Viene de la página anterior

l Abuelo y padre herreros. «El apellido Garralda viene de un pueblecito de Navarra, Nagore, y el más antiguo Garralda, según el árbol genealógico que confeccioné, es un franciscano del siglo XVII, fray Lorenzo, que fue misionero, y allá, en Indonesia, le cortaron la cabeza. De la casa de aquel franciscano vino el apellido a mi pueblo, donde mi abuelo, Francisco Garralda Ibarra, fue veterinario y al mismo tiempo llevó una fragua para atender a las caballerías y herrar. Allí se instalaron los Garralda, en Güesa, al norte de Navarra, un pueblo pegado a la frontera con Francia. Mi madre, asturiana, fue de maestra a Navarra, después de hacer oposiciones y sacar la plaza en un pueblecito del valle de Roncal que se llama Vidángoz. Y a Vidángoz iba mi padre, Ángel Garralda, a herrar caballerías. En una ocasión, yendo para allá, uno de Vidángoz le preguntó: "¿Qué, vienes a herrar? Y él respondió: "No sé si vengo a herrar o a acertar". Y acertó al casarse con mi madre, Basilisa García»

l Profesora particular. «Ella había estudiado en la Escuela Normal de Oviedo y había ejercido en Asturias unos años en plazas de interina. También fue maestra de casas particulares y dio clases a lo más granado de Oviedo: a los García de la Noceda, a los hijos del marqués de Mohías y también a la que después sería esposa de Franco, Carmen Polo, cuando ésta tenía quince años. La verdad es que se la rifaban, porque era una gran maestra. Mi madre nació en 1883 en Veriña, parroquia de Jove, en Gijón, y después pasó a vivir a la parroquia de Tremañes. Ella murió aquí, en esta casa parroquial de San Nicolás de Bari, a los 97 años, porque desde que se jubiló vivió conmigo, ya desde que yo estaba en Oviedo, en la parroquia de San Juan el Real».

l Hablar en griego. «Así que mis padres se conocieron y se casaron, y nacimos yo y mi hermano Nazario, que también estudió conmigo en el Seminario de la Universidad de Comillas (Cantabria), hasta la Teología. Él era un fenómeno de talento. Hablaba en griego con el padre Salaverri, uno de los profesores jesuitas de Comillas. Iban hablando en griego cuando Salaverri llegaba al aula, siendo mi hermano el bedel de la clase. Y el sermón que se predicaba el día de San Juan Crisóstomo en el Seminario lo predicaba mi hermano. Ya digo que él estudió hasta la Teología, pero no se ordenó. Se casó aquí, en Avilés, y tuvo dos hijos, Ángel y Arancha. Ángel es profesor en Hong Kong, en una Universidad pública. Se casó con una china que conoció en Inglaterra y los dos son profesores de la Universidad. Tienen unos niños extraordinarios, que se educan mejor que aquí, en comparación. Nací el 11 de diciembre de 1923, así que cumpliré pronto 88 años. De pequeñitos, mi hermano y yo fuimos a la escuela de mi madre y después hubo en el pueblo escuela de niños y de niñas, y entonces tuvimos otros maestros, y muy buenos. A los once años nace la vocación, en el marco de una familia muy cristiana. De Vidángoz salieron muchos sacerdotes, y todavía quedamos cinco».

l Promover vocaciones. «Llega la República, y no hubo gran cosa en Navarra, tierra tradicional, pero había sus enemigos brotando, socialistas o comunistas, y también algunas listas negras. En cierto sentido, persiguieron a mi madre o la denunciaron porque ella no quitó el cuadro del Rey. Ella era gilroblista, y recibíamos en casa todos los días el periódico "El Debate". Yo leía el "Jeromín", sus páginas infantiles, una especie de "TBO". No hubo gran cosa, y prueba de ello es que son los requetés de Navarra, y los requetés de nuestro pueblo, en el Tercio Montejurra, los que nos van a liberar durante la guerra en Comillas, que fue zona roja. En mi padre, que originariamente era herrero, mi madre vio el talento que tenía y le preguntó que por qué no realizaba estudios. Y mi padre acabó siendo secretario de Ayuntamiento; se preparó, estudió en Pamplona para hacer oposiciones y las sacó. Mi madre tenía ojo para esas cosas. A un muchacho que era pastor y que tallaba muy bien le consiguió una beca de la Diputación de Navarra y lo promocionó hasta que acabó en Madrid de escultor. En ese sentido mi madre hizo una gran labor allí. Y también promocionó muchísimas vocaciones sacerdotales y de religiosos y religiosas. Entonces las familias eran muy numerosas y aquel pueblo era muy cristiano. Hay incluso una religiosa que fue mártir en el Congo, sor Irene».

l Referencias de Comillas. «Mi hermano y yo fuimos a estudiar a Comillas porque en uno de los destinos que mi madre tuvo como interina, en la zona de Arriondas, conoció al párroco, don Benigno Cabo, que después sería vicario general de la diócesis de Oviedo. Don Benigno tenía un sobrino estudiando en Comillas, al que mi madre conoció cuando era seminarista y venía de vacaciones. Mi madre se quedó con la idea de Comillas y además ella tenía mucha relación con los Jesuitas de Gijón. Y el cura de Vidángoz también había estudiado en Comillas, y había escrito un libro que se titulaba "El mejor amigo", que era Jesucristo. Mi madre apreciaba mucho a ese sacerdote, así que todo eran referencias a Comillas. Y como desde Navarra veníamos con mis padres de vacaciones a Gijón, nos examinamos los dos hermanos para el ingreso en Comillas con los Jesuitas del Colegio de la Inmaculada, que entonces estaba en la calle Cabrales. Mi padre había fallecido en 1932, con 38 años, a causa de una tuberculosis que entonces no se curaba porque no había tratamientos. Ingresamos en Comillas antes de comenzar el curso del 1935-36. Mi madre volvía a Navarra a iniciar un curso más y nos dejó en el Seminario antes de que llegaran los seminaristas de vacaciones. Solamente estaban allí los seminaristas de tierras lejanas, por ejemplo, mexicanos. Aquellos primeros días lo pasamos muy bien, y recuerdo que vinimos de excursión a Covadonga, en un autobús. En ese período de tiempo en el que fuimos anticipadamente a Comillas conocimos a la marquesa viuda del segundo marqués de Comillas, y mi hermano y yo, que teníamos muy buena voz de tiple, cantamos delante de ella una pieza de Ravanello, un compositor italiano. A partir de entonces los dos fuimos de la Schola Cantorum de Comillas, y yo, hasta que salí del Seminario, a los 27 años. Canté primero de tiple; después, de contralto, y luego, de barítono. El gran director de la Schola fue toda la vida el jesuita gijonés José Ignacio Prieto, cuya madre era vasca. En Comillas estrenamos las obras del padre Prieto, con su cambio de estilo con el correr de los años. Después de la guerra, el padre Prieto volvió del frente de Teruel, con su boina roja de requeté, de capellán, y nos contaba historias de la contienda».

l Jesuitas asesinados. «En Comillas iba a empezar estudiando Latín, Griego, Retórica, Humanidades?, y con la intención de ser sacerdote. En aquel momento habría en el Seminario 500 alumnos, por lo menos. En primero de Latín éramos 31, de los cuales llegaron al sacerdocio la mitad. En ese primer curso éramos muchos más que los alumnos que hoy son en todos los cursos del Seminario de Oviedo. Iniciamos el curso y teníamos de profesor de Latín al padre Gregorio Ruiz, de 23 años, palentino y tío de otro jesuita, Goyo Ruiz, escriturista, que falleció hace unos años en un accidente de moto. Al padre Ruiz, que era un gran profesor, lo mataron los rojos el verano siguiente, en 1936, con una piedra al cuello y arrojándolo al mar, en Santander. También mataron al padre Serrano. Sobrevivieron de aquellos profesores de Comillas uno que también era de Palencia, el padre Oria, y otro, el padre Rutilio, que se vino a Asturias porque era de Mieres. Anduvo de la Ceca a la Meca en zona roja, y por fin salvó la pelleja. No lo reconocieron, o lo que fuere, y fue profesor después de la Universidad de Oviedo, de Literatura, creo recordar. El padre Rutilio falleció después de morir Franco y estuve con él repetidas veces; añoraba su estancia en Comillas y la recordaba con mucho afecto».

l En la fonda Noceda. «Mi madre, para estar más cerca de sus hijos, se trasladó en el mismo curso de 1935 a una plaza de maestra en un pueblo de Santander, Corrales de Buelna, donde había unas forjas e industria siderúrgica. Nada más estallar la guerra la fueron a buscar para matarla, porque iba todos los días a misa y al rosario, y porque seguía enseñando el catecismo en la escuela, cosa que estaba prohibida. Pero como mi madre llevaba allí sólo un año y no tenía puesta casa, estaba de patrona. Y fueron a buscarla a la casa de la patrona, y ésta les dijo que se había marchado con sus hijos a Navarra. En efecto, mi madre fue a buscarnos a Comillas para irnos a Navarra, pero lo que no sabía la patrona es que no habíamos podido marchar. Así y todo, nuestra madre, que era más lista que todos los jesuitas que había en Comillas, nos sacó a los dos hijos del Seminario y nos llevó a dormir a la fonda Noceda, en el pueblo de Comillas, mientras que los demás alumnos y jesuitas continuaron en el Seminario. Los Jesuitas creían que aquello iba a ser cosa de quince días, como en la Revolución de Octubre, y siguieron allí; pero mi madre venía de Corrales de Buelna, que era un lugar de mucho cuidado. Una noche, estando nosotros durmiendo en la fonda, se llevaron presos a todos los jesuitas y a todos los seminaristas. Ahí fue cuando se llevaron y mataron mi profesor, Gregorio Ruiz. A otros los llevaron al penal del Dueso, en Santoña; y otros, después de estar en la cárcel y en un convento de Salesianos o de Agustinos, en Santander, se esparcieron por distintas casas. Entre ellos estaba el famoso padre Nieto, director espiritual de Comillas y un santo cuya causa de beatificación está en marcha. Como era muy feo, pues disimulaba bastante; iba vestido con un blusón de esos de capadores de gocho por Santander y llevaba la comunión a los enfermos. Había también un compañero mío, Marcilla, que era un santo, y de vocación tardía. Éste fumaba y cuando aparecían los vigilantes milicianos Marcilla iba a pedirles fuego para disimular».

l Rezos por Franco. «Enfrente del pueblo de Comillas estaban guarecidos en una casa un cura comillés y su hermano, seminarista. Eran catalanes, los hermanos Alavern, y allí estaban tranquilamente, pero un día ya no estuvieron porque los habían matado. Mi madre pasó inadvertida, pero cuando se nos terminó la última peseta tuvimos que dejar la fonda. Entonces nos recogió una señora que tenía un montón de hijos, y es la que acabará siendo mi madrina en mi primera misa. Esta señora, María, era hermana de un jesuita, y su marido, Camilo, estaba preso por falangista en El Dueso. Mi madre se hizo amiga de ella porque también tenía un hijo seminarista que acabó siendo sacerdote en Santander. Ella nos admitió gratis en su casa de Comillas y nos dio la mejor habitación a mi madre y a los dos hermanos. Todos los días teníamos una hora santa; yo cansaba muchísimo con tanta rezadera: las letanías de los santos y las oraciones pidiendo el triunfo de Franco. Estábamos en un lugar peligroso, porque un poco más abajo estaba la gasolinera y el coche de los rojos daba la curva precisamente delante de nuestra casa. Cuando paraba, siempre estábamos atentos, por si llamaban a la puerta y se llevaban a nuestra madre. Allí aguantamos tiempo y tiempo, y mandábamos comida, de la poca que teníamos, a los jesuitas presos en El Dueso. Creo recordar que estaban allí el Padre Rodrigo, o el Padre Tomás Fernández, que era el rector».

l Un barco hacia Rusia. «Luego llegó un momento en que mi madre estaba convencida de que si a ella la cogían la mataban, como el mismo día que la fueron a buscar a ella en Buelna habían matado al cura joven del pueblo, el coadjutor de la parroquia, antiguo alumno de Comillas, Santiago González Conche. Parece ser que los enterraron vivos. Esa suerte hubiera seguido mi madre, que estaba convencida de que si averiguaban que estaba allí desaparecía. Entonces ella quería salvar a sus hijos y por medio de Antonio Correa Veglisón, que fue luego gobernador de Barcelona con Franco, consiguió unos billetes de barco. Esta familia de Correa Veglisón tenía en Comillas una casona con vaquería, aparte de otra casa. Era familia adinerada y sabían que el dinero de los rojos no iba a valer para nada una vez que se liberase aquello. Nos ayudaron y nos proporcionaron la oportunidad de sacar los billetes para un barco que salía de Santander camino de San Juan de Luz, en Francia. Pensaba mi madre que nosotros podríamos arribar allí para pasar después a Navarra, a nuestra casa. Fuimos a embarcar a Santander y nos quedamos en casa de los Hornedo, y con tan buena suerte que ese día vinieron los nacionales a bombardear Santander y ya no pudimos embarcar porque estuvimos toda la jornada metidos en un refugio, los dos hermanos y mi madre. También estuvimos recogidos en un convento de unas monjas que atendían pobres y cuya superiora era de nuestro pueblo. No pudimos salir y el barco tampoco partió. Así que nos libramos de ir a Rusia, porque el barco tenía ese destino, con "niños de la guerra". La desgracia que hubiera sido para nosotros que hubiéramos perdido a nuestra madre para siempre, o que ella hubiera perdido a sus hijos. Hubiéramos caído en brazos de la Pasionaria».

l Uncir vacas. «Y así continuamos ocultos en Comillas hasta que en un momento determinado la lechera que nos traía la leche de una aldea, Trasvía, dejó de hacerlo. El delegado del Gobierno en Comillas había prohibido que se trajera la leche a las casas particulares y entonces lo que hizo mi madre fue llevarnos a la casa de la lechera, y asunto arreglado. Allí aprendí a trabajar un poco en la cuadra, a uncir las vacas, a trabajar en la huerta?, cosas que me gustaban mucho. Y con el tiempo, estando allí, vimos que ya no venían los rojos huyendo de Bilbao a Santander, y de allí hacia Asturias. A los rojos que habían pasado hacia Asturias les dábamos algo de lo que teníamos, unas manzanas, para que comieran. Iban tirando los puentes y uno que había en la ría de la Rabia lo tiraron también con tan buena suerte que un autobús que llegaba por detrás no pudo pasar. El autobús llevaba comida y yo cogí un saco de arroz y otro de lentejas, y nos vino muy bien hasta el final de la guerra».

l Noticias para Tremañes. «Entonces ya entran los nacionales y vemos en la lejanía, en un monte entre Cabezón y Comillas, una bandera española. Venían avanzado las tropas y nos subimos a un altozano para verlas. Mientras estábamos allí llega caminado hacia nosotros por una caleya un requeté con su boina roja y su fusil. Nos asustamos y echamos a correr, y le dijimos lo que habíamos visto a mi madre, que en cuanto los vio dijo: "No os preocupéis, que esto es lo más granado de España". Y efectivamente, era el Tercio Lacar y los requetés de mi pueblo venían en el Tercio Montejurra. Lo primero que hicieron fue rezar el rosario con todo el pueblo. Allí unas señoras sacaron de dentro de un colchón una bandera española y un cuadro del Corazón de Jesús y se rezó el rosario. Eso es. Al día siguiente se marcharon; tenían que seguir avanzando. Luego esos mismos requetés que venían del pueblo trajeron noticias a nuestra familia de Gijón, en Tremañes, de que estábamos vivos. El hermano de mi madre, que vivía en Tremañes, estaba casado con María, hermana de Gerardo, el de Casa Gerardo, de Prendes. A mi tío de Tremañes lo habían detenido también y lo llevaron preso a la iglesia del Sagrado Corazón de Gijón, la Iglesiona. Cuando lo detuvieron, estaban rezando el rosario en familia, que se rezaba todos los días. Él era un santo de cuerpo entero, y les dijo: "Si me permiten, termino el rosario". Y se lo permitieron. Después, dio un beso a los hijos y a la cárcel. En la Iglesiona seguía rezando el rosario y salió con vida. Alguien influyó, porque era una bellísima persona, y lo sacaron y volvió a casa. También mataron a un primo carnal mío, Manuel García. Cuando escribí la tercera edición del libro "La persecución religiosa del clero en Asturias" encontré en la documentación de la causa general los datos de su muerte, con 19 o 20 años. Acababa de hacer ejercicios espirituales con los Jesuitas, y creo que tenía en proyecto entrar en la Compañía de Jesús. Sus padres vivían en Blimea, y el padre era empleado en el ferrocarril».

Segunda entrega, mañana, lunes: Ángel Garralda