Oviedo, A. VILLACORTA

«Hablar de la invención de las enfermedades mentales en un país donde hay más de 400.000 personas que sufren esquizofrenia no sólo es frívolo, es inmoral. Seguramente es una mezcla de ignorancia -se trata de personas que no tienen contacto alguno con los miles de afectados que en Asturias sufren un trastorno mental severo- y de intereses espurios, bien personales o corporativos».

Ésta es una de las cargas de profundidad con las que la Sociedad Asturiana de Psiquiatría, a través del psiquiatra Marcos Huerta, miembro de su junta directiva, se defendió ayer de las críticas vertidas hacia los profesionales de esta disciplina por Marino Pérez y Héctor González Pardo, catedrático y profesor titular, respectivamente, de la Facultad de Psicología de la Universidad de Oviedo, en su libro «La invención de trastornos mentales», que acaba de ser publicado por Alianza Editorial.

En la obra, que ha tenido una gran repercusión en todo el país, estos dos profesores universitarios, expertos en psicofarmacología y psicología clínica, denuncian que «la escalada de desórdenes psiquiátricos que vivimos tiene mucho que ver con los intereses comerciales de la industria farmacéutica y con la complacencia de profesionales y pacientes». O lo que es lo mismo: que enfermedades como la depresión que las generaciones precedentes no habrían considerado más que problemas de la vida cotidiana han sido creadas por las multinacionales para vender medicamentos con la connivencia de los psiquiatras.

La Sociedad Asturiana de Psiquiatría remarca la «total coincidencia» de los argumentos desgranados por estos autores en el libro «con la iglesia de la Cienciología» y explica la «situación peculiar en la que se encuentran los médicos». «Por un lado», explican, «todo el mundo quiere ser médico: colegios profesionales de psicología y enfermería reclaman poder prescribir fármacos, los farmacéuticos demandan participar oficialmente en la atención y se multiplican las series televisivas con émulos de Sherlock en hospitales de ensueño». Mientras que, por otro, afirman los psiquiatras, «existe una presión mediática a favor de las "terapias alternativas", de parir en casa o bajo el agua, se insiste desde agrupaciones culturales altamente ideologizadas sobre la "medicalización" de la sociedad, sin que se profundice en la crítica global, ya innecesaria, una vez señalados determinados "cocos" del imaginario propio». En esta encrucijada, argumentan, «cualquiera, sin el menor conocimiento, o que tenga una visión sesgada, por incompleta, de las cosas, se atreve a hacer críticas globales».

Ahora bien, contraataca la Sociedad Asturiana de Psiquiatría, «no puede haber crítica sin autocrítica». Y así, dicen, «sorprende que nadie hable, ya que probablemente es ideológicamente más aceptable, de la psicologización absurda de lo cotidiano. De suerte que, por ejemplo, en la desgracia, en vez de sufrir el dolor íntimo de la pérdida, podemos vernos asaltados por un comando de psicólogos enviado a la sazón por nuestros gestores para curarnos de la pena y "apoyarnos" en nuestros momentos de zozobra». A esta tendencia observada en las administraciones públicas se suma «una presión social formidable para que se den carta de naturaleza a patologías de más que dudoso rigor»: «Son otros los interesados en que se consideren diagnósticos válidos el "mobbing", el "síndrome de alienación parental" o las llamadas "nuevas adicciones"».

«¿Veremos, próximamente, algún otro imprescindible libro sobre estos temas?», se preguntan. Porque la realidad es, según estos facultativos, «que en la misma cultura en la que vale todo, porque todo es opinable, nadie quiere ser responsable de su biografía».

«Ahora bien, mantener que la depresión como patología médica es un invento de médicos y empresas farmacéuticas sólo se puede entender desde la estulticia o la mala fe», concluyen con datos de la Organización Mundial de la Salud, que sostiene que «los trastornos depresivos son la causa principal de años perdidos por discapacidades en todas las edades, por encima de los accidentes de tráfico, las enfermedades cerebrovasculares, la diabetes o el sida». Y apelan a «las víctimas de la ceremonia de confusión que algunos sacerdotes preconciliares, ordenados en los tiempos de la antipsiquiatría, montan desde sus púlpitos»: «Son los enfermos y sus familias, que no sólo a través de esta promoción de la ignorancia ven aumentado el estigma que sufren, sino que, al no cumplir con el tratamiento, pueden tener nuevas recaídas».