Una escueta nota publicada en la página 61 de la edición matinal de un diario madrileño daba cuenta el 3 de diciembre de 1970, jueves, de que «Don Matías Rodríguez Inciarte ha obtenido premio extraordinario en la licenciatura de Ciencias Económicas de la Universidad de Madrid, en los exámenes recientemente celebrados». Era el comienzo de una meteórica carrera política y profesional que llevaría al futuro presidente de la Fundación Príncipe de Asturias a ser ministro con 33 años y uno de los directivos de banca mejor pagados de España con poco más de 50.

Matías Rodríguez Inciarte nació en Oviedo el 23 de marzo de 1948. Hijo de Pedro Rodríguez Arango y de Emi Inciarte Manchimbarrena, es el mayor de seis hermanos -Pedro, Juan, Marta, Macarena e Icíar-, que siempre se han mantenido muy unidos. Hizo el Bachillerato en el Instituto Alfonso II y se trasladó a Madrid para estudiar Económicas. Apenas dos años después de acabar la carrera, en 1972, ingresaba en el cuerpo de Técnicos Comerciales del Estado y un año más tarde, ya casado con su primera esposa, Amparo Escolar, era nombrado consejero comercial de la Embajada española en Santiago de Chile.

De su fulgurante carrera a partir de ese momento dan muestra algunos datos de su biografía: en 1977 es subdirector general de Economía y Desarrollo Pesquero y secretario general técnico del Ministerio de Economía; en abril de 1978 , secretario general para las Relaciones con la Comunidad Europea; en 1980, secretario general de la Vicepresidencia Segunda del Gobierno, y en febrero de 1981, tras el golpe de Tejero durante la investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo, secretario de Estado adjunto al presidente del Gobierno y uno de sus más estrechos colaboradores.

La prensa bautizó entonces a Rodríguez Inciarte como el «brazo técnico» del reducido grupo del que se rodeó Calvo-Sotelo. Los otros paladines monclovitas, como alguien los denominó, eran Luis Sánchez Merlo, el «brazo político» del equipo, un brillante abogado vallisoletano de 34 años que ocupó la secretaría general del Presidente, y un treintañero Eugenio Galdón, economista y ya con un dilatado y envidiable currículum, director del gabinete. «No somos un poder paralelo», decían los tres al unísono. Y Rodríguez Inciarte puntualizaba: «Cada uno tiene su papel concreto. Yo estoy en la parte más técnica y en lo que atañe a las disposiciones de la Administración».

Defensor a ultranza de Calvo-Sotelo, Rodríguez Inciarte aseguraba que «impresiona por su inteligencia, rigor y profundidad». «Sabe escuchar», añadía, «y no se impacienta nunca». Una situación que le tocó vivir junto al Presidente le reveló algunos aspectos insospechados de la personalidad del Presidente. «Fue un verano, hace dos años en Ribadeo. Amparo, mi mujer, y yo decidimos pasar la tarde con el matrimonio Calvo-Sotelo. El tiempo fue pasando sin darnos cuenta, hasta que se hizo de noche y perdimos la última barca que atravesaba la ría. No sabíamos cómo regresar, cuando de repente Calvo-Sotelo dijo que él nos llevaba. Y, sin pensarlo dos veces, cogió su barca y en plena noche, a remo, atravesó la ría y nos devolvió a nuestro punto de destino. Recuerdo que, al principio, me negué a que nos llevara, pues era ya muy tarde. Pero él, con su fino humor gallego, me respondió: "¡Por Dios, hombre, que me haces un favor, pues así hago deporte!". Y, en efecto, rema que te rema, me demostró para siempre su espíritu deportivo».

La inesperada dimisión de Francisco Fernández Ordóñez como ministro de Justicia -hay quien sostiene que el político socialdemócrata se adelantó a una más que previsible remodelación del Gobierno que preparaba Calvo-Sotelo- precipitó la ascensión de Rodríguez Inciarte al Ejecutivo. El Presidente, poco amigo de dejar que las cosas se pudriesen, al contrario que su predecesor, Adolfo Suárez, resolvió en menos de doce horas aquella crisis. Pío Cabanillas Gayas dejó el Ministerio de la Presidencia para ocupar el de Justicia y en su lugar Calvo-Sotelo colocó a Matías Rodríguez Inciarte. Con 33 años ya era ministro.

Como miembro de aquel gabinete asistió a la ceremonia de entrega de los primeros premios «Príncipe de Asturias», aquella en la que el niño Felipe de Borbón pronunció también su primer discurso y el poeta José Hierro hizo un emocionado canto a la libertad. Mientras él se sentaba en el escenario, sus padres seguían la ceremonia desde una platea, acompañados de la abuela Lola, la prima Amalia Rodríguez Arango y el escritor Camilo José Cela. Rodríguez Inciarte es miembro del Patronato de la Fundación desde su constitución y, como tal, siempre ha participado en el jurado que decide el premio de la Concordia.

Su carrera política no fue, sin embargo, muy larga. Un año después de ser nombrado ministro, en octubre de 1982, se producía la debacle de UCD, víctima de luchas intestinas y del desgaste de la transición, y el PSOE llegaba al poder. Entre los damnificados de aquel desastre estaba Rodríguez Inciarte, que ni siquiera pudo conseguir un escaño en el Congreso, al que aspiraba en las listas de los centristas por Asturias. Acababa, en efecto, su breve pero intenso paso por la política, pero comenzaba otra fulgurante etapa como ejecutivo.

En 1984 -un año antes que su hermano Juan-, Matías se incorpora al Banco de Santander. En poco menos de diez años será consejero y director general. Mientras su nueva carrera ascendía -con rapidez, pero paso a paso- comenzaba a declinar la de un personaje que simbolizaba los nuevos tiempos en el mundo de la banca: Mario Conde, presidente de Banesto, a quien sus colegas nunca dejaron de considerar un advenedizo. La corporación industrial de Banesto -que controlaba 120 empresas- fue su ruina, lo que propició la llegada al banco en 1993 de un equipo capitaneado por Alfredo Sáenz, del que formaba parte Rodríguez Inciarte, con el encargo de minimizar los daños de la gestión de Conde.

Su participación en el saneamiento de Banesto, primero, y en el comité que se encargó de realizar la fusión del Santander con el Central Hispano (BCH), después, acabó por situar a Rodríguez Inciarte en la cúpula de la entidad para la que trabaja desde hace casi un cuarto de siglo. Hombre de confianza de Botín, en la actualidad es consejero y vicepresidente tercero del Banco Santander, con un sueldo anual de algo más de tres millones y medio de euros ya en 2005, lo que lo coloca en el cuarto lugar en el ranking de los directivos de banca mejor pagados de España.

Pese a dejar Oviedo muy joven -sus padres también se trasladaron a vivir a Madrid en la década de los ochenta-, Matías Rodríguez Inciarte «ama profundamente Asturias», según una de las personas más próximas a él y que mejor lo conoce. Pasa todos los veranos en su casa de Pancar, en Llanes, y allí disfruta de sus aficiones: excursiones por los Picos de Europa, el golf, el mar, la bicicleta y reuniones con la familia y los amigos. Todos los hermanos tienen casa en Llanes y es frecuente verlos por allí, no sólo en verano; también en Semana Santa y en Fin de Año. En Pancar celebró Matías Rodríguez Inciarte hace unas semanas su 60.º cumpleaños. «Es muy amigo de sus amigos de toda la vida y es muy familiar».

En Madrid suelen reunirse los hermanos y sus cónyuges a comer los sábados con su madre, una mujer de gran personalidad. Rodríguez Inciarte enviudó de su primera esposa, con la que tuvo dos hijos, Pedro y Paula, y volvió a contraer matrimonio con Livia Quijano Morenés. Aficionado al fútbol, en su juventud era seguidor del Real Oviedo -su padre llegó a ser directivo del equipo-, pero ahora es socio del Real Madrid y suele ir al Bernabeu acompañado por su hija Paula. Dicen que en la actualidad tiene dos pasiones por encima de todas las demás: sus nietas Amparo y Emilia.

Y aunque no suelen trascender demasiadas anécdotas relacionadas con su actividad bancaria, el banquero escocés George Mathewson contó en una ocasión que el sistema de pagos internacionales electrónicos IBOS, creado por el Royal Bank Scotland y el Banco de Santander, había sido diseñado por Matías Rodríguez Inciarte y él mismo en un taxi. Así es el próximo presidente de la Fundación Príncipe