuelga de ti, y eres tú y no son ellos. Esta provisionalidad en cada lugar supone que ellos ven que lo importante no es el misionero, sino ellos y Jesucristo. Lo importante es que el centro son ellos, no el misionero. Ésta es una característica bien marcada. Yo estuve en Salvador de Bahía diez años, porque había otro tipo de trabajo que hacer sobre la cultura, pero lo normal son seis años de permanencia».

l Sustrato familiar. «En mi familia coincidían entonces un sacerdote del Opus y otro comboniano. Creo que mi padre, en este y otros sentidos, era bastante sabio, porque él decía que cada uno tiene su vida, su experiencia de Dios, su experiencia humana, y escoge su camino. En la familia, además de Opus y Comboniano, hay quienes participan en cursillos de cristiandad, pero también mi hermana estuvo casada con una persona de izquierdas que no creía en Dios. Hay variedad y un hijo de mi hermana Carmen fue a Colombia con una ONG de ayuda a los desplazados y pasó 12 o 13 años allá; y otras dos hijas suyas, una ha estado en Etiopía y otra en Sudán, Mozambique y Angola. El sustrato de todo ello es la familia, que nos dio unos valores humanos de apertura, de acogida. Yo nunca le dije a ninguno de mis sobrinos, ni a mi hermana, que fueran a misiones. Cuando hablo con mi hermano del Opus, a nivel humano, evidentemente, la relación es fraterna, pero en ciertos puntos de vista no concordamos. No obstante, hay que respetar lo que cada uno piensa y creo que lo que marca a una persona es el contexto en el que vive. Estoy seguro de que si hermano viniese donde yo estoy entendería lo que lo digo y diría lo que yo digo».

l Una salve en el Pilar. «Fue un chasco para mí tener que ir a estudiar, porque pensaba que inmediatamente me iba a la misión. Hubo un detalle cuando ingresé en los Combonianos, el 12 de octubre de 1962. Me fui a Corella, Navarra, donde estaba el noviciado, y mis padres me acompañaron. Los otros habían ingresado unos días antes y cuando llegué había allí sesenta jóvenes para ser misioneros y ya vestían sotana. Los vi y me asusté. Comencé a pensar en lo que había dejado: la novia, la tuna y el deporte. Y no me quería quedar. Entonces, el provincial, el padre Enrique Faré, nos dijo: "Mirad, vais a Zaragoza, al Pilar, hacéis una visita y después volvéis para casa". Fui al Pilar con mis padre, recé la salve y me dije: "Ahora me quedo". Y hasta hoy. Estudié todo lo que no había estudiado durante los dos años de la carrera de Químicas. En Corella tuvimos dos cursos de espiritualidad y un curso de filosofía, durante el noviciado. Después nos trasladamos a Moncada, en Valencia, otros dos años en los que hice segundo más otros dos cursos de Filosofía. Y después, en Portugal, estudié cuatro años de Teología, en Oporto, donde había un seminario menor nuestro, con jóvenes de 15 o 16 años, y estaba como prefecto, acompañante, al mismo tiempo que estudiaba. Allí también fue la primera vez que jugué al fútbol como cura, en el Maia, y salí en la prensa como "el padre artillero", de delantero, con fotografías en revistas y periódicos. Era un escándalo en aquel tiempo ser religioso y jugar al fútbol en un equipo federado».

l Cambio por la misión. «Durante mi etapa de estudios eran los años del Concilio Vaticano II, pero en aquel tiempo todavía las congregaciones religiosas eran un poco cerradas en el sentido de que, por ejemplo, en el noviciado no se veía televisión o cosas así; pero me acuerdo de que viví el Concilio cuando estuve en Portugal, porque allí tuve un profesor de Teología franciscano que había estado en misiones. Era profesor de Moral y de Derecho Canónico, y nos hablaba de lo mucho que tenía que cambiar la Iglesia: no se podían imponer costumbres de Europa en las misiones, por ejemplo, el ayuno antes de comulgar en sacerdotes que decían varias misas diarias, porque entonces se quedaban sin comer. O las homilías, que en las misiones no podían ser un razonamiento occidental. O el hecho de que en África había que importar vino de Italia para celebrar la misa y el vino no le decía nada a la gente, y el pan, tampoco. Este profesor nos decía que tal vez la Iglesia iba a cambiar mucho viniendo de la misión, pero yo no tenía mucho contacto con lo que estaba sucediendo en la Iglesia porque mi labor como formador de los muchachos era el deporte, la música y las demás actividades. El Concilio lo viví más cuando fui a la misión, en 1973. En 1970 fui ordenado y después pasé tres años en Palencia, en un seminario menor nuestro, como vicerrector. Allí también me servían de mucho el fútbol y la música. Mi padre nos hizo estudiar a todos música cuando éramos niños, solfeo e instrumento. Mi hermano mayor estudió piano; el segundo y yo, violín; el cuarto, violonchelo, y Carmen, piano. Estudié violín en el conservatorio cinco años, y después aprendí guitarra y órgano electrónico».

l Idi Amin veta misioneros. «Después ya me mandaron a misiones. Me preguntaron adónde quería ir y les dije que a un lugar en el que se hablase francés, que había estudiado en el colegio, o portugués o español; y entonces me mandaron a Uganda, donde se hablaba inglés. Fui a Inglaterra a aprender el idioma durante tres meses. Llegué en septiembre y en diciembre fue cuando el dictador Idi Amin prohibió la entrada de misioneros en Uganda. Me preguntaron entonces que si quería ir al Brasil y dije que sí. Salí de España en tiempos de Franco, cuando se hablaba poco de política y el que decía algo contrario al régimen lo llamaban comunista perdido. Y en Brasil llegué a una dictadura, pero con un grupo muy bueno de obispos en la Iglesia que estaban comenzando a dar pasos siguiendo la teología de la liberación. En el episcopado brasileño estaban Helder Cámara, Casaldáliga, Fragoso y Lorscheider, entre otros. Eran también los inicios de las comunidades de base».

l Hervir del cambio. «Yo llegaba con una teología más tradicional y sin experiencia política. Llegué y mis compañeros ya estaban dentro de este hervir del cambio. Me reunía con ellos y no entendía nada. Hablaban de política y justicia, algo de lo que en España no se hablaba. El primer año fue de asustarme un poco, porque lo que había estudiado no me servía de nada. Después entendí muy bien. Uno que está allí entiende muy bien. Donde yo estaba, en Vitória del Espírito Santo, al norte de Río de Janeiro, se celebró la primera asamblea de comunidades de base y allí fuimos nosotros. Recuerdo que en esa asamblea se hablaba de estas cosas de la justicia y la libertad, pero con mucho cuidado, porque no sabías quién estaba participando. Podía haber espías del Gobierno, de la dictadura, pero era fantástico en el sentido de que la Iglesia comenzaba a abrirse a los ministerios, a la participación de las mujeres, al compromiso de fe y vida, y no sólo como vida personal, sino social. En la asamblea hubo representantes de comunidades de todo Brasil. Se había celebrado ya la asamblea del episcopado latinoamericano en Puebla y después vino la asamblea de Medellín. La iglesia de Brasil, en la región en la que yo estaba (había otras que eran de otra línea), era fantástica en el sentido de valorizar a los laicos. Ellos son la Iglesia. "La Iglesia somos nos", decían, y entonces los ministerios contaban con la participación de la gente a la hora de tomar decisiones. Ya no era el cura, el misionero, sino que se creaban consejos participativos y democráticos. Nuestro obispo del lugar era el cabeza de todo, don João Batista da Mota e Albuquerque. Él impulsaba las comunidades de base».

Segunda entrega, mañana, lunes Carlos Bascarán