Oviedo,

Eduardo GARCÍA

«Quiero despertar del sueño de haber destinado la biblioteca personal y archivos de Augusto Monterroso a la Universidad de Oviedo, en Asturias, y ver que es una realidad». Son palabras pronunciadas hace unos días en Barcelona por la viuda del premio «Príncipe de Asturias» de las Letras de 2000. Ayer, en el Aula Magna de la Universidad asturiana, Bárbara Jacobs vio cumplido su deseo y estampó la firma que acredita el traslado de un legado inmenso en cantidad y calidad. Lo hizo ante el rector, Juan Vázquez, y el notario Antonio Caicoya, y ante un auditorio con mucha gente joven en los bancos, con la que tan bien conectaba Monterroso, hondureño de nacimiento, guatemalteco de niñez, mexicano de adopción y ciudadano del mundo a través de su literatura clara y sencilla, su paradójico humor negro y sus fábulas de hombre sabio.

Augusto Monterroso falleció en México en febrero de 2003. La mujer que lo acompañó a lo largo de buena parte de su vida conocía los lazos sentimentales y culturales de su marido con Asturias. Mucho antes de que llegara el premio de las Letras, que un Monterroso sonriente y tímido recogió en el teatro Campoamor, el escritor ya se sentía cautivado por la ciudad de Oviedo gracias a las páginas de «La Regenta». «Monterroso ya está en Vetusta, en la ciudad de Clarín», dijo ayer el rector, Juan Vázquez. Y lo va a estar para siempre.

Su viuda justificó la donación. «La naturaleza de esta herencia no es para que yo la preserve para mi gozo personal, sino para que sepa utilizarla para su mejor resguardo y su más profesional acceso para los demás», dijo.

El edificio histórico de la Universidad alberga desde ayer una muestra del legado, con cuadros, libros, objetos personales... claves para entender un alma melancólica y un tanto solitaria que nunca abandonó -como recordaba ayer su esposa- los ideales de justicia, capaz de emocionar con su literatura y de impactar con sus frases llenas de contenido poético: «Lo único malo de irse al cielo es que allí no se ve el cielo».

Oviedo

Catorce mil libros de su biblioteca personal constituyen el grueso del legado de Monterroso, acompañados de documentos de todo tipo, hemerografía, cintas de vídeo y audio, obra plástica, fotografías y dibujos, colecciones de revistas y, por supuesto, su obra completa, incluidas todas las reediciones y traducciones. Augusto Monterroso era un hombre metódico que supo guardar, datar y ordenar «un sinfín de piezas que recomponen su vida paso a paso», dijo ayer Marta Cureses, directora de Actividades Culturales de la Universidad de Oviedo y comisaria del legado. A la Biblioteca de la Universidad, que dirige Ramón Rodríguez, le toca ahora catalogarlo. Hay por delante meses, quizás años de trabajo.

Bárbara Jacobs, también escritora, anunció que al fondo del legado a la Universidad «se añadirán en breve los originales del intercambio de cartas y mensajes que Monterroso y yo sostuvimos durante tres décadas», pero con una condición: «Mientras yo viva, esta correspondencia no se dará a conocer». Hacia Juan Vázquez, que personificaba a toda la comunidad universitaria, se dirigió Bárbara Jacobs para agradecerle «su ilimitada hospitalidad, reflejo del aprecio asturiano que cautivó a Monterroso y renovó su sensibilidad hacia la cultura ovetense». El universo de Clarín.

Vázquez recordaba que uno de sus primeros actos oficiales como rector, en 2000, fue recibir a Monterroso. «Poco podía suponer yo entonces que ahora, casi al irme, iba a estar en este acto». Estamos ante un legado grande, dijo, que indica una vida, un espíritu y una generosidad igualmente grandes.