Oviedo, Pablo ÁLVAREZ

Walter Álvarez es profesor del departamento de Geología y Geofísica de la Universidad de California en Berkeley. Forma parte de una estirpe de científicos de origen asturiano, pues su bisabuelo, el médico Luis Fernández Álvarez, nacido en La Puerta, Mallecina (Salas), en 1853, emigró a Cuba y, andando el tiempo, recaló en los Estados Unidos.

Y en los Estados Unidos se ha desarrollado la carrera de las generaciones sucesivas, que han tenido como principal exponente a Luis Walter Álvarez, padre de Walter, quien en 1968 conquistó el Premio Nobel de Física. Doce años más tarde, padre e hijo publicaron conjuntamente en la prestigiosa revista «Science» la teoría más plausible sobre la extinción que hace 65 millones de años acabó con el 85 por ciento de las especies que habitaban el planeta Tierra y ponía fin a la era de los dinosaurios.

Pasado mañana, viernes, Walter Álvarez (1940), miembro de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos, será investido doctor honoris causa por la Universidad de Oviedo junto al matemático ruso Efim Zelmanov. El geólogo estadounidense de origen asturiano llegó ayer al Principado, acompañado de su esposa, Milly, en lo que es su cuarta visita a la tierra natal de sus antepasados. Las anteriores tuvieron lugar en los años sesenta del siglo pasado -dos de ellas- y en octubre de 2005. Su padre también fue nombrado honoris causa por la Universidad Complutense de Madrid, pero falleció antes de la investidura.

-¿Qué diferencias aprecia entre aquellas primeras visitas a Asturias y estas últimas?

-Recuerdo que en los años sesenta veía cosas muy distintas de las que veo ahora. Mi tío Arcadio tenía su primer automóvil, un Seat 600, muy primitivo. Ahora vemos toda España llena de automóviles de alta calidad, mucho mejores que los que tenemos en California.

-Usted continúa dando clases en la Universidad de California en Berkeley.

-Para mí es un grandísimo placer tener estudiantes muy buenos y no quiero jubilarme (risas). Sigo saliendo con los alumnos a realizar trabajos de campo y eso me permite mantenerme en buena forma. Es una de las ventajas de la geología, un trabajo muy bueno para visitar muchos lugares.

-¿El nivel de los alumnos actuales es superior o inferior al del pasado?

-En nuestra Universidad son siempre buenos. Tenemos 30.000 alumnos: 20.000 de licenciatura y 10.000 postgraduados.

-¿Le ha costado superar el síndrome del «hijo del Premio Nobel»?

-No. Mi padre recibió el Nobel cuando yo ya tenía 28 años y estoy en un campo diferente: soy geólogo y él era físico. No fue un problema para mí.

-Trabajando en campos tan diversos, ¿cómo llegaron a investigar juntos en la «Teoría del impacto» relativa a la gran extinción de especies de hace 65 millones de años?

-Cuando descubrí en Gubbio (Italia) una gran concentración de iridio, lo comenté con mi padre. Y en ese proceso se produjo una gran confluencia interdisciplinar: geólogos, físicos, astrofísicos... gente que en principio hablábamos idiomas científicos distintos pero que fuimos capaces de hacer una labor conjunta.

-Esa famosa investigación, también conocida como «Teoría de los Álvarez», ¿no puede ser merecedora del Premio Nobel?

-No, no. Es geología, y no hay Premio Nobel de Geología.

-Pero tal vez pudiera ser incluido en el Nobel de Física.

-Los físicos jamás darán un Nobel a los geólogos. Yo diría que la geología debe ser la ciencia más importante del siglo XXI porque quiere entender la Tierra. Y la Tierra es el único hogar que tenemos los seres humanos. Si echáramos a perder la Tierra, no tendríamos otro hogar. Sería el fin para nosotros. Con la crisis medioambiental que está en marcha es posible que suceda.

-Usted ve la Tierra seriamente amenazada.

-El planeta no, pero el medio ambiente en el que nosotros vivimos podría estar en peligro.

-¿Exagera Al Gore con su «verdad incómoda»?

-No tengo opinión. Pero sé que la Tierra es muy preciosa y tenemos que conservarla. Por eso digo que la geología es la ciencia crítica, porque es la que estudia la Tierra. En mi conferencia del viernes hablaré de estas cosas.

-Usted ha estudiado otra extinción mucho más antigua que la de los dinosaurios, ocurrida hace unos 250 millones de años, en el permiano-triásico.

-Un poco. Es mucho más fácil comprender la extinción de los dinosaurios. De las extinciones más antiguas hay mucha menos información para estudiar. En esa extinción desaparecieron más especies aún que en la de hace 65 millones de años. Parece que en pocos millones de años, en el límite permiano-triásico, se registraron dos extinciones. La primera tuvo un efecto muy terrible e inmediatamente después se produjo otra.

-¿También provocadas por meteoritos?

-Eso es un misterio por el momento. Pruebas de un impacto las tenemos solamente en la extinción del cretácico terciario. Hay cuatro extinciones que coinciden más o menos con erupciones volcánicas de grandísima escala, pero no hay nadie que sepa exactamente cómo una erupción volcánica puede producir una extinción. Por eso los científicos estamos un poco desconcertados ante las otras extinciones.

-¿En qué está investigando actualmente?

-Hay un campo de investigación que me interesa mucho. Se basa en la idea de que sería interesante considerar de forma global todos los tipos de historia: la historia del Cosmos, la historia de la Tierra, la historia de la vida y la historia de la Humanidad. Habitualmente, los historiadores estudian la Humanidad; los geólogos, la Tierra... y hay pocas personas que tengan una visión de conjunto. Es posible que los geólogos conozcamos conceptos útiles para los historiadores, los biólogos o los astrofísicos. Sería la investigación más interdisciplinar que podría imaginarse. Los científicos trabajamos a veces en campos demasiado pequeños.

-¿Esa interdisciplinariedad debería ser impulsada por los gobiernos o buscada por los propios científicos?

-Desde luego, por los científicos. Un ejemplo: el impacto que acabó con los dinosaurios era una hecho de muy baja probabilidad, porque la Tierra, en el Cosmos, es una diana de tamaño muy pequeño. Los seres humanos estamos aquí como consecuencia de este impacto. Yo existo porque Luis Fernández Álvarez tuvo que emigrar a Estados Unidos después de que su padre se matara al caer de un balcón en San Sebastián. Todos tenemos este carácter contingente. Existimos como resultado de muchas contingencias.

-¿Ha mantenido algún tipo de colaboración con investigadores españoles?

-Recientemente he trabajado con un grupo de micropaleontólogos de la Universidad de Zaragoza. Hemos publicado una investigación de los microfósiles que casi desaparecieron en el período cretácico terciario.

-¿Qué impresión le causa la ciencia española?

-Son investigadores competentes. En Oviedo hay geólogos tectónicos. Los tectonistas estudian cómo se forman las montañas. Antes de la deriva continental que dio lugar al océano Atlántico, la península Ibérica estaba unida a lo que ahora es Terranova, en Canadá. Las estructuras geológicas española y la portuguesa son una continuación de la canadiense, de los Montes Apalaches. Hace dos o tres días, un alumno mío me envió por e-mail un artículo de tres científicos canadienses y tres españoles que establece estas conexiones.

-Además de su actividad científica, usted continúa investigando sus raíces familiares.

-Sí. Y últimamente hemos descubierto nuevos datos de mi bisabuelo, Luis Fernández Álvarez, que nació en Asturias y emigró a Cuba. El pasado enero estuvimos en un congreso científico en Hawai. Sabíamos que mi bisabuelo fue médico en Hawai. Dirigió un hospital e investigó sobre la lepra. Y representó al Gobierno de Hawai en un congreso mundial sobre la lepra en Berlín, a finales del siglo XIX. Nosotros fuimos al archivo histórico de Hawai y estuvimos estudiando algunos documentos referidos a mi bisabuelo.

-¿Por ejemplo?

-Hemos sabido cómo adquirió la nacionalidad americana. Él residía en Hawai como ciudadano español. Pero en 1898, en el momento en que Estados Unidos se anexionó Hawai, que era un reino independiente, los americanos determinaron que todos los habitantes de Hawai podían nacionalizarse. Mi bisabuelo era el médico de la reina de Hawai, Liliuokalani. Pero, como diré el viernes en mi conferencia, tenía como pacientes desde la reina hasta los leprosos. Fue vicecónsul de España en Hawai y luego también lo fue en Los Ángeles.

-¿Qué sentirá al ser investido doctor «honoris causa» por la Universidad de Oviedo?

-Una gran emoción.