El físico Juan Ramón Morante trabaja en la búsqueda de materiales que nos permitan librar de esa vida oscura que nos aguarda si no se desarrollan alternativas a las fuentes de energía tradicionales. Morante, que fue decano de la Facultad de Física de la Universidad de Barcelona, es el jefe del área de Materiales Avanzados del Instituto de Investigación de la Energía de Cataluña y en Oviedo -donde participó en el foro «Con ciencia en la energía» organizado por HC- advirtió de los inconvenientes que tienen algunas de las que hoy se nos presentan como grandes soluciones, cuyo principal lastre puede estar en las materias primas que requieren.

-Quizá nunca como ahora se haya hablado tanto de eficiencia energética.

-Cada español necesita al día en energía el equivalente a 15 litros de gasolina. Alguien que viva en Estados Unidos necesita casi 40, pero en Europa nos movemos entre los 12 y los 17, con lo que España estaría en la media europea. A partir de aquí podemos hacer una proyección de la energía que vamos a necesitar en el futuro y ya se advierte que no habrá suficiente suministro de las energías tradicionales (petróleo, carbón y gas). Esto es independiente de que se agoten o no esas fuentes de energía fósil. Aunque no se agoten, no van a satisfacer nuestras necesidades energéticas. Y hay que tener en cuenta consumos crecientes que antes no había, como los de China, India o Sudáfrica. Por ello, la mejor energía es la que se puede ahorrar y ésta es la idea que mueve el concepto de eficiencia energética.

-¿Vamos entonces hacia un mundo con la energía más restringida de lo que ya lo está ahora?

-A mí la palabra que más me gusta es la de sostenibilidad, que va ligada a la eficiencia. El concepto de sostenibilidad es mucho más rico porque abarca otros problemas relacionados con el uso de ciertas materias primas que no son lo abundantes que haría falta y que nos pueden condicionar la producción. Por ejemplo, el coche eléctrico. Ahora lo consideramos una solución, pero ¿hay suficiente litio en el mundo para afrontar la fabricación de las baterías de millones y millones de coches eléctricos? No parece. Otro ejemplo: los nuevos generadores eólicos utilizan magnetos en base a los que se llaman tierras raras. No hay, el mercado lo controla China, que acaba de provocar un cierto cataclismo porque ha cerrado las exportaciones y quiere esa producción para ella. Éste es un problema constante porque en estos años no hemos puesto atención a las materias primas, parecía que todo existía sin limitaciones. La industria fotovoltaica, la energía solar, también presenta ciertas incógnitas porque utiliza plata, para hacer contactos, germanio, que no hay. Ciertas tecnologías muy prometedoras emplean telurio, del que no hay suministro suficiente para fabricar todas las placas. El indio, otro elemento importante para aprovechar la energía fotovoltaica, es necesario también para la fabricación de pantallas planas y no hay suficiente. Por eso hay que ser cautos con las que consideramos soluciones alternativas a las fuentes energéticas tradicionales porque puede ocurrir que no sean tan viables como creemos ahora. Y por eso tenemos que hablar de eficiencia, pero desde la perspectiva más amplia de la sostenibilidad.

-Además de esas limitaciones, en el caso de la energía eólica hay también un cambio de mentalidad social. Hace treinta años se consideraba una gran alternativa, hoy protestamos por el impacto visual de los molinos de generación.

-La generación de energía eólica se orienta ahora hacia el mar, donde las condiciones para la producción son más favorables que en tierra. La solución para evitar impactos visuales en el mar y en la fauna consiste en situar estas estaciones generadoras mar adentro. Eso, en las costas españolas, significa estar ya en aguas profundas, lo que requiere plataformas similares a las petrolíferas. Éste es el gran desafío que tiene la energía eólica porque en tierra las instalaciones han crecido enormemente en estos años, ya están saturando y generan ese rechazo social. Pero es una de las energías renovables, a excepción de la hidráulica, de costes más baratos.

-¿Cuáles son, entonces, las limitaciones a su desarrollo?

-Hay que reconocer que desde un punto de vista financiero -es decir, sin incluir costes intangibles como el ahorro de CO2 o la calidad medioambiental-, la energía eólica es la más competitiva hoy en día. La fotovoltaica es más cara. Estados Unidos tiene ahora en marcha un gran proyecto que se llama «disparo al sol» cuyo objeto es conseguir que el precio del kilovatio/hora de generación fotovoltaica sea de pocos céntimos de dólar. Todavía hay una necesidad de bajar costes para ser competitivos y esto tiene mucho que ver con la capacidad de integrar energías renovables en edificaciones. La fotovoltaica ya está dando este paso. La energía renovable es, por definición, intermitente -ahora hay sol, ahora no- y su principal reto, por encima incluso de bajar costes, es resolver el problema del almacenaje.

-Ahora los paneles solares son demasiado caros para el rendimiento que se obtiene de ellos.

-Efectivamente. La bajada de precios tiene que incidir en ese factor. Pero las energías alternativas van a ser cada vez más competitivas, entre otras razones porque el precio de la energía fósil va a ser cada vez más elevado. A la larga esto puede llegar a significar un cambio en el negocio energético. Si los costes bajan, puede ocurrir que el número de instalaciones en edificios se incremente, de manera que ya no toda la energía eléctrica llegue a través de una red y proceda de una central de generación lejana. Cada edificio tendrá capacidad generadora.

-En arquitectura está de moda también el concepto de sostenibilidad, orientado al ahorro energético y al máximo aprovechamiento de los recursos. Pero el sector de la construcción es, al menos en España, uno de los menos innovadores, lo que no deja de ser una limitación para implantar nuevos sistemas.

-Es un sector muy condicionado a los costes minimizados. Incluir sistemas sostenibles no significa un considerable aumento de los precios de la vivienda porque el cálculo del coste de esas innovaciones debe realizarse considerando la vida media del edificio y teniendo en cuenta los ahorros que va a generar. Las normativas europeas se orientan ya a la incorporación de energías renovables y a bonificar de alguna manera aquellas construcciones que sean eficientes. De la misma manera que ahora para vender una casa hay que presentar la cédula de habitabilidad, en el futuro será exigible el certificado de eficiencia energética para acreditar que el inmueble está dotado de todo lo que determina la normativa. Para conseguir esa eficiencia se requieren sistemas capaces de evaluar el consumo de energía, de regularlo, y esto abre la puerta a un cambio de cultura en el negocio energético. Quizás en un futuro lo importante no sea vender más kilovatios, sino ocuparse de la gestión de la energía de un edificio y prestar servicios de optimización de consumos, auditoría energética o técnicas de almacenamiento. Esto no va a ser mañana, pero en el famoso 2020 serán ya una realidad.

-Y por ese camino, ¿cabe pensar en que lleguemos a conseguir el autoabastecimiento energético?

-Si avanza la tecnología y bajamos costes, la microgeneración distribuida, se puede empezar a pensar en esa posibilidad. Pero de momento no se vislumbra que no haya que estar conectado a la red eléctrica. En ciudades verticales disminuiremos la energía procedente de la red, pero no conseguiremos igualarla a cero. En urbanizaciones horizontales sí que se podría llegar a balances interesantes de autogeneración de energía. Esto implica un cambio de legislación, de mentalidad, de modelo de negocio; pero yo creo que está muy lejano.

-¿Cuál es el margen de ahorro energético en una vivienda normal si nos ajustamos a todas la recomendaciones en cuanto a materiales y hábitos?

-Si uno se impone una ciertas normas, valora el ahorro y se preocupa por los sistemas que instala en su casa, de entrada se puede ahorrar en conjunto entre el 10 y 15 por ciento, sólo con pequeños detalles, sin grandes cambios. En la iluminación existe un problema casi diría que social, con el que lidian los diseñadores de lámparas. Consiste en que producir luz blanca no es tan fácil como parece. El consumo de energía en iluminación puede recortarse entre un 20 y un 30 por ciento. Mejorando técnicas de aislamiento, con la incorporación incluso de ventanas inteligentes que ya empiezan a verse, podría abaratar un 20 por ciento la factura en el apartado de calefacción y aire acondicionado.

-¿Es esa resistencia social de la que habla la que dificulta, por ejemplo, la implantación de las lámparas de bajo consumo?

-Edison fue un gran innovador y utilizamos su bombilla como el símbolo gráfico de tener una idea. Pero también es el símbolo de la ineficiencia porque esa bombilla de filamento sólo aprovecha para generar luz entre el dos y el cuatro por ciento de la energía que consume. No se puede tener un sistema tan ineficiente en un apartado de tanto peso en la factura eléctrica como es la iluminación. El problema reside en que en el mundo hay muy pocas compañías dedicadas a la fabricación de lámparas, existe un cierto oligopolio. El objetivo es conseguir materiales fosforescentes que den una luz lo más blanca posible. Esos materiales son el secreto de cada compañía. Yo no diré que no haya competitividad, pero cuando son pocas las empresas en competencia los ritmos de avance en la innovación son los que marcan ellas, que entre sí mantienen un cierto equilibrio. Para que se me entienda: la televisión en color se introdujo cuando las cadenas de fabricación del blanco y negro ya estaban amortizadas. Ciertas soluciones tecnológicas que ya son conocidas no se desarrollan masivamente porque hay que rentabilizar al máximo la inversión hecha en los sistemas que se van quedando obsoletos.

-¿Qué resulta más fácil cambiar, los hábitos del usuario o introducir esos sistemas de reducción del consumo?

-No soy experto en estos asuntos sociológico o de psicología de masas, pero en todos los foros en los que participo yo acabo oyendo lo mismo. Si hay menos accidentes en carreteras es porque se ha endurecido la legislación y nos han puesto el carné por puntos. Pues para implantar hábitos de ahorro lo que habrá que hacer es bonificar en la factura a quien menos consuma y penalizar a quien se exceda de un límite fijado.