-Pasó tiempo sin verlo, entonces.

-Mi madre me llevó a verlo a El Coto. Me subió a una repisa para que no me ahogara la muchedumbre, mientras ella intentaba hablar con él 5 minutos. Me asustó aquel guirigay de 200 personas separadas por las rejas -a un lado, hombres presos; al otro, mujeres- intentando entenderse a voces. Lo juzgaron en Oviedo, calle Martínez Marina, y le vi bajar de un camión en una cuerda de presos. Le acusaron de rebelión militar. El fiscal fue Valentín Silva Melero, que llegó a rector de la Universidad de Oviedo. Le cayeron 18 meses. Como ya los había cumplido en prisión, lo soltaron. Le prohibieron cualquier actividad periodística y le echaron de Campsa, empresa estatal. Estuvo represaliado hasta casi 1950, cuando lo readmitieron. Trabajó primero en Bilbao y luego en Gijón. Lo pasó muy mal en la cárcel, donde cada noche había una saca para fusilar y nadie sabía cuándo iba a ser candidato al paseo. Aquello casi lo desquició y lo vacunó contra toda actividad política.

-¿Tiene imágenes de la guerra?

-Camiones de soldados muertos y cadáveres a los que les estaban quitando las botas. Soy un producto de la plena posguerra, con el racionamiento y en la escuela del Fontán. En la escuela de mi abuelo nos dejaban hablar gallego; en el Fontán no podíamos decir nada en asturiano. Había gran violencia porque convivías con veteranos de la Guerra Civil, algunos tras 5 años en el Ejército, y debías andar con cuidado para que no te cayeran puñetazos. Entre guajes había peleas que no eran de críos.

-¿Y en casa?

-Tenía buen ambiente. Mi padre marchaba a las 8 de la mañana y volvía a las 10 de la noche. Era muy cariñoso, le escribía poesías a mi madre y la trataba muy bien. El ambiente era muy matriarcal. Mi madre era muy estricta, pero cariñosa, y mis tías fueron como segundas madres.

-¿De qué vivió la familia?

-La tía Clarina -separada del marido, un hombre muy violento cuando bebía- y su hermana pequeña, Carmina, tenían una pensión y vivíamos en la calle Santa Cruz número 12, tercero. Allí había administrativos y policías. Estuvo Jesús Sáenz de Miera, el de Central Lechera, cuando era policía. Mi padre encontró trabajo de contable en Petranova, una fábrica de piedra artificial del arquitecto Del Busto. Mi madre era maestra interina en pueblos cerca de Oviedo. Cuando mi padre estabilizó su situación fuimos a vivir a una casa que habían construido los de la lejía El Nido en Ciudad Naranco. Estaba junto al colegio de Loyola, en el que entré a los 9 años, cuando era de seglares. Al año lo compraron los Escolapios. Los seglares compraron el Hispania y marché para allí. Preferí a los seglares. Pasé por la OJE, por los bocadillos y por hacer deporte.

-¿Qué tal estudiante era?

-Demasiado consciente de la responsabilidad de sacar beca. Mi padre nos pagaba los sobresalientes y matrículas. Mi madre nos enseñó a leer a los 5 años y mi padre nos corregía las redacciones. Yo era el segundo de la clase: el primero, Rubiera, que llegó a catedrático de instituto. Tuve un profesor muy bueno, Félix Prendes del Busto, de Matemáticas y Química. La Historia era memorística.

-¿Hizo mucho deporte en la OJE?

-No. Lo desarrollé más en Acción Católica en el momento de la apertura de JOC y HOAC con don José, un cura de Laviana, que hablaba como un paisano y a través de él, desde Oviedo, podías vislumbrar cómo vivía un obrero.

-José Luis Álvarez Iglesias, llamado «Pepe el Comunista».

-En Acción Católica de San Juan había gente muy buena. Jugábamos a ping-pong, a fútbol y te orientaban a hacerte un buen católico. Nuestro segundo consiliario, para mi el último, fue Ángel Garralda, recién salido del Seminario de Navarra. Lo comparabas con don José y eran agua y aceite. Era una Iglesia muy paradójica, de Quiroga Palacios y de Plá y Deniel, doctrinaria y extraña. San Juan tenía un cura, don Luis, al que le gustaban los rapacinos. Cuando estaba un amigo mío muy guapo, respirábamos porque sólo le hacía caso a él.

-¿Qué hacía el cura?

-Intentaba acariciarte la cara o los muslos -íbamos en pantalón corto- delante de todos. En Oviedo entonces había un maricón oficial, un limpiabotas que iba a vernos al Hispania y los fines de semana quería invitarte al cine para sentarse al lado y meterte mano. Las putas eran mujeres notorias: La Vuelta a Oviedo, el Barco Velero, la Virgen Puta. Iban cada mes a reconocimiento médico a la Seguridad Social en General Elorza y escapábamos para verlas. Cuando íbamos a jugar al campo de fútbol de la Tenderina todas las sebes junto al riachuelo estaban adornadas con los condones que tiraban las putas por la ventana. Era toda la relación que teníamos con ellas. Como no había sexo de nada, eran las grandes iniciadoras.

-¿A usted le iniciaron?

-No, no me apeteció, pero sé por amigos y familiares que lo tomaban muy en serio, los trataban con cariño y cuidado y les enseñaban un poco las técnicas amatorias.

-¿Qué hizo cuando acabó el Bachiller?

-Mi padre me metió en un barco a Cuba.

-¿Para que fuera indiano?

-Mi padre había conocido la guerra de África, dos guerras mundiales, Octubre de 1934, la Guerra Civil... Entonces estalló la de Corea, que él creía que desataría la Tercera Guerra Mundial, EE UU contra China, y que yo, 18 años, estaría en la primera línea de fuego. Me habían becado en Medicina en Santiago, pero mi padre me pagó el pasaje a La Habana, donde mi madre tenía dos hermanos, para que estudiara allí Medicina. Embarqué en el «Magallanes», en Gijón, con una maleta de ropa nueva y, 24 días después, el 10 de marzo de 1952, pasé de vivir en la España franquista y el Oviedín del alma a la sensualidad cubana que, llena de putas y maricones, era el prostíbulo de América. Ese día, Fulgencio Batista dio su segundo golpe de Estado.

-¿Cómo era la Universidad?

-Fidel Castro acababa de hacer Derecho y era activista político. Cuba era un país libre con una actividad política desmesurada. Pasé del encorsetamiento del paseo con los chavales por un lado y las chavalas por otro a la sensualidad de chicas de 14 años. Venía de Garralda y no podía imaginar nada más parecido al infierno de la lujuria. Estaba aterrado. Empezó la represión de los estudiantes y cerraron la Universidad.

-¿Cómo eran sus tíos?

-El hermano de mi madre, muy bueno, muy de Grado, un barman muy trabajador. Vivía en Regla, al otro lado de la bahía de La Habana, segunda sede de la santería de Cuba. La iglesia es pequeñina, tiene una Virgen negra, y de la mitad hacia delante oíamos misa los católicos. De la mitad para atrás, santería. En la playa hacían sus ritos: mataban a los pollos, les sacaban las entrañas, les ponían lacitos de colores diferentes. Mi tía era canaria y muy de la santería. Como yo iba a misa me decían «comemierda», equivalente a nuestro «meapilas».

-¿Qué aprendió?

-La soledad. Un grupo tipo Opus Dei entró en contacto conmigo, un devoto capaz de resistir la tentación de las mulatas de Camagüey, y gasté mis energías jugando al fútbol con la Juventud Asturiana, estudiando y leyendo. Junto a casa tenía el Club de Ajedrez Capablanca, también teleclub. En el liceo jugaba al ping-pong. Me interesó la política.

-¿Con qué se alineó?

-Con Carlos Prío Socarrás, un liberalismo contrario a la dictadura de Batista y a Cañizares, su sanguinario jefe de Policía, al que luego mató la justicia rápida de Castro. Había mucha prosperidad económica, cachondeo con la política -lo que chocaba respecto a la sacrosanta figura de Franco- y enorme influencia estadounidense.

-¿Qué hizo cuando no pudo estudiar?

-Trabajar con dos hermanos que tenían representación estadounidense. Iba por las bodegas de los asturianos ofreciéndoles las ventajas del papel higiénico estadounidense, la celulosa. Pedía dos vasos de agua. En uno, ponía el papel tradicional cubano y no se disolvía. En el otro, el estadounidense y, maravilla de las maravillas, se disolvía. Les enseñaba a colocarlo en la tienda para que se viera más y les dejaba más beneficio que el cubano. Sacaba 60 dólares, mucho dinero, (una puta costaba un dólar y una Coca-Cola, 10 centavos) que entregaba en casa porque mis tíos tenían 4 hijos. Limpiaba las máquinas de una panadería a cambio de la comida, cuidaba enfermos a dólar por noche y trabajé en una fábrica de sellos de caucho a 60 dólares al mes. Sin que yo lo supiera, mi padre me estaba matriculando en Químicas en Oviedo.

-¿Qué sentía su vida en Cuba?

-Triste y desconsoladora. Yo quería estudiar y ganarme bien la vida. Cuba estaba falta de esqueleto, organización y sentido, pero estar allí fue formativo. Regresé a Vigo en el «Sherpa Pinto» y cuando buscaba pensión una puta me ofreció dormir con ella por 25 pesetas en una barca volcada.

-¿Y dijo no?

-Siempre. Lo cuento para que se vea su presencia. Volví distinto a la España gris, pero no le pude contar a nadie que en los cabarés de fuera las mujeres bailaban en pelotas. Sin práctica de estudios, la Universidad fue un fracaso total. Suspendí 4 de las 5 asignaturas. Sólo me interesó la Geología de Llopis, que enseñaba de maravilla.

-¿Cómo vivió repetir curso?

-Muy mal. Para mis padres fue un disgusto mayúsculo, aunque no me riñeron. Entré en la órbita del Opus Dei. Me captó un gallego, Meilán Gil, luego secretario técnico de Carrero Blanco. En la casa de Suárez de la Riva, cuyo jefe era un juez navarro llamado Carmelo, encontré un refugio técnico, científico, espiritual y humano. Estaban los hermanos Reina, de los que Víctor se hizo cura, luego se casó y acabó de catedrático en Barcelona, y Alfonso Nieto, muy campechano, que llegó a rector de la Universidad de Pamplona. Me pusieron un tutor en Química sensacional y saqué dos cursos en un año. En verano me fui a trabajar a París con un veterinario.

-¿Cómo consiguió el contacto?

-A través de Annick Hervy, una química bretona que se había hospedado en la pensión de mi familia y que trabajaba en el mejor hospital veterinario de Europa, Maison d'Alfort. Fui de ayudante de veterinario a París. París, luminaria de Europa, espíritu abierto: Pigalle, Saint-Germain, Montmartre, cantantes modernos, Juliette Greco, era emocionante y con cabeza.

-¿Qué le pidió el Opus Dei a cambio de tutelarlo?

-Que me hiciera numerario. Ya vivía como si fuera del Opus. Meilán Gil me recogía en casa a las 8, íbamos a misa, comulgábamos, meditábamos con «Camino»; rezábamos tres estaciones del rosario, tenía una confesión semanal cara a cara y estaba rodeado de gente muy buena. En la célula del Opus en Oviedo había un ambiente imposible de encontrar en Asturias: eran abiertos, dialogantes, hacían tertulias intelectuales de altísimo nivel, te recomendaban leer a Cela? Tenía dos amigos: Ángel Tosal, hijo de un gran fotógrafo deportivo de LA NUEVA ESPAÑA, y José Antonio Fernández, que fue director de un área de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Si tenías antecedentes católicos, era una filosofía de aspectos aceptables en la que ibas a hacerte santo en tu vida. Luego vi cosas que no me gustaban: flagelarte para reprimir la sexualidad. Encontré un cilicio ensangrentado en el servicio, aunque nunca me invitaron a usarlo. No tenía problemas con eso porque yo no era un salido. Todo fue bien hasta que Meilán me dijo que merecía ser de la élite del Opus Dei y me convocó para una reunión formal.

-¿Cómo fue?

-En una habitación iluminada por una única luz, sobre un crucifijo, en el centro de una mesa. Había una silla a cada lado. Estaba ante una persona con la que llevaba dos años conviviendo, por la que sentía respeto y admiración y a la que consideraba muy afín. Era de familia humilde, brillante estudiante de Derecho, algo mayor que yo. Meilán me acercó un único papel que era la carta de petición de pertenencia dirigida a la dirección del Opus Dei. Dije que no iba a firmar. Implicaba los votos de pobreza, castidad y obediencia. Me preguntó por qué. Le dije que quería ayudar a mi madre, que había hecho grandes sacrificios para que estudiara. No quería que todo el dinero que ganara fuera para una organización. Me contestó que la madre era sagrada para el Opus y que me ayudarían a ayudarla. Objeté que quería formar una familia. Me contestó que sabían que no tenía novia ni actividad sexual, y que no veían que eso fuera a ser un obstáculo. Tampoco encontraba problema con mi voto de obediencia. Le dije que era cumplidor y no estaba en condiciones de firmar algo que no estaba seguro de cumplir. Al día siguiente se acabaron la tutoría y el acceso a la casa.

-¿Cómo lo llevó?

-Con tristeza. Encontré a Meilán años después en La Coruña. Le saludé y no me contestó.

-¿Cuál fue la verdadera razón para no firmar?

-Me gustaban mucho las mozas. Que la tuviese o no era secundario.

-Venció el París de los años 50.

-El paraíso. En la Universidad tenía habitación propia, aprendí francés, otra forma de relacionarse con las mujeres, incluida Annick Hervy.

-¿Cómo se relacionaban?

-Ella era muy bretona, muy católica. Su padre era un capitán de transatlántico que había tenido tres hijas y quería casarlas como fuera. Yo era candidato a su blanca mano.

-¿Cómo era?

-Gran mujer, muy buena bióloga, desgarbada, algo masculina? Me costó mucho decirle que no. Yo admiraba la cultura francesa y renuncié a hacer las milicias universitarias porque no quería ser oficial del Ejército y porque machacaban mis veranos enteros en París. Annick y yo fuimos novios católicos formales, sin sexo pero con ternuras, ella mi «pequeño tesoro»; yo, su «patito adorado», besos, abrazos, cosas bonitas. Ella era distinta a las españolas: profesional, con un coche Dauphine, hablábamos de otra manera. Conservo sus cartas.