Gijón, J. C. GEA

Si el riosellano Darío de Regoyos (1857-1913) está aún pendiente de ser reconocido a todos los efectos como el mayor pintor asturiano del XIX, aún más lo está como un artista versátil, que brilló tanto en su faceta más conocida -el paisaje al óleo- como en otros géneros y técnicas. Paliar ese doble desconocimiento e iniciar las conmemoraciones del 150.º aniversario del nacimiento del pintor -que se celebró el pasado 1 de noviembre- es el objetivo que se ha fijado la excepcional muestra de obras sobre papel que expone la Casa de Cultura de Ribadesella. En ella se exhiben 31 obras entre pasteles, acuarelas, dibujos a pluma y a lápiz, grabados y litografías, bajo el comisariado de uno de los mayores especialistas en el pintor, Juan San Nicolás.

«Es un conjunto muy variado de obras que van desde 1882-83 hasta 1897 y que permite recorrer todo el abanico de Regoyos, más extenso sobre papel que en los óleos. Se tiende a encasillarlo como paisajista, pero aquí, además, hay retratos y escenas de la "España negra" y de temática social», afirma San Nicolás, para quien la presente exposición redondea la de óleos que acogió la misma sala en 2004.

En el conjunto llama poderosamente la atención el exquisito retrato al pastel de Emma Bogaert (1883), hija del matrimonio en cuya casa solía alojarse Regoyos en Bruselas. Otro pastel, «Café cantante», del mismo año, refleja con la frescura del momento una escena en el madrileño Café del Imperial, en la que aparecen algunos de sus amigos belgas, en un festivo momento del recorrido por España en el que el pintor asturiano ofició de cicerone.

Los dibujos a pluma y a lápiz son, para San Nicolás, la más elocuente defensa ante quienes en su tiempo criticaron a Regoyos su ignorancia de esta técnica. «Era una crítica frecuente contra los impresionistas desde la pintura española, encerrada en un clasicismo esnob que no atendía a la vida diaria, como quería Regoyos», comenta el estudioso.

El espíritu impresionista -«que Regoyos conoció en tiempo real», según subraya San Juan- impregna las tres acuarelas de la exposición: una de San Sebastián nevado, otra de Portugalete y una tercera sobre una vista lejana del monasterio del Escorial,

De especial valor, tanto desde el punto de vista artístico como desde el del coleccionismo, es la serie de grabados que Regoyos rotuló como el «Álbum vasco»: una colección de 15 litografías cuya tirada original se desconoce pero de la que se conservan sólo «unas cinco colecciones completas», según Juan San Nicolás.

Su temática y su ejecución son un buen ejemplo del mismo espíritu de la «España negra», que Regoyos captó en una histórica publicación junto a su amigo, el poeta belga Verhaeren. «No era la España de toreros, manolas, gitanos, pandereta y castañuela, sino una España más seria, de mayor calado social, que Regoyos tenía especial interés en dar a conocer fuera de aquí», explica San Nicolás. En esta serie en concreto, la mujer, que aparece trabajando o entregada a ritos sociales y religiosos, ocupa un protagonismo casi absoluto, reflejando su papel de custodia de la tradición y cuidadora por excelencia del ámbito familiar.

Los grabados completan la muestra con una punta seca, «El coche de Irún», y dos aguafuertes, uno de tema religioso -un interior de iglesia con monja- y otro festivo, con una procesión de gigantes y cabezudos en Navarra.

Las conmemoraciones del 150.º aniversario de Regoyos proseguirán la próxima primavera con una gran exposición de obra gráfica en el Museo de Bellas Artes de Asturias y una muestra de óleos y grabados en Irún, ya en verano. Pero habrá que esperar a 2009 para la aportación más esencial, culmen del trabajo de 30 años que Juan San Nicolás ha dedicado al riosellano: la edición del catálogo razonado de su obra, que a estas alturas ya ha superado las 700 obras. Es el mejor homenaje para un pintor excepcional, un precursor y -remarca el especialista- «un Quijote que luchó por la honestidad y la libertad en el arte, al que casi crucificaron en la España de su tiempo».